D E M O C R A T O P I A

3 generaciones de Terapia de Conducta

Generaciones terapia conducta

Primera generación: El surgimiento de la Terapia de Conducta

La ilustración del surgimiento de la identidad conceptual de la Terapia de Conducta es útil hacerla teniendo en consideración la clásica referencia geográfica a su desarrollo, y parece que todo el desarrollo es anglosajón.

El surgimiento en Sudáfrica
Lazarus (1961/62) Colaboró en la difusión de la DS en EEUU. Por ejemplo su aplicación con formato en grupo, y el uso de una mayor diversidad de respuestas incompatibles con la ansiedad, como es la técnica de la imaginación emotiva.
O’Donohue (2009). La «construcción» de la DS representa el comienzo real de la moderna terapia conductual TC, ya que su trabajo supuso el compromiso sostenido con la investigación traducido después a la práctica clínica.

Joseph Wolpe (1915-1997) va a ser el principal exponente de la Terapia de Conducta en este entorno. Wolpe propuso el principio teórico de inhibición recíproca como base de la intervención que desarrollará para las neurosis: la Desensibilización Sistemática DS (Wolpe, 1952, 1958). Wolpe sistematiza el procedimiento en humanos, estructurándolo en una serie de pasos o fases, encargándose también de su difusión. Wolpe recurrió sobre todo a la relajación como respuesta incompatible con la ansiedad en humanos, utilizando para ello una forma abreviada de la técnica de Jacobson (1938), sin embargo, también utilizó como respuestas incompatibles con la ansiedad conductas de tipo asertivo y sexual.

La DS incluía la aproximación gradual a los estímulos evocadores de la ansiedad, así como la presentación del material ansiogénico en la imaginación, o con el uso de la hipnosis, y se basaba en procesos de aprendizaje que eran explicados de manera precisa, detallada y científica, describiendo el proceso de aprendizaje y la competición de respuestas fisiológicamente antagónicas. Wolpe parte de procedimientos diseñados y extraídos de la investigación experimental en laboratorio, explicados mediante principios científicos, y genera a partir de ellos técnicas terapéuticas. La difusión de la DS contribuyó notablemente a la fundación de la Terapia de Conducta y a la potenciación del enfoque neoconductista como alternativa al tratamiento de los problemas emocionales.

El surgimiento en Inglaterra
Eysenck (1963). Funda «Behaviour Research and Therapy», la primera revista dedicada a la Terapia de Conducta.

H.J. Eysenck (1916-1997) junto con A.J. Yates, M.B. Shapiro y, posteriormente, M. Celder, I.M. Marks, S.J. Rachman y V. Meyer; este grupo (el grupo del Maudsley) centrará su interés en el tratamiento de problemas como neurosis, fobias, agorafobias, tics, tartamudez, etc., mediante la utilización de técnicas como la exposición, aproximaciones sucesivas o la práctica negativa, conformando poco a poco un contexto de atención a problemas clínicos en clara oposición a la psicoterapia-psiquiatría vigente. Este núcleo de clínicos e investigadores dio lugar al grupo más prestigioso y prolífico de investigación europeo en psicología clínica y, quizá, al exponente más característico de la aproximación neoconductista mediacional.

Metodología de investigación rigurosa, evaluación de la eficacia de los tratamientos, crítica al diagnóstico psicoterapéutico. El trabajo de Eysenck, que se centró en la aplicación de los principios de la psicología a la práctica clínica, le llevó a enfrentarse con las psicoterapias tradicionales a las que consideraba poco eficaces. La capacidad del marco neoconductista para integrar constructos facilitó el que se dirigiese la atención hacia aspectos que resultaban relevantes en la clínica, y a los que Eysenck dedicó un amplio y fructífero esfuerzo. Se interesó por aspectos centrales de la intervención clínica, como la psicopatología y la personalidad. Eysenck estuvo siempre más interesado por cuestiones teóricas relacionadas con la psicopatología, y su investigación se realizó con grandes grupos de sujetos, por el contrario M. B. Shapiro (también uno de sus miembros más destacados y jefe de la sección de psicología clínica), se centró más en casos individuales, y se ocupó de aspectos más clínicos y menos teóricos, defendiendo el estudio intensivo del caso único como forma de investigación, al igual que lo hacía Skinner (Shapiro, 1957, 1966).

