Características clínicas
Los Trastornos Adaptativos (TA) presentan características clínicas muy diversas, pero con una causa subyacente clara. Estos trastornos se desarrollan cuando una persona se enfrenta a situaciones difíciles o estresantes a las que no logra adaptarse adecuadamente. Estas situaciones pueden ser de cualquier tipo, desde problemas personales hasta eventos traumáticos a gran escala, como puede ser el capitalismo neoliberal en el que vivimos.
La sintomatología que experimenta la persona puede variar ampliamente, y puede incluir síntomas emocionales y comportamentales. La única condición necesaria para diagnosticar un TA es establecer una relación causal entre la sintomatología y la situación estresante. Los síntomas más comunes incluyen baja del estado de ánimo, ansiedad, problemas de sueño y concentración, entre otros. En el caso de los niños y adolescentes, los síntomas pueden diferir, y pueden incluir quejas somáticas, problemas de conducta y uso de sustancias. En las personas mayores, las quejas somáticas y la ansiedad sobre la salud son comunes.
Es importante destacar que la duración del TA está estrechamente relacionada con la duración de la situación estresante que lo causa. Por lo tanto, un TA no puede durar más de seis meses después del cese del estresor. Sin embargo, se ha observado que en algunos casos, los TA pueden durar más tiempo si la situación estresante es crónica. A pesar de esto, faltan estudios a largo plazo para comprender mejor la trayectoria de los TA.
♀️Epidemiología y curso evolutivo
En cuanto a la prevalencia e incidencia de los trastornos de adaptación (TA) en la población, es importante destacar la escasez de datos disponibles en comparación con otros trastornos mentales. Los TA no han sido incluidos tradicionalmente en los grandes estudios epidemiológicos realizados, y contamos con menos datos e investigaciones que en otras categorías diagnósticas. Además, la diversidad de la procedencia de las muestras utilizadas y los problemas relacionados con los instrumentos de diagnóstico y evaluación han afectado la variabilidad de los resultados de los estudios que analizan la prevalencia de los TA en la población general. Por ejemplo, algunos estudios han señalado tasas de prevalencia en la población general de menos del 1%, pero son criticados por las limitaciones de las herramientas diagnósticas utilizadas.
El proyecto ODIN (Outcome of Depression International Network Project) es uno de los escasos estudios epidemiológicos en los que se ha incluido la evaluación de los TA. Debido a que su objetivo era detectar trastornos con sintomatología depresiva siguiendo los criterios de la CIE-10, solo se contempló el subtipo de TA con estado de ánimo depresivo. Este estudio se realizó en cinco países europeos (Finlandia, Irlanda, Noruega, España y Reino Unido) y se incluyó tanto población urbana como rural de edades comprendidas entre los 18 y los 64 años. Los resultados mostraron una prevalencia global de TA con sintomatología depresiva del 0,3%, observándose variaciones muy importantes entre países y siendo Finlandia el país con la prevalencia más alta (0,8% en población urbana y 1% en la rural). Sin embargo, estos datos han sido criticados por los problemas de definición del TA y la escasa sensibilidad de los instrumentos de evaluación para diagnosticar este trastorno.
Los estudios epidemiológicos más recientes, llevados a cabo siguiendo la propuesta diagnóstica de los TA defendida por Maercker et al. (2007), tampoco han obtenido tasas mucho más elevadas. Por ejemplo, en un estudio llevado a cabo con población alemana (Maercker et al., 2012), se observó una prevalencia de 0,9% cuando se requería la presencia no solo de síntomas, sino también de deterioro significativo en el funcionamiento debido a ellos. Cuando se utilizó como criterio exclusivo la presencia de síntomas, la prevalencia se incrementó hasta un 1,4% adicional. Actualmente, hay otros datos que, utilizando instrumentos de evaluación más recientes, han encontrado tasas de prevalencia de alrededor del 2% (Glaesmer et al., 2015).
