Clasificación de los trastornos de adaptación

Introducción

Maercker et al. (2013). Desde su entrada en los sistemas de clasificación, los TA han sido una de las categorías diagnósticas peor definidas en psicopatología, debido a la variedad de síntomas que pueden presentarse y a la relativa ausencia de rasgos distintivos característicos y específicos de estos problemas.

La vida nos enfrenta constantemente a situaciones estresantes que pueden tener un impacto significativo en nosotros y que debemos afrontar y superar. Cuando nuestra reacción a estos acontecimientos es desproporcionada y nos sentimos abrumados por situaciones problemáticas, podemos estar sufriendo un trastorno de adaptación (TA). A pesar de que los TA pueden parecer fáciles de definir, son una categoría diagnóstica difícil de precisar. Constituyen uno de los diagnósticos más polémicos y han generado intensos debates, especialmente en las últimas décadas, aunque siguen siendo uno de los más utilizados por los profesionales de la salud mental.

Sin embargo, los TA son una de las categorías menos investigadas y se ha acumulado escasa evidencia sobre su fenomenología, su relación con otros trastornos y su evolución. Esta situación es preocupante debido a la alta frecuencia con la que se utiliza en la práctica clínica. Dos encuestas auspiciadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) muestran que tanto los psiquiatras como los psicólogos clínicos informan de su elevado uso (séptimo y noveno lugar, respectivamente, entre las categorías diagnósticas más utilizadas). Sin embargo, estos estudios también revelan la insatisfacción e incomodidad de los profesionales con las definiciones y criterios diagnósticos propuestos por los sistemas oficiales, lo que pone en evidencia las debilidades y fallos en su conceptualización actual.

Los trastornos de adaptación (TA) han sido conceptualizados como un grupo de síntomas «subclínicos» asociados a un evento o situación estresante que los desencadena. Esta categoría diagnóstica se ha utilizado frecuentemente como una categoría residual para diagnosticar a aquellos pacientes que no cumplen los criterios diagnósticos de otros trastornos, especialmente depresión o trastornos de ansiedad (Baumeister y Kufner, 2009), o como un diagnóstico provisional cuando no está claro si el curso concluirá con un trastorno afectivo o postraumático posterior (Strain y Diefengocher, 2008). En este sentido, a menudo se han descrito como el «cajón de sastre» de los esquemas de clasificación psiquiátrica (Casey y Bailey, 2011).

Clasificación y diagnóstico de los trastornos de adaptación

En todos los sistemas de clasificación de trastornos mentales, los Trastornos de Adaptación (TA) se definen como una respuesta de inadaptación a uno o varios eventos estresantes, que pueden manifestarse a través de diversos síntomas emocionales (ansiedad, depresión, ira, etc.) o del comportamiento (absentismo, violencia, etc.). La presencia de un estresor o varios estresores que desencadenan el trastorno y la interferencia notable en el funcionamiento personal, social o laboral son requisitos necesarios para el diagnóstico. El estresor desencadenante puede ser de diversas características, incluyendo un estresor único o múltiples, recurrentes o continuos, comunes o extraordinarios, y de intensidad leve o severa. Lo importante para el diagnóstico es el impacto de desajuste que causa en la persona.

Los trastornos de adaptación en el DSM-5

En cuanto al DSM, el trastorno de adaptación aparece con la denominación actual en su tercera versión (DSM-III, APA, 1980). En la primera versión (DSM-I, APA, 1952), se denominaba «Trastornos de personalidad situacionales transitorios» y se clasificaba según el momento evolutivo en el que aparecía: «Reacción adaptativa de la niñez», «Reacción adaptativa de la adolescencia», «Reacción situacional adulta» y «Reacción adaptativa de la tercera edad». Esta denominación sugería cierta vulnerabilidad personal, pero este matiz desapareció en la segunda versión (DSM-II, APA, 1968), aunque todavía se reconocía su característica transitoria y se etiquetaba simplemente como «Trastorno situacional transitorio».