Algunas características de la aportación británica al surgimiento de la Terapia de Conducta enlazan con el conductismo radical (el interés por el caso individual y por la evaluación directa de la conducta), no obstante, la mayor parte, se ajustan más a la flexibilidad del neoconductismo mediacional y el conductismo metodológico; de esta forma, integran estímulos, respuestas y constructos como la ansiedad, el miedo o la personalidad, a la hora de desarrollar explicaciones más amplias de los trastornos psicopatológicos en particular y de la conducta humana en general.

El surgimiento en USA
Risley (1970). La eficacia de la intervención ha de valorarse mediante criterios experimentales, contrastando los efectos de la intervención con la ausencia de ella, y criterios terapéuticos, valorando el impacto del cambio sobre la vida del paciente, y comparando el nivel de cambio logrado y el cambio necesario para que el individuo funcione adecuadamente en el contexto.

La publicación en 1953 del libro Science and human behavior de Skinner puede considerarse una señal del inicio del desarrollo de la Terapia de Conducta como movimiento terapéutico en Norteamérica. Skinner parte de las aportaciones de Watson y Pavlov, al igual que los neoconductistas, e intenta integrar los paradigmas propuestos por Pavlov y Thorndike, pero a diferencia de ellos descarta completamente apelar a constructos emocionales mediadores.

El método desarrollado para poder estudiar la conducta funcional de los individuos se denominó análisis experimental de la conducta. El análisis experimental de la conducta se basa en diseños experimentales de caso único, en los que importa la descripción precisa de la conducta concreta en atención a sus efectos, sin necesidad de recurrir a constructos no observables (Skinner, 1953). Skinner no sólo recuperó la conducta para la psicología, sino que la situó en el lugar central y cardinal. De esta forma se priorizó la inducción frente a la deducción como estrategia de teorización en psicología.

OBJETIVOTÉCNICA
Adquisición y aumento de conductas– Reforzamiento positivo
– Moldeado
– Manejo de contingencias (económia de fichasy contratos conductuales
– Reforzamiento negativo
Reducción o eliminación de conductas– Extinción
– Castigo
– Tiempo fuera
– Coste de respuesta
Procedimientos de autocontrol– Control de estímulos
– Programación conductual
– Auto-refuerzo y auto-castigo
– Técnicas de biofeedback
– Técnicas de condicionamiento encubierto

Skinner dio lugar al surgimiento de una de las áreas más relevantes de la TC, y núcleo central de la evaluación conductual.El análisis conductual aplicado ha proporcionado a la praxis de la Terapia de Conducta tres contribuciones fundamentales:

  1. Las técnicas y programas basados en el control de contingencias.
  2. El análisis funcional, elemento cardinal del proceso de evaluación conductual e instrumento esencial para la formulación de cualquier problema sujeto a intervención, como elemento de análisis de la conducta. Ponen el acento en el análisis individual de la conducta siguiendo una metodología rigurosa de análisis y experimentación.
  3. La focalización del interés sobre los datos objetivos como elementos de estudio, optando por la inducción frente a la deducción, y, en este sentido, el interés por las conductas frente a las etiquetas diagnósticas.

No es exagerado en calificar la contribución de Skinner a la Terapia de Conducta como decisiva, siendo un poderoso y útil contrapunto frente a enfoques más subjetivos.

Consideraciones sobre la primera generación de terapeutas de conducta
Paul (1966). Su estudio sobre la efectividad de la desensibilización Sistemática (DS) puede considerarse como la primera investigación controlada de la historia en la que se demostró la efectividad de un procedimiento psicoterapéutico por encima del placebo y el no tratamiento.