No obstante, estas tasas de prevalencia aumentan significativamente cuando se estudian poblaciones específicas. Por ejemplo, según algunos estudios, la prevalencia del TA puede alcanzar hasta el 27% en personas desempleadas (Perkonigg et al., 2018) y el 18% en personas en duelo (Killikelly et al., 2019). Otra población que se ha investigado con frecuencia es la que padece una enfermedad médica, ya que se cree que la presencia de un TA puede complicar el curso de la enfermedad y prolongar la hospitalización. De hecho, en el caso de la hospitalización por enfermedad aguda, el TA es el diagnóstico más común, con una tasa del 14%, más del doble que la de los trastornos depresivos y de ansiedad (Silverstone, 1996). En el caso de las enfermedades crónicas, estas tasas aumentan significativamente, como en el caso de los pacientes oncológicos, donde se ha informado de una tasa de prevalencia del 15-19%, comparable a la del trastorno depresivo mayor y superior a la de los trastornos de ansiedad (Mitchell et al., 2011). Además, hay datos que indican una prevalencia del 35% en mujeres (Okamura et al., 2000). Por último, en el estudio longitudinal mencionado realizado por O’Donnell et al. (2016), se encontró que la prevalencia de estos trastornos era del 19% a los tres meses y del 16% a los doce meses, lo que lo convierte en el trastorno mental más diagnosticado en esta población.
FUENTE | PREVALENCIA T. ADAPTATIVOS | PREVALENCIA GLOBAL | PREVALENCIA (3 meses) | PREVALENCIA Anual |
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No se cita | menos del 1% | ➖ | ➖ | ➖ |
Okamura et al. (2000) Pacientes oncológicos (solo mujeres) | 35% | ➖ | ➖ | ➖ |
Proyecto ODIN (2001) Población general entre los 18 y los 64 año. criterios de la CIE-10, sólo se contempló el subtipo de TA con estado de ánimo depresivo | ➖ | 0,3% | ➖ | ➖ |
Proyecto ODIN (2001) Finlandia | ➖ | 0,8% en población urbana y 1% en la rural | ➖ | ➖ |
Mitchell et al. (2011) Pacientes oncológicos | 15-19% | ➖ | ➖ | ➖ |
(Maercker et al. (2012) Población ALEMANA. se utilizó como criterio la presencia de síntomas y deterioro significativo en el funcionamiento a causa de ellos. | 0,9% | ➖ | ➖ | ➖ |
(Maercker et al. (2012) Población ALEMANA. se utilizó como criterio exclusivo la presencia de síntomas | 0,9% + 1,4% | ➖ | ➖ | ➖ |
*DSM-5 (APA 2013) Población clínica (tratamiento ambulatorio) | 5 y el 20 % | ➖ | ➖ | ➖ |
*DSM-5 (APA 2013) Población clínica (consulta psiquiátrica hospitalaria) | 50 % | ➖ | ➖ | ➖ |
Glaesmer et al. (2015) | alrededor del 2% | ➖ | ➖ | ➖ |
O’Donnell et al. (2016) Población de veteranos militares de EEUU (3.157 veteranos) | ➖ | ➖ | 19% | 16% |
Perkonigg et al. (2018) Personas en situación de desempleo | 27% | ➖ | ➖ | ➖ |
Killikelly et al. (2019) Personas en situación de duelo | 18% | ➖ | ➖ | ➖ |
Se sabe muy poco sobre el curso de los TA, ya que existen pocas investigaciones al respecto. En general, se cree que es un trastorno transitorio que suele remitir espontáneamente y cuya duración no supera el estresor que lo origina o sus consecuencias. No obstante, algunos estudios realizados en poblaciones específicas sugieren que los síntomas pueden incrementarse con el tiempo y evolucionar hacia un trastorno más grave. Por ejemplo, el estudio mencionado de O’Donnell et al. (2016), que analizó la trayectoria longitudinal de los TA, encontró que las personas con TA a los tres meses del estresor (sufrir una lesión) tenían tres veces más probabilidades de ser diagnosticadas con un trastorno más grave (como el trastorno de estrés postraumático, el trastorno depresivo mayor o el trastorno de ansiedad generalizada) a los doce meses. Además, más del 34% de los pacientes con TA seguían cumpliendo los criterios para este diagnóstico después de doce meses, lo que sugiere que este trastorno no es tan breve y transitorio como se pensaba, al menos no en todos los casos.