En la actualidad, el DSM-5 (APA, 2013) lo ubica dentro de la categoría de «Trastornos relacionados con traumas y factores de estrés». Este grupo de trastornos incluye, además de los trastornos de adaptación, el trastorno de apego reactivo, el trastorno de relación social desinhibida, el trastorno por estrés post-traumático (TEPT) y el trastorno de estrés agudo (TEA). Todos ellos tienen en común que la exposición a un acontecimiento traumático o estresante aparece explícitamente como criterio diagnóstico, siendo una condición necesaria, aunque no suficiente, para la aparición de la sintomatología. En las ediciones anteriores del DSM, los trastornos de adaptación no se incluían en ningún grupo particular de trastornos, sino que se situaban al final, entre el código Y («Otros problemas que merecen atención clínica») y los trastornos mentales del eje I, que se suponían más claramente definidos. Sin embargo, a pesar de que esta nueva ubicación pudiera suponer un cierto «reconocimiento» de los trastornos de adaptación, lo cierto es que este es el único cambio que ha habido respecto a la versión anterior, ya que los criterios diagnósticos para este problema siguen siendo los mismos que los planteados en el DSM-IV (1994). Esta falta de variaciones se ha justificado argumentando que los cambios que algunos grupos han propuesto están basados en evidencias aún demasiado limitadas debido a la escasez de estudios empíricos en torno a estos trastornos (O’Donnell et al., 2016).

👁️‍🗨️Criterios para el diagnóstico del Trastornos de adaptación según el DSM-5 (APA, 2013)
Criterio A. Desarrollo de síntomas emocionales o del comportamiento en respuesta a un factor o factores de estrés identificables que se producen en los tres meses siguientes al inicio del factor(es) de estrés.
Criterio B. Estos síntomas o comportamientos son clínicamente significativos, como se pone de manifiesto por una o las dos características siguientes:

Malestar intenso desproporcionado a la gravedad o intensidad del factor de estrés, teniendo en cuenta el contexto externo y los factores culturales que podrían influir en la gravedad y la presentación de los síntomas.
Deterioro significativo en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento.
Criterio C. La alteración relacionada con el estrés no cumple los criterios para otro trastorno mental y no es simplemente una exacerbación de un trastorno mental preexistente.
Criterio D. Los síntomas no representan el duelo normal.
Criterio E. Una vez que el factor de estrés o sus consecuencias han terminado, los síntomas no se mantienen durante más de otros seis meses.
Especificar si:

✅309.0 (F43.21) Con estado de ánimo deprimido: Predomina el estado de ánimo bajo, las ganas de llorar o el sentimiento de desesperanza.
✅309.24 (F43.22) Con ansiedad: Predomina el nerviosismo, la preocupación, la agitación o la ansiedad de separación.
✅309.28 (F43.23) Con ansiedad mixta y estado de ánimo deprimido: Predomina una combinación de depresión y ansiedad.
✅309.3 (F43.24) Con alteración de la conducta: Predomina la alteración de la conducta.
✅309.4 (F43.25) Con alteración mixta de las emociones y la conducta: Predominan los síntomas emocionales (p. ej., depresión, ansiedad) y una alteración de la conducta.
✅309.9 (F43.20) Sin especificar: Para las reacciones de mala adaptación que no se pueden clasificar como uno de los subtipos específicos del trastorno de adaptación.
Especificar si:

Agudo: Si la alteración dura menos de 6 meses.
Persistente (crónico): Si la alteración dura 6 meses o más.

El trastorno de adaptación, según los criterios del DSM-5, se caracteriza por la presencia de síntomas emocionales o conductuales en respuesta a uno o varios estresores identificables. Estos síntomas deben aparecer dentro de los tres meses siguientes al evento estresante y causar malestar desproporcionado o un deterioro significativo en el funcionamiento de la persona. El trastorno de adaptación no incluye otros trastornos mentales o la reacción normal de duelo, y los síntomas deben resolverse en un máximo de seis meses. El DSM-5 también establece subtipos de trastorno de adaptación basados en la sintomatología predominante y la duración de la alteración.