Los casos expuestos de esta primera generación de terapeutas de conducta exhiben ciertos rasgos comunes (O’Donohue, 2009):

  • La extensa base de conocimiento sobre la investigación de aprendizaje que exhiben todos los clínicos (investigadores).
  • La aplicación clínica de lo que se consideraban los resultados más actuales de la investigación sobre aprendizaje.
  • La visión de la aplicación clínica como formando parte de un programa de investigación y terapia más general.

Aunque la fundamentación en los principios de aprendizaje hubiese sido un punto de acuerdo incuestionable entre los terapeutas de conducta de la primera generación, esto no quiere decir que entre ellos no existiesen diferencias importantes: Skinner y sus discípulos enfatizaban el condicionamiento operante y su análisis conductual aplicado; Wolpe y otros autores los principios de Hull y Pavlov; Eysenck y el grupo de Inglaterra, consideraban variables intervinientes en el modelo E-R, etc. No obstante, el parecido de familia es incuestionable. Además, su compromiso con la investigación científica y con la demostración empírica de la eficacia de sus procedimientos fue determinante a la hora de convertir a la psicoterapia en ciencia. De hecho, aunque los primeros informes de la TC pudiesen ser estudios de casos poco controlados, muy pronto la TC empezó a desarrollar investigaciones sin precedentes en cuanto al control experimental, dignas de la actual psicoterapia basada en la evidencia.

Segunda generación: el papel de los aspectos cognitivos en Terapia de
Conducta

Lazarus (1968). Estudiante de Wolpe, fue probablemente uno de los primeros en argumentar que los principios del aprendizaje eran insuficientes y que los terapeutas de conducta debían interesarse por otras áreas de la psicología. Señalaba que todos los conocimientos psicológicos son de interés para la Terapia de Conducta (emociones, memoria, etc.), y que toda técnica es bien recibida, con independencia de su sustento teórico, siempre y cuando sea eficaz, y su eficacia pueda ser comprobada.

En torno a 1970 se va a iniciar una fase de transformación de la Terapia de Conducta que se caracteriza conceptualmente por su apertura hacia los aspectos cognitivos y sociales. Comienza la segunda generación de terapeutas de conducta. Se considera que la Terapia de Conducta no puede basarse sólo en la psicología del aprendizaje y son bienvenidas otras fuentes de influencia provenientes de los más diversos campos. Este giro no es radical y no supone un aspecto totalmente novedoso de esta fase, sino que casi desde el inicio (Woodworth, 1938) habían ido surgiendo algunas alternativas al modelo E-R, proponiendo la participación de variables internas en la conducta (E-O-R).

El aprendizaje social de Bandura
Bandura (1969). En su obra «Principies of Behavior Modification» expone y desarrolla el marco conceptual de la teoría del aprendizaje social en el que queda denominada como teoría cognitiva social para reflejar la contribución de los procesos cognitivos de pensamiento a la emoción y la conducta humana.

La aportación fundamental de Bandura estriba en plantear la posibilidad del aprendizaje a través de la observación (imitación), como una forma de superar las limitaciones establecidas por la forma experiencia! de adquisición de comportamientos. Bandura aborda con detalle los distintos elementos implicados en el aprendizaje observacional, tratando de diferenciarlo de los paradigmas de condicionamiento y asignándole el nombre de condicionamiento vicario. Para Bandura, los eventos estimulares que se presentan como modelo, se retienen y transforman en representaciones simbólicas que, ante determinadas señales ambientales, se reproducen conductualmente, sirviendo así de guía del comportamiento. El aprendizaje se conceptualiza a través de la metáfora del procesamiento de la información, y es entendido como una actividad en la que el modelo sería el input, y la ejecución conductual el output, interponiéndose entre ambas una serie de procesos internos como atención, retención, producción y motivación. Bandura (1969), además, diferencia entre aprendizaje y ejecución, haciendo depender la ejecución de la conducta aprendida (que permanece latente) del reforzamiento.