Diagnóstico diferencial y comorbilidad de los TA
La conceptualización de los trastornos de adaptación como un cuadro subclínico implica que se les considera como un diagnóstico de exclusión. Esto significa que no pueden ser diagnosticados cuando la sintomatología relacionada con el estrés cumpla los criterios de otro trastorno mental o cuando se trate de la exacerbación de un trastorno preexistente. Al realizar el diagnóstico diferencial de los trastornos de adaptación, es importante tener en cuenta que existen otros diagnósticos en los que es posible un solapamiento de síntomas. En este sentido, destacan principalmente tres categorías.
Trastorno depresivo mayor
A pesar de que los sistemas de clasificación establecen que no se puede diagnosticar un trastorno de adaptación si la persona cumple los criterios de un trastorno mental, especialmente en respuesta a un evento estresante, las dificultades conceptuales persisten. En este sentido, la comorbilidad de los trastornos mentales puede dificultar aún más el diagnóstico, ya que se requiere determinar si la sintomatología es específica de cada trastorno. El DSM-5, por ejemplo, menciona que una persona puede tener tanto un trastorno depresivo o bipolar como un trastorno de adaptación, siempre y cuando se cumplan los criterios para ambos. Sin embargo, esto puede generar confusión, ya que un factor estresante en la vida puede exacerbar los síntomas de un trastorno depresivo mayor. En consecuencia, es importante que el DSM-5 proporcione una orientación clara para ayudar a los profesionales clínicos a diferenciar entre estos trastornos y garantizar un diagnóstico preciso.
Trastorno de estrés postraumático y trastorno de estrés agudo
Mientras que los trastornos de estrés agudo y postraumático suelen estar asociados a situaciones que implican un riesgo grave de violencia, lesión o muerte, los factores estresantes que pueden precipitar la aparición de trastornos de adaptación pueden ser de cualquier nivel de gravedad. Por tanto, el diagnóstico diferencial entre estos trastornos se basa en el curso temporal y el perfil de síntomas.
El trastorno de estrés agudo se diagnostica dentro del periodo de tres días a un mes después del acontecimiento traumático, mientras que el trastorno por estrés postraumático no se puede diagnosticar hasta después de un mes. Por su parte, el TA puede aparecer de forma inmediata y persistir hasta seis meses después de la exposición a un acontecimiento traumático o sus consecuencias. Sin embargo, dado su carácter subclínico, solo se puede diagnosticar como TA cuando los síntomas presentados no alcanzan el umbral para el diagnóstico de los trastornos de estrés agudo o postraumático.
El DSM-5 reconoce la posibilidad de que una persona desarrolle el patrón completo de síntomas del trastorno de estrés agudo o postraumático en respuesta a un acontecimiento estresante que no cumple con los requisitos de gravedad establecidos por este sistema de clasificación para que se considere «traumático». En este caso, el diagnóstico adecuado es el de TA. Aunque no se incluyen estos síntomas en los seis subtipos especificados dentro del TA, según el DSM-5, la persona debería recibir el diagnóstico de TA subtipo «sin especificar». Este modo de proceder diagnóstico permite incluir manifestaciones clínicas muy diferentes dentro de la categoría diagnóstica de TA, que pueden requerir diferentes intervenciones terapéuticas.
Trastornos de la personalidad
Es importante destacar que ciertos trastornos de personalidad pueden aumentar la vulnerabilidad de una persona ante situaciones de estrés, lo que puede provocar la aparición de síntomas similares a los del TA. Asimismo, el estrés puede agravar los síntomas de algunos trastornos de personalidad. Por esta razón, es crucial tener en cuenta la historia previa del individuo y evaluar el funcionamiento de su personalidad para distinguir entre trastornos de personalidad y TA. En este sentido, es posible diagnosticar ambos trastornos de forma comórbida solamente si los síntomas relacionados con un evento estresante exceden los síntomas desadaptativos propios del trastorno de personalidad.