Los trastornos de adaptación en la CIE-11

La Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) ha revisado la conceptualización del Trastorno de Adaptación (TA), ubicándolo junto con otros trastornos relacionados con el estrés y denominando a esta categoría como «Trastornos específicamente asociados con el estrés». Aunque tanto el DSM-5 como la CIE-11 coinciden en que los síntomas del TA no son lo suficientemente específicos o graves para justificar el diagnóstico de otro trastorno mental, difieren en la delimitación de las características diagnósticas de este cuadro clínico. La CIE-11 propone un perfil de síntomas más característicos de este trastorno, elevando el umbral del criterio de significación clínica al requerir tanto la presencia de síntomas específicos de distrés emocional como un deterioro importante en las áreas principales de funcionamiento. Especialistas en el campo del TA consideran que esta nueva definición cambia su estatus de una categoría diagnóstica residual a una categoría sindrómica completa.

👁️‍🗨️Criterios para el diagnóstico del Trastornos de adaptación según la CIE (OMS, 2018)
Entidad padre:
Trastornos específicamente asociados con el estrés
 
Descripción:

El trastorno de adaptación es una reacción desadaptativa a un estresante psicosocial identificable o múltiples factores de estrés (por ejemplo, divorcio, enfermedad o discapacidad, problemas socioeconómicos, conflictos en el hogar o en el trabajo) que, por lo general, surge dentro de un mes del factor estresante. El trastorno se caracteriza por la preocupación por el factor estresante o sus consecuencias, incluida la preocupación excesiva, pensamientos recurrentes y angustiosos sobre el factor estresante, o cavilación constante sobre sus implicaciones, así como por la falta de adaptación al estrés que provoca un deterioro significativo en la vida personal, familiar, social, educativa, laboral o en otras áreas importantes del funcionamiento. Los síntomas no se explican mejor por otro trastorno mental (p. ej., Trastorno del estado de ánimo, otro trastorno asociado específicamente con el estrés) y, por lo general, se resuelven en 6 meses, a menos que el factor estresante persista durante más tiempo.
Exclusiones:

✅Trastorno depresivo recurrente (6A71)
✅Trastorno depresivo de episodio único (6A70)
✅Trastorno por duelo prolongado (6B42)
✅Duelo sin complicaciones (QE62)
✅Síndrome de desgaste ocupacional (QD85)
✅Reacción aguda al estrés (QE84)
✅Trastorno de ansiedad por separación en niños (6B05)
Características esenciales:

✅Reacción desadaptativa a un factor estresante psicosocial identificable o a múltiples factores estresantes (p. ej. un solo evento estresante, una dificultad psicosocial continua o una combinación de situaciones estresantes de la vidas que suele aparecer en el mes siguiente al factor estresante. Entre los ejemplos figuran el divorcio o la pérdida de una relación, la pérdida de un empleo, el diagnóstico de una enfermedad, la aparición reciente de una discapacidad y los conflictos en el hogar o el trabajo.
✅La reacción al factor estresante se caracteriza por la preocupación por dicho factor o sus consecuencias, incluida la preocupación excesiva, los pensamientos recurrentes y angustiosos sobre el factor estresante, y la constante rumie sobre sus implicaciones.
✅Los síntomas ne se explican mejor por otro trastorno mental (p. ej., un trastorno del estado de ánimo, otro trastorno específicamente asociada con el estrés).
✅Una vez que el factor estresante y sus consecuencias han terminado, los síntomas se resuelven en seis meses.
✅La falta de adaptación al factor estresante da lugar a un deterioro significativo en el ámbito personal, familiar, social, educativo, ocupacional o en otras áreas importantes del funcionamiento. Si el funcionamiento se mantiene, es solo a través de un esfuerzo adicional significativo,
Características adicionales:

✅Los síntomas de preocupación tienden a empeorar con cualquier recordatorio de tos factores estresantes, lo que da lugar a que se eviten los estímulos, los pensamientos, los sentimientos o las discusiones asociados a los factores estresantes para evitar la preocupación o el sufrimiento.
✅Entre los síntomas psicológicos adicionales del trastorno de adaptación pueden figurar síntomas depresivos o de ansiedad, así como síntomas impulsivos «externalizantes», en particular, el aumento del consumo de tabaco, alcohol u otras sustancias.
✅Los individuos con trastornos de la adaptación suelen recuperarse cuando se elimina el factor estresante, cuando se proporciona el apoyo suficiente e cuando la persona desarrolla mecanismos e estrategias adicionales para hacerle frente,