En relación con la visión cognitiva de la imitación, Bandura formula el principio de determinismo recíproco, es decir, la existencia de influencia recíproca entre el comportamiento y el medio, mediada por los procesos cognitivos del individuo, que es considerado como un sistema representacional competente a la hora de determinar qué ve más allá de la realidad física fuente de estimulación. Esta influencia entre los elementos que determinan el comportamiento (ambiente (físico, social e interno), procesos cognitivos y patrones de comportamiento) se realiza de forma sincrónicamente, atendiendo a características ambientales y personales. Otra relevante contribución de Bandura (1977) ha sido el concepto de autoeficacia y su relación con el tratamiento, pues es considerado un proceso central del cambio terapéutico. El concepto es diferente del de expectativas de resultado, que se refiere a la convicción del sujeto acerca de que una conducta determinada conducirá a ciertos resultados. La percepción de la autoeficacia determinará la elección de actividades, el esfuerzo realizado y la persistencia en la ejecución, y, a su vez, está basada en cuatro fuentes básicas de información: los logros de la ejecución, la experiencia vicaria, la persuasión verbal y el estado fisiológico o actividad emocional.

Entre las críticas que ha recibido este constructo quizá las más importantes se refieren, por un lado, al carácter circular o tautológico del concepto, a la falta de diferenciación clara entre expectativas de auto-eficacia y de resultado, y su influencia sobre el cambio conductual (Echeburúa, 1993).

El surgimiento de las terapias cognitivas
Ruíz (1993). A lo largo de los años el panorama de la terapia cognitiva se ha ido mostrando como un espectro cada vez más heterogéneo y amplio, siendo muchas las influencias teóricas que han servido para el desarrollo de los distintos enfoques cognitivos.

A comienzos de los años 70 diversos autores, sobre todo procedentes del ámbito clínico, comienzan a considerar que los elementos cognitivos tienen una mayor relevancia en la adquisición, mantenimiento y cambio de conducta que aquel que se le estaba otorgando hasta ese momento en la Terapia de Conducta (Ruíz, 1989). Entre los elementos que pueden considerarse antecedentes de este cambio, cabe destacar:

  1. Insatisfacción con limitación a conducta observable y aprendizaje. En humanos median variables verbales y cognitivas (conciencia, atención, expectativas, atribuciones). Dificultad para controlar variables ambientales y sensación de reduccionismo.
  2. Insatisfacción con técnicas más conductuales (DS, exposición, control de contingencias) en depresión.
  3. Neoconductismo mediacional, modelo E-O-R de Woodworth. Modelo del porcesamiento de la informaciín (P.I.).
  4. Influencia de la psicología cognitiva que contribuye con un entramado teórico-conceptual para describir procesos internos. Mahoney, 1976 crea revista Cognitive Therapy and Research.


El rasgo común, más destacable, a todos los modelos cognitivos es la consideración de la cognición como el elemento determinante de la conducta. En la actualidad los modelos cognitivos aceptan la existencia de una causalidad multidimensional a la hora de abordar la psicopatología y explicar tanto el origen, como las manifestaciones de los diversos trastornos, si bien es verdad que los procesos cognitivos, aun no siendo suficientes, siguen siendo los elementos que se consideran más relevantes y determinantes del comportamiento (Knapp y Beck, 2008).

Una de las clasificaciones más conocidas de las terapias cognitivas es la Mahoney y Arnkoff de 1978:

  • Técnicas de reestructuración cognitiva:
    • Identificación y cambio de cogniciones (ideas irracionales, pensamientos, distorsiones) que mantienen o determinan el problema.
    • TRE (Ellis), T. Cognitiva de Beck, Reestructuración Racional Sistemática (Golfried).
    • Beck, formula modelo de depresión. Tratamiento estructurado y pautado que incluye técnicas de terapia conductual.
    • Ellis, Terapia Racional Emotivo-Conductual también con elementos más conductuales.
  • Técnicas para el manejo de situaciones:
    • Enseñan habilidades para afrontar situaciones problemáticas (p.e. estrés o dolor).
    • Entrenamiento en Inoculación de Estrés (Meichembaum), basada en el entrenamiento en Autoinstrucciones.
  • Técnicas de solución de problemas:
    • Dirigidas a corregir como se abordan situaciones y enseñar método sistemático para resolverlas.
    • Terapia de Solución de Problemas (D’Zurilla y Golfried).

La clasificación que se acaba de exponer ha sido superada por nuevas propuestas que han tratado de atender, tanto a los enfoques cognitivos clásicos, como a los nuevos desarrollos cognitivos procedentes de un enfoque epistemológico constructivista (Reda y Mahoney, 1984; Mahoney y Gabriel, 1987).

Consideraciones sobre la segunda generación de terapeutas de conducta

El argumento más generalizado de la segunda generación de terapeutas en relación con la generación anterior, para incorporar elementos procedentes de otras áreas de influencia fue la restricción que imponían los principios del aprendizaje a la hora de explicar el comportamiento humano complejo. Quizá la idea nuclear de la primer generación (extrapolar los principios del aprendizaje a la clínica) todavía pudiese ser útil, para ello es imprescindible conocerlos, aspecto que no siempre resulta sencillo, pues la investigación en este ámbito ha cobrado tal grado de complejidad que resulta casi inaccesible para el clínico. Si esta argumentación podía haber sido válida en los años 70 y 80, aún más en la actualidad, pues todavía a día de hoy muchos terapeutas de conducta continúan anclados en principios del aprendizaje desarrollados
en los años 50 y 60. Los modelos contextúales de la tercera generación pretenden subsanar este problema proponiendo un retorno a los orígenes.

Se tomó una mayor conciencia de la necesidad de diseñar intervenciones interdisciplinares que procurasen un adecuado abordaje de la complejidad de los problemas que se trataban, tanto en el ámbito clínico como en otros contextos sociales. Acorde con este sentir, se produjo la expansión a nuevas áreas de intervención, entre ellas la Medicina Conductual, el área laboral o la comunitaria. Paralelamente, los tratamientos se fueron haciendo más complejos, en coheren cia con la conceptualización multifactorial de los problemas que estaban siendo abordados en la mencionada expansión de la Terapia de Conducta a otras áreas de la salud y necesidades sociales.

Tercera generación: panorama actual de la Terapia Cognitivo Conductual

O’Donohue (1998 y 2009). En este momento del desarrollo de la Terapia Cognitivo Conductual, al cual se hace referencia como la tercera generación de terapeutas de conducta, la TCC está claramente constituida como una de las principales psicoterapias.

Desde un punto de vista conceptual asistimos a un cambio sustancial que se evidencia en la polarización de los enfoques teóricos de la TCC, por un lado, contemplamos los nuevos desarrollos del análisis conductual aplicado, las llamadas terapias contextúales, por otro, las nuevas derivaciones de los modelos cognitivos, influidos por las teorías del aprendizaje constructivistas, terapias que se apartan del paradigma mecanicista y asociacionista que fundamenta las primeras terapias cognitivas. Hay que señalar que aunque ambas posiciones (contextúales y cognitivo constructivistas) parten de premisas epistemológicas diferentes, se identifican entre ellas ciertos puntos en común. Muchos procedimientos siguen basados en los principios clásicos de aprendizaje, la teoría de los dos factores o el modelo del aprendizaje social, sin embargo, otras técnicas están integradas sólo desde una perspectiva pragmática (p.e., las técnicas de relajación, las técnicas de sugestión o hipnosis o las técnicas paradójicas) sin que sus fundamentos teórico-conceptuales estén claros (Kazdin, 1991).

Estado actual de las Terapias Cognitivas
Meichenbaum (1995). Considera que las terapias cognitivas se han ajustado a tres metáforas básicas que tratan de describir la naturaleza de las cogniciones de los pacientes y el proceso terapéutico adoptado; dichas metáforas son: la metáfora del condicionamiento, la metáfora del procesamiento de la información y la metáfora narrativa.