La etiología de los TA
Maercker et al. (2007) señalan que un modelo explicativo de los TA debe explicar por qué algunas personas experimentan un malestar intenso y desproporcionado en situaciones estresantes, qué procesos determinan la gravedad de este malestar y por qué persiste durante un período prolongado. Aunque ha habido investigaciones durante décadas sobre los TA, no hay modelos que respondan a estas preguntas. La falta de investigación en este campo también se refleja en la escasez de propuestas y modelos teóricos para explicar los TA.
Actualmente, no hay un modelo reconocido que explique por qué algunas personas no pueden adaptarse al estrés. Solo hay algunos intentos preliminares, como los ofrecidos por el grupo de Maercker y el grupo de Botella y Baños, que describen los factores más importantes para entender los TA. Antes de resumir estas dos propuestas, es necesario comentar brevemente los enfoques generales que se utilizan para comprender estos trastornos, basados en planteamientos teóricos que explican las respuestas al estrés y su afrontamiento.
Es importante señalar que el estrés y sus respuestas han sido objeto de investigación desde hace varias décadas, abordado desde diferentes aproximaciones que buscan comprender sus efectos sobre diferentes sistemas en el organismo, incluyendo el sistema nervioso. Para comprender adecuadamente el estrés, es necesario considerar su sustrato biológico y su papel en los procesos de salud y enfermedad. Aunque no es el objetivo de este capítulo resumir la amplia investigación en este ámbito en psicobiología, es importante tener en cuenta que, desde una perspectiva biológica y desde los modelos iniciales de Selye (1936) hace casi un siglo, se plantea que el estrés es una reacción no específica a cualquier tipo de demanda ambiental que amenace la homeostasis. El organismo reacciona con un gran número de respuestas adaptativas que implican la activación del sistema nervioso simpático y el eje hipotalámico-pituitaric-adrenal. La consideración de todos estos mecanismos neurobiológicos es fundamental para entender estas respuestas, pero su exposición va mucho más allá del alcance de este capítulo.
Para entender los trastornos de adaptación (TA), es importante adoptar un enfoque que vea la respuesta al estrés como un proceso transaccional entre la persona y su entorno. El modelo más ampliamente utilizado se basa en la teoría de Lazarus y Folkman (1984), el cual mantiene que las respuestas ante una situación estresante pueden variar significativamente, y esto depende de las valoraciones que la persona haga. Este modelo plantea tres tipos fundamentales de evaluación: la valoración primaria, que se refiere a la evaluación del significado de la situación; la valoración secundaria, que se refiere a nuestra evaluación sobre la controlabilidad del estresor y sobre los propios recursos que tenemos para afrontar la situación; y la reevaluación, que implica procesos de retroalimentación que van surgiendo a medida que se desarrolla la interacción entre el individuo y las demandas externas o internas.
Siguiendo este modelo, una persona puede mostrar intensas respuestas de estrés ante situaciones que no se consideran excesivamente demandantes si las considera muy peligrosas o muy negativas para ella, o si considera que no tiene los recursos suficientes o adecuados para hacerles frente. Este modelo nos permitiría identificar las etapas y procesos más relevantes que nos ayudarían a explicar por qué una persona considera o no una situación como estresante, peligrosa o potencialmente dañina.