Aunque la CIE-11 no especifica subtipos dentro del TA, esta concepción unificada del trastorno podría permitir un mejor entendimiento de la fenomenología y tratamiento del TA. Sin embargo, queda por dilucidar si la versión de la CIE-11 permite delimitar claramente el TA de otros trastornos mentales, como el trastorno depresivo y el trastorno de ansiedad generalizada, que comparten características clínicas similares. Se sugiere la necesidad de un grupo de trabajo conjunto de los comités de ambos sistemas de clasificación para llegar a una conceptualización coherente y consistente del diagnóstico de este trastorno.

Controversias y dilemas que persisten en la clasificación actual de los trastornos de adaptación

La «simplicidad» o «laxitud» de la definición de los TA ha supuesto la generación de una serie de problemas y polémicas que pueden afectar a la utilidad clínica de este diagnóstico.

Diferenciación de las respuestas normales al estrés
Frances (1998). El problema es que el criterio de malestar e interferencia (conocido como criterio de «significación clínica») se basa fundamentalmente en el juicio clínico, que tiene un alto componente subjetivo.

Una de las dificultades para diagnosticar un trastorno de ansiedad (TA) es la delgada línea que separa lo «normal» de lo «anómalo». Aunque esto también es un problema en cualquier diagnóstico en psicopatología, adquiere una especial relevancia en los TA, ya que las diferencias entre sus manifestaciones y «las reacciones adaptativas normales» no están claras. Aunque los sistemas de clasificación enfatizan la necesidad de que los síntomas sean «clínicamente significativos», en la práctica es difícil establecer esta distinción. El DSM-5 utiliza el grado de malestar o la interferencia que provoca el estresor para determinar la significación clínica, pero puede ocurrir que se dé uno u otro y no necesariamente ambos.

Para abordar el problema de etiquetar las reacciones normales al estrés como TA, algunos autores han propuesto que se exija el cumplimiento de ambas facetas del concepto de significación clínica en el DSM-5. Es decir, tanto la presencia de malestar significativo como la presencia de un deterioro en el funcionamiento. Sin embargo, esta propuesta fue rechazada por falta de evidencia empírica que comprobara la mayor especificidad del diagnóstico utilizando ambos requisitos de significación clínica. La CIE-11 sí ha seguido este criterio más exigente y requiere que ocurran ambas facetas para poder decir que se trata de un trastorno mental.

Ninguno de los dos sistemas de clasificación establece una guía clara para ayudar al clínico a distinguir lo que constituye una reacción patológica de lo que sería una reacción «esperable» o normal, salvo señalar que deben tenerse en cuenta las normas culturales con relación a los síntomas y su manifestación. La línea que separaría los TA de las reacciones normales al estrés estaría establecida en función de si la gravedad de los síntomas y/o el nivel de interferencia es suficiente como para justificar la necesidad de recibir asistencia clínica, teniendo en cuenta además que la gravedad no debe superar el umbral de otros trastornos mentales como el trastorno depresivo mayor.

El criterio de malestar e interferencia como criterio de «significación clínica» se basa fundamentalmente en el juicio clínico, que tiene un alto componente subjetivo. Por tanto, el objetivo prioritario es investigar las vías por las cuales los acontecimientos estresantes pueden conllevar desde una reacción adaptativa normal a una reacción clínicamente significativa, para evitar la «patologización» y un exceso de medicalización de la población.