Según Meichembaum, las terapias cognitivas se han ajustado a 3 metáforas básicas:

  • Metáfora del condicionamiento: Cogniciones como conductas encubiertas sometidas a mismas leyes de aprendizaje que conducta manifiesta. Técnicas dirigidas a desarrollar estrategias para enseñar habilidades cognitivas específicas, y conciben el pensamiento como un conjunto de auto-enunciados encubiertos que pueden verse influidos por la mismas leyes del condicionamiento que controlan la conducta manifiesta
    • Técnicas de condicionamiento encubierto (Cautela, 1967), técnica de parada del pensamiento (Mahoney, 1974), auto-instrucciones, inoculación de estrés,…
  • Metáfora del procesamiento de la información: Estas terapias utilizan los términos propios del procesamiento de la información y toman esta metáfora como referencia a lo largo de todo el proceso terapéutico. Entienden que el funcionamiento cognitivo puede conceptual izarse de acuerdo con una serie de procesos como codificación, descodificación, almacenamiento, recuerdo, procesamiento atencional, sesgos atribucionales, mecanismos de distorsión, etc. Desde un punto de vista epistemológico estas terapias parten de la existencia de una realidad independiente del sujeto, que puede captarse de forma objetiva mediante un análisis lógico y racional de los datos que percibimos (Terapia Cognitiva de Beck y Terapia Racional Emotiva Conductual de Ellis).
  • Metáfora de la narración constructiva: Esta perspectiva se basa en la concepción de que los humanos construyen activamente sus realidades personales, es decir, crean sus propios modelos representativos del mundo. No existe una realidad objetiva al margen de nuestros procesos de conocimiento; la realidad será el producto de los significados particulares que crean los individuos, es decir, no existe una realidad que los clientes distorsionan, contribuyendo a sus problemas, hay múltiples realidades y el papel del terapeuta será el de guiar al cliente y ayudarle a ser consciente de cómo crea su realidad y de las consecuencias de esa construcción. La historia que construyen es lo verdaderamente relevante para el proceso adaptativo. De esta forma, no son los síntomas de la depresión, ira o ansiedad los que interfieren con el funcionamiento, sino lo que los pacientes se dicen y dicen a otros sobre sus reacciones. El terapeuta cognitivo ayudará al paciente a construir una narración que encaje con las circunstancias del momento, le ayude a explicar sus dificultades, le permita concebir un cambio que resulte alcanzable y, así, construirlo (Meichenbaum, 1995b).
    • Desde el constructivismo, la persona es creadora de sentido, impone reglas tácitas y también es producto ya que esas reglas son resultado del desarrollo ontogenético, biológico y social.
    • Terapias constructivistas: Terapia Cognitivo-Estructural de Guidano y Liotti (1983), Terapia de los Constructos Personales (Neimeyer, 1986), Psicoterapia Constructiva (Mahoney, 1995,1997).

A pesar del gran desarrollo de las terapias cognitivas, de su extensa implantación y de su reconocida utilidad en diversos trastornos, han sido cuestionadas por muy diversos motivos:

  • La falta de definición e imprecisión en los términos utilizados desde el propio enfoque cognitivo. La propia etiqueta «cognición», o la indiferenciación entre contenidos cognitivos o productos (e.g. pensamientos, atribuciones, expectativas, etc.), procesos cognitivos (e.g. distorsiones cognitivas, estilos de afrontamiento, etc.) o estructuras cognitivas (e.g. esquemas o creencias irracionales).
  • La deficiente sustentación en los conocimientos provenientes de la psicología cognitiva (Seligman, 1988). Aun cuando hay esfuerzos, realizados por diversos autores (Teasdale, 1993) por aproximar los acercamientos terapéuticos a las investigaciones realizadas en el ámbito de la psicología cognitiva, las terapias cognitivas no pueden considerarse desarrollos tecnológicos de la psicología cognitiva (Feixas y Miró, 1993).
  • La falta de datos sobre la existencia de cambios cognitivos reales en las estructuras, procesos y contenidos después de las terapias cognitivas. La eficacia de estas terapias es explicada también a través del aprendizaje y utilización de habilidades compensatorias que ayudarían a afrontar diversas situaciones y cogniciones (Vázquez y Cameron, 1997).
  • Las dificultades metodológicas derivadas de la evaluación de las cogniciones y de los cambios producidos mediante procedimientos cognitivos (Echeburúa,1993), además de la falta de sistematización del proceso de intervención en algunas terapias.
El enfoque contextúal