En cuanto a teorías específicas del trastorno de adaptación (TA), como mencionamos anteriormente, hay muy pocos modelos teóricos que aborden específicamente este trastorno. De entre ellos, destacamos dos. El primer modelo, del grupo de Maercker (2007), se basa fundamentalmente en las teorías establecidas para el trastorno de estrés postraumático (TEPT). Argumentan que es lógico que los modelos teóricos del TA se aproximen a dos modelos del TEPT y otros trastornos relacionados con el estrés, aunque existan importantes diferencias entre ellos. La principal diferencia es la intensidad de los estresores. Generalmente, el TA está provocado por un evento estresor identificable que suele estar relacionado con situaciones difíciles, pero cotidianas, de carácter eminentemente psicosocial. En la mayoría de las ocasiones, el evento estresante no suele poner en peligro la vida de las personas con TA. Por ello, las respuestas intensas ante el estrés y los cambios biológicos a corto plazo que se producen en el TEPT, como por ejemplo, las reacciones de lucha y huida y los niveles extremadamente altos de hormonas del estrés, pueden que no sean especialmente relevantes a la hora de explicar el TA. Sin embargo, de acuerdo con Maercker (2007), los TA comparten algunos síntomas con estos diagnósticos de su mismo grupo. Así, en los TA también pueden aparecer intrusiones, consistentes en recuerdos involuntarios, recurrentes y angustiosos relacionados con el acontecimiento. Además, también pueden darse síntomas de evitación, referidos a pensamientos, situaciones o actividades, cuyo fin es intentar disminuir el malestar. Por último, se produciría un fracaso en la adaptación, que reflejaría la incapacidad de la persona para procesar adecuadamente la experiencia, manifestándose en cambios comportamentales y emocionales, como el abandono de actividades, cambios en las relaciones interpersonales, disminución de la autoconfianza, etc. Todos estos síntomas se retroalimentan entre sí, provocando que el trastorno se prolongue en el tiempo. Para explicar la presencia de estos síntomas, Maercker se apoya en las teorías del TEPT, como las de Foa y McNally (1996), Ehlers y Clark (2000) o Brewin et al. (1996), que explican por qué surgen las intrusiones y cómo la evitación implica un intento de reducir el malestar que sufren estas personas. De acuerdo con Maercker, estas teorías conformarían la base sobre la cual entender los síntomas del TA, enfatizando que se trata de un trastorno de respuesta al estrés y que, por tanto, los procesos y mecanismos postulados para comprender el TEPT deberían servir igualmente para comprender los síntomas de intrusión, evitación y fracaso en la adaptación del TA (Maercker et al., 2007).
El segundo modelo sería el propuesto por Botella y cols. (2008) indica que la evaluación negativa y distorsionada de un evento estresante y las propias habilidades de afrontamiento son factores importantes que contribuyen a la aparición de trastornos de adaptación. Estas evaluaciones generan un sentimiento de indefensión que conduce a pensamientos negativos, síntomas clínicos y comportamientos desadaptativos, que a su vez alimentan un ciclo negativo y mantienen el problema. Por lo tanto, las estrategias de intervención se centrarían en cambiar las creencias disfuncionales, desarrollar nuevas formas de afrontamiento y mejorar la regulación emocional del individuo, con el fin de aumentar su confianza y capacidad para afrontar los problemas.
Sin embargo, estos modelos no explican completamente por qué algunas personas desarrollan trastornos de adaptación y otras no, ni tienen suficiente respaldo empírico para apoyarlos. Además, no son lo suficientemente completos para explicar la heterogeneidad de los problemas que se clasifican como trastornos de adaptación y sus diferentes trayectorias. Por lo tanto, estos modelos presentan importantes limitaciones al no identificar claramente los factores de vulnerabilidad o protección que pueden explicar por qué algunas personas desarrollan trastornos de adaptación mientras que otras no. Es importante considerar que la experiencia de eventos adversos o estresantes no siempre resulta en trastornos psicopatológicos, sino que también puede conducir a una adaptación positiva y mayor resiliencia. En este sentido, se requiere una mayor comprensión de los factores que hacen que las personas sean más vulnerables o estén protegidas contra el desarrollo de trastornos de adaptación.
Factores de riesgo
En la actualidad, la investigación sobre los mecanismos subyacentes al desarrollo de los trastornos adaptativos (TA) es escasa. Aunque se reconoce la importancia de considerar el papel de la predisposición y la vulnerabilidad individual, los estudios realizados hasta el momento no han identificado variables diferentes a aquellas que se suelen encontrar para otros trastornos mentales. Se ha planteado que las dimensiones de personalidad, como el neuroticismo, la introversión y el psicoticismo, así como rasgos de evitación del daño y puntuaciones bajas en cooperación, