CEREBRO Y DESARROLLO EMOCIONAL EN LA INFANCIA

INTRODUCCIÓN

Saarni, Campos, Camras y Witherington (2006). El nexo de unión entre el mundo emocional y el desarrollo social y de la personalidad es lo que se denomina competencia emocional, en esencia, supone la capacidad para ser consciente y gestionar las emociones propias; ser eficaz en la comunicación de emociones y sentimientos; y poder captar y comprender las emociones de los demás.

El niño es social por naturaleza tanto porque nace dentro de un entorno social como porque necesita de dicho entorno para desarrollarse. El mundo emocional está íntimamente relacionado con el desarrollo social y de la personalidad . Las emociones juegan un papel esencial en el desarrollo, con impacto en todos los ámbitos y con repercusiones a lo largo de la vida.

A lo largo de la infancia se elabora también una representación sobre quiénes y cómo somos, en la que se recogen las características que mejor nos definen y que nos sitúan como un ser único entre los demás . Esta elaboración intelectual se conoce como autoconcepto y su desarrollo estructural a lo largo de la infancia parece seguir un patrón normativo. El desarrollo personal y emocional de los niños se produce en el marco de dos contextos sociales principales: la familia y la escuela. Dos aspectos fundamentales del desarrollo personal y personal son la autorregulación y el autoconcepto y su corolario valorativo: la autoestima.

CEREBRO Y DESARROLLO EMOCIONAL EN LA INFANCIA

Joseph (1999). Señala que, al igual que el resto del cerebro, las diferentes regiones del sistema límbico maduran a distinto ritmo, lo que tiene su correlato en el desarrollo de las competencias emocionales y sociales.
Siegel (2003). La experiencia emocional temprana modifica la estructura cerebral y los circuitos neuronales, lo que se traduce en la manera de procesar la información del entorno, nuestras emociones y nuestros comportamientos .
Kolb y Whishaw (2009). Numerosos estudios han mostrado la existencia de una serie de estructuras cerebrales que conforman lo que se denomina Sistema Emocional. Se trata de una red interconectada de estructuras biológicas que incluyen el tálamo, el hipotálamo, el hipocampo, la amígdala, el córtex cingulado, el córtex prefrontal y el orbitofrontal.
Braun (2011). Un ejemplo de las manifestaciones comportamentales de las emociones es la manifestación e interpretación de las expresiones faciales (por ejemplo, el ceño fruncido) en relación con un estado emocional (enfado).
Braun (2011). Las experiencias que reciba del entorno, muy especialmente durante el primer año de vida, serán la clave para que proliferen o se pierdan conexiones y redes neuronales, en un proceso conocido como dependencia de la experiencia.

Numerosos estudios han mostrado la existencia de una serie de estructuras cerebrales que conforman lo que se denomina Sistema Emocional. Se trata de una red interconectada de estructuras biológicas que incluyen el tálamo, el hipotálamo, el hipocampo, la amígdala, el córtex cingulado, el córtex prefrontal y el orbitofrontal. Estas estructuras se relacionan de una manera dinámica y juegan un papel esencial en la génesis e integración de las emociones, lo que se denomina autorregulación emocional, pero también en las manifestaciones comportamentales de las emociones y su comprensión. Al igual que el resto del cerebro, las diferentes regiones del sistema límbico maduran a distinto ritmo, lo que tiene su correlato en el desarrollo de las competencias emocionales y sociales.

La secuencia de maduración de este sistema se conecta con la habilidad para expresar y experimentar determinadas emociones. P. ej., la amígdala tiene un papel fundamental en las emociones del miedo y la ansiedad y es la primera estructura que madura, seguida del girus cingulado y tras ella, el córtex orbitofrontal, lo que se correspondería con diversas fases del desarrollo socioemocional. La mielinización de los axones que componen la amígdala y la conexión con otras estructuras límbicas progresan más rápidamente que otras zonas, pero el proceso no termina hasta el final del primer año. Esta inmadurez puede explicar que, hasta el último trimestre del primer año, no aparezca el miedo a los extraños. Entre el año y los 3 años, la maduración de otras estructuras matiza la activación de la amígdala, lo que permite el procesamiento de las experiencias sociales de una forma cada vez más eficaz, a la vez que un
mayor control comportamental, lo que implicaría, siguiendo el ejemplo anterior, que el niño tolere de manera más eficaz el miedo a los extraños. La maduración del sistema límbico sigue progresando hasta el final de la segunda década de la vida.

El cerebro del ser humano está programado para ser estimulado por el entorno, lo que se denomina: expectativa de experiencia. Las experiencias que reciba del entorno, muy especialmente durante el primer año de vida, serán la clave para que proliferen o se pierdan conexiones y redes neuronales, en un proceso donde la experiencia emocional temprana modifica la estructura cerebral y los circuitos neuronales, lo que se traduce en la manera de procesar la información del entorno, nuestras emociones y nuestros comportamientos .

REFERENCIAS

  • García Madruga, Delval, & Delval, Juan. (2019). Psicologia del desarrollo I (2ª ed. rev. ed., Grado (UNED); 6201201). Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia.

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