El enfoque contextual toma su nombre de su sustentación en el paradigma del contextualismo funcional, que acoge el análisis conductual aplicado y se caracteriza por un ambientalismo radical. Este ambientalismo radical conlleva una intervención centrada en la manipulación del contexto que tradicionalmente llevó a reservar la aplicación de los procedimientos del análisis conductual aplicado a aquellas situaciones en que tal manipulación era posible (e.g. tratamiento de niños, personas con problemas de desarrollo, adultos institucionalizados, problemas que ocurren en la consulta del terapeuta y pueden ser modificados de forma directa, etc.), en la actualidad el contexto físico y social se ha ampliado para acoger también el verbal, uno de los contextos de intervención más importantes de estas terapias.

El enfoque contextual reconoce especialmente el importante papel jugado por la conducta verbal (ya señalado por Skinner, 1957), que pasa a ocupar un lugar preeminente en las teorías recientes de aprendizaje (Hayes y Hayes, 1992). En concreto, el interés se centra en las relaciones entre instrucción y conducta, también denominada relación decir-hacer (Luciano y Gómez, 1998). El lenguaje tiene importancia en sí mismo y no solo cómo herramienta para actuar sobre procesos subyacentes. La atención prestada por los nuevos desarrollos del contextualismo al papel del lenguaje en la terapia es tal, que ha llevado al desarrollo de teorías específicas que sustentan algunas de las terapias más relevantes de este grupo, es el caso de la Teoría de los Marcos Relaciónales que sirve de base a la Terapia de Aceptación y Compromiso (Hayes, Strosahl y Wilson, 2004).

Los tres acercamientos más importantes dentro de este enfoque son la Psicoterapia Funcional Analítica, la Terapia de Aceptación y Compromiso y la Terapia Dialéctica Conductual.

  • La Psicoterapia Funcional Analítica (Kohlenberg y Tsai, 1987) resalta la capacidad terapéutica de la interacción psicólogo-paciente. Destaca la situación terapéutica como una situación comportamental más, en la que el intercambio de respuestas y su valor funcional constituyen el elemento principal de la terapia. Si el paciente llora se debe responder (darle feedback) de un modo similar a como ocurriría en su ambiente natural, no de una forma «terapéuticamente correcta».
  • La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999) se caracteriza por el intento de eliminar (o reducir) el control que los pensamientos y emociones tienen sobre la conducta, tratando de este modo de dar más importancia a las contingencias externas de la conducta. Dirigida esencialmente a reducir el control de los pensamientos y emociones sobre la conducta.
  • La Terapia de Conducta Dialéctica (Linehan, 1993) toma como referencia las bases de la Psicoterapia Analítica Funcional, y el concepto de aceptación de la Terapia de Aceptación y Compromiso, estando dirigida a facilitar (moldear) formas adecuadas de expresión emocional en personas con déficit en este ámbito. Dirigida esencialmente a los trastornos de personalidad límite.