Ausencia de características definitorias positivas y estatus subclínico (subumbral) de los TA

El diagnóstico de los Trastornos Adaptativos (TA) presenta dificultades inherentes, ya que se basa principalmente en la etiología (requiere la presencia de un factor de estrés) y en el curso longitudinal (debe resolverse cuando se elimina el factor de estrés o se alcanza un nuevo nivel de adaptación; de lo contrario, se consideraría un diagnóstico diferente). Además, no se especifican otras características definitorias, especialmente en el DSM, donde no se incluyen criterios específicos de síntomas «positivos» (Strain et al., 2012). Sin embargo, la mayoría de los trastornos psiquiátricos se diagnostican en base al número y duración de los síntomas, mientras que el TA se conceptualiza de manera diferente y se diagnostica sobre la base de diferentes dimensiones (Cosey, 2014).

A pesar de estas dificultades y limitaciones, algunos autores especialistas en este ámbito, como Strain y Friedman (2011), ven en esta ambigüedad un aspecto positivo. Tradicionalmente, esto ha permitido la detección temprana de estados mentales que cursan con un cuadro clínico vago e indiferenciado, pero cuya morbilidad es mayor de lo esperable en una reacción normal, y que pueden ser expresiones prodrómicas de trastornos más específicos. Por tanto, la categoría de los TA ha proporcionado una herramienta útil que ha permitido el diagnóstico y tratamiento de una alteración emocional o de comportamiento que requiere intervención clínica. Sin la existencia de esta etiqueta, esto no sería posible. Es decir, nos permite diagnosticar e intervenir sobre esas «zonas grises» de la psicopatología antes de que los problemas se agraven, se cronifiquen o evolucionen a otros trastornos mentales más complejos.

En relación con la primera cuestión, es evidente que los trastornos de ansiedad (TA) presentan problemas a la hora de diferenciarlos de las presentaciones subclínicas de otros trastornos que hayan sido precedidos por situaciones estresantes. Por ejemplo, las categorías de otros trastornos depresivos o de ansiedad «especificados» y «no especificados» podrían reflejar presentaciones prodrómicas de estos cuadros psicopatológicos. Desde un punto de vista clínico, puede ser difícil decidir cuál de ellos tendría prioridad, ya que ni el DSM-5 ni la CIE-11 dejan clara esta cuestión, y la investigación empírica también ha abordado poco esta problemática. Zimmerman et al. (2013) llevaron a cabo uno de los escasos estudios en los que se compararon pacientes diagnosticados con trastorno depresivo no especificado (siguiendo los criterios del DSM-IV) con pacientes diagnosticados con TA en una muestra de 300 pacientes. Los resultados mostraron que, si bien no existían diferencias significativas a nivel de gravedad de los síntomas y deterioro en el funcionamiento, los pacientes diagnosticados de trastorno depresivo no especificado mostraron más anhedonia, incapacidad para tomar decisiones y aumento de sueño y apetito, mientras que los pacientes con TA mostraron más disminución de apetito, pérdida de peso e insomnio. Además, los pacientes con trastorno depresivo no especificado tenían más probabilidad de presentar trastornos comórbidos, como fobia social y trastorno de personalidad. Sin embargo, dado que no se han llevado a cabo más estudios que intenten replicar estos resultados o que comparen las características asociadas a los TA con aquellas asociadas a las presentaciones subclínicas de otros trastornos, este problema queda pendiente de verificación empírica.

En relación con la segunda cuestión planteada, si los TA se consideran un cuadro clínico leve ya que no llegan a cumplir el número de síntomas y/o su duración para la aplicación de otro diagnóstico psiquiátrico, parece que hay evidencia empírica que no apoya este supuesto. Por ejemplo, diversos estudios han señalado la asociación entre el TA y la ideación y conductas suicidas, y un estudio de revisión sistemática sobre esta temática, realizado por Fegan y Doherty (2019), confirma la presencia de esta importante asociación en distintos países y culturas, fundamentalmente entre la población juvenil y femenina. Entre los factores estresantes más frecuentemente identificados se encuentran los conflictos con el grupo de apoyo primario (familia, pareja y amigos) y los problemas económicos. Como veremos más adelante, el riesgo de conducta suicida es muy relevante en estos trastornos, por lo que la revisión sistemática antes comentada concluye que los TA constituyen un diagnóstico prioritario a tener en cuenta en las iniciativas de prevención del suicidio.

Por lo tanto, no cabe duda de la importancia del diagnóstico de los TA, lo que nos lleva a enfatizar que no se puede equiparar la categoría «subclínica» con «leve» o «poco grave». Como se ha observado, los trastornos transitorios que en principio podrían remitir espontáneamente pueden tener consecuencias muy graves, por lo que no se justifica considerarlos como una categoría subclínica.

El problema del solapamiento y de distinguir tos TA de otros cuadros clínicos

La delimitación entre los trastornos de ansiedad (TA) y otros diagnósticos es un tema problemático en la diagnosis diferencial. Los TA tienen un solapamiento de síntomas evidente con los trastornos depresivos y el trastorno de ansiedad generalizada (TAG), lo que dificulta la diferenciación entre ellos. Además, aunque los eventos estresantes no son un criterio necesario para el diagnóstico de depresión o TAG, pueden ser desencadenantes frecuentes de estos trastornos, lo que complica aún más la distinción. Se han centrado más estudios en la delimitación de los TA y los trastornos depresivos que en la diferenciación entre los TA y el TAG. Sin embargo, dado que la preocupación por el factor estresante es un criterio diagnóstico central en los TA según la CIE-11, se espera que la investigación se centre pronto en la diferenciación entre TA y TAG.

En cuanto al trastorno depresivo mayor (TDM), su umbral de diagnóstico es bajo, lo que puede generar situaciones paradójicas. Por ejemplo, una mujer que presenta síntomas como tristeza, anhedonia, problemas para dormir, falta de apetito y dificultad para concentrarse después de que su hijo haya sido diagnosticado con cáncer puede ser diagnosticada con TA si los síntomas duran 13 días o menos, pero si los síntomas persisten más de 14 días, el diagnóstico debe cambiarse a TDM. Esto puede parecer clínicamente inadecuado y puede llevar a una sobreestimación del trastorno depresivo. Además, algunos estudios han encontrado que no hay diferencias significativas en la gravedad de los síntomas o el deterioro en el funcionamiento entre pacientes con trastorno depresivo mayor (TDM) y trastorno de ansiedad (TA), como lo señala un estudio de Cosey et al. (2006). Sin embargo, es importante destacar que los resultados empíricos en este ámbito no son concluyentes ya que otros estudios han demostrado una mayor gravedad de los síntomas en pacientes con TDM en comparación con pacientes con TA, aunque incluso en estos últimos trabajos, la gravedad de los síntomas de los pacientes con TA se situaba en un nivel moderado, como lo señalan Doherty et al. (2014) y Fernández et al. (2012).

En una línea similar, uno de los escasos estudios longitudinales realizados en este ámbito (O’Donnell et al., 2014) encontró que los pacientes que cumplían los criterios de TA, en comparación con otros diagnósticos (TDM, trastornos de ansiedad, trastorno de estrés postraumático y trastorno por abuso de sustancias), presentaban niveles más bajos de gravedad de síntomas y niveles más altos de calidad de vida, pero el diagnóstico inicial de TA aumentaba el riesgo de ser diagnosticado con otro trastorno psiquiátrico a los 12 meses.

Otro punto importante de superposición entre el TA y el TDM es la ideación y conducta suicida. Estos síntomas constituyen uno de los criterios diagnósticos del TDM, pero algunos estudios que han comparado las ideas, intentos y conductas suicidas entre pacientes con TDM y TA no han encontrado diferencias entre ambos grupos en las medidas de ideación suicida, como lo señala un estudio de Casey et al. (2015). Además, en el caso de los TA, la sintomatología suicida tiene características que los hacen más complejos, ya que la evidencia indica que, en comparación con los pacientes con TDM, en los primeros la ideación suicida aparece con un umbral de síntomas más bajo, el intervalo entre las amenazas de suicidio y las conductas suicidas es más corto (Runeson et al., 1996), y el comportamiento suicida aparece más temprano en el curso del trastorno (Polyakova et al., 1998). Por tanto, estos datos señalan la relevancia que tiene la evolución, prevención e intervención sobre esta grave sintomatología en pacientes con TA.

Por último, es importante destacar que, a pesar de las similitudes y superposiciones entre ambos trastornos y de que las variables revisadas hasta el momento no permiten una delimitación clara entre ellos, hay estudios que muestran que la trayectoria o curso temporal puede ayudar a guiar el diagnóstico diferencial entre ambos cuadros. Por ejemplo, en el TA, la resolución de los síntomas es más rápida y el retorno al trabajo más temprano en comparación con el TDM (Greenberg et al., 1995), y las tasas de readmisión por recaída son más bajas (Jones et al., 2002).

Falta de evidencia empírica para los subtipos

En primer lugar, cabe destacar que el DSM-5 mantiene los mismos subtipos de trastornos adaptativos que el DSM-IV, llegando a incluir hasta seis. Aunque estos subtipos son amplios y no han sido objeto de muchas investigaciones empíricas que apoyen su fiabilidad y validez, como han señalado Maercker y Lorenz (2018). De hecho, los subtipos pueden encubrir las características comunes subyacentes del trastorno, no estar asociados con pronósticos específicos, ni ser relevantes para la selección del tratamiento, y la sintomatología característica es una mezcla de síntomas emocionales y conductuales (Casey y Bailey, 2011; Strain y Diefenbocher, 2008).

Desde la publicación del DSM-5, los estudios realizados no apoyan la existencia de subtipos, sino que el perfil de síntomas más común es el mixto de ansiedad y depresión. Además, la gravedad de los síntomas es la única variable que permite establecer subgrupos dentro de los trastornos adaptativos (O’Donnell et al., 2016). Otros estudios empíricos han puesto a prueba la estructura multidimensional versus unidimensional del trastorno adaptativo y han mostrado una alta interrelación entre los factores, lo que nuevamente pone en entredicho la plausibilidad de los distintos subtipos y apoya una concepción unidimensional del mismo (Glaesmer et al., 2015; Lorenz et al., 2018).

Todos estos motivos y evidencia empírica llevaron al grupo de trabajo de la CIE-11 a recomendar la no inclusión de estos subtipos en su última edición, eliminando los incluidos en las ediciones previas. En la actualidad, los trastornos de adaptación (TA) siguen siendo una categoría problemática en los sistemas de clasificación debido a la falta de un listado claro de síntomas (aunque la CIE-11 está haciendo un intento en este sentido) y de un criterio operacional para sus conductas. Según estos sistemas, cualquier manifestación de una amplia gama de síntomas psicopatológicos puede considerarse un TA si surge por la presencia de un factor estresante y no cumple los criterios de otro trastorno. Esta conceptualización ha sido vista por distintos autores como demasiado amplia y vaga para ser clínicamente útil. De hecho, algunas voces han reclamado que estos trastornos no se incluyan en los sistemas de clasificación.

Sin embargo, autores especialistas en este campo defienden su estatus como condición diagnóstica plena con sus propios criterios diagnósticos específicos. Antes de la publicación del DSM-5, Baumeister y otros (2009) sugirieron que no solo se endurecieran los requisitos de significación clínica, sino que también se intentara una delimitación más precisa de los TA. Para ello, propusieron una redacción que los describía como reacciones adversas a factores de estrés que se asemejan a los síntomas principales de la depresión, los trastornos de ansiedad o de conducta, pero que se clasifican mejor como trastornos de adaptación. Específicamente, estos trastornos se caracterizan por una estrecha relación temporal entre el acontecimiento y la aparición de los síntomas, y se prevé la recuperación espontánea después de un período de adaptación o cuando finalice el factor estresante.

Aunque estas propuestas no fueron recogidas finalmente en el DSM-5, los esfuerzos y reivindicaciones de estos especialistas por dotar a los TA de un estatus diagnóstico más claramente especificado han tenido cierto impacto. De hecho, algunas de sus propuestas han sido contempladas en la versión actual de la CIE-11 (2018).

Referencias

  • Belloch, Sandín, Ramos Campos, and Sandín, Bonifacio. Manual De Psicopatología. 3ª edición. Madrid [etc.]: McGraw-Hill Interamericana De España, 2020. Print.
  • ChatGPT

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