El elemento característico de estos nuevos tipos de terapia es, fundamentalmente, destacar la importancia del análisis funcional y la intervención sobre las contingencias naturales para facilitar el cambio terapéutico, para ello, la situación específica de interacción interpersonal durante la terapia pasa a ser el elemento fundamental. En cuanto a su proceder concreto, las técnicas específicas tienen que ver con la referencia concreta a la conducta. Estas terapias han desarrollado una lógica de intervención, pero no existen desarrollos técnicos como tal, sino utilización de técnicas ya disponibles acordes con sus planteamientos, fundamentalmente las técnicas basadas en la exposición y de manejo directo de contingencias. También se utilizan instrucciones, reglas y consejo terapéutico (Pierce y Epling, 1995). De forma más general, las terapias contextúales toman las nociones sobre el proceso emocional que aporta la psicología básica o experimental, desde donde se entienden los procesos emocionales no como entidades disruptivas del funcionamiento del individuo que deben ser controladas, sino como conducta legítima con un sentido adaptativo. En este punto existe una clara diferencia con los enfoques cognitivo-conductuales clásicos donde la consideración de la emoción se realiza desde una perspectiva racional y de control.

Elementos susceptibles de crítica:

  • Carencia de sistematización. Presentan una lógica del tratamiento, con una serie de reglas de actuación cuya puesta en práctica depende, en gran medida, de variables del terapeuta y del paciente. Además, el contenido de cada una de las fases dependerá de la relación interpersonal específica que se establezca entre terapeuta y paciente, de tal forma que el proceso puede variar sustancialmente en función del paciente, el trastorno, y el propio terapeuta.
  • La relación entre principios de aprendizaje y las terapias contextúales es una relación post hoc, es decir, inversa al proceso que caracterizó a la primera generación de la TC donde los principios de aprendizaje eran descubiertos y las aplicaciones clínicas se desarrollaban a partir de ellos. Este proceder no tiene porqué ser inadecuado, pero sí puede resultar en una crítica cuando sus principios pretenden (o reivindican) un retorno a la esencia de la primera generación.
  • Problemas metodológicos en los estudios de eficacia. La revisión de los estudios de eficacia realizada por Óst (2008) muestra que:
    • La metodología de las investigaciones sobre las que se sustentan los datos de eficacia y efectividad ha sido significativamente menos rigurosa que la del enfoque cognitivo-conductual.
    • La media del tamaño del efecto fue moderado para la Terapia de Aceptación y Compromiso y la Terapia de Conducta Dialéctica. De hecho, según este autor desde un punto de vista estricto realmente ninguna de las terapias de tercera generación cumple los criterios para convertirse en un tratamiento con apoyo empírico (Óst, 2008).
  • Escasez de estudios controlados sobre procesos y ausencia de evidencia clara acerca de los principios responsables del cambio sugeridos. De la misma forma que se cuestionan los mecanismos de cambio propuestos por las terapias cognitivas, es posible cuestionar los mecanismos conductuales a los que se apela, por ejemplo, el reforzamiento natural en la sesión (Follette, Naugle y Callaghan, 1996).
Consideraciones sobre la tercera generación de terapeutas de conducta

A pesar de las limitaciones y críticas que se han ido planteando a los distintos enfoques cognitivo conductuales, y de la pérdida de la identidad inicial de la Terapia de Conducta, lo cierto es que el cambio que se ha ido produciendo no deja de ser positivo, pues está guiado por la necesidad de optimización de perspectivas anteriores, tratando de atender la globalidad del comportamiento humano y la complejidad de muchos de sus procesos, tanto en la conducta normal, como la considerada anormal. La derivación de principios clínicos desde el laboratorio mostró ser realmente útil en la primera generación, la incorporación de los modelos cognitivos ha dado lugar a algunas de las terapias más reconocidas y eficaces en el ámbito de la salud mental (Epp, Dobson y Cottraux, 2009), y las terapias cognitivas constructivistas y contextúales están mostrando gran utilidad en el abordaje de trastornos realmente difíciles (e.g. trastornos de personalidad).

Referencias

  • Díaz García, et al. Manual De Técnicas y Terapias Cognitivo Conductuales. Desclée De Brouwer : Universidad Nacional De Educación a Distancia, 2017.
  • Apuntes Profesora-Tutora Adela Ortiz Solera.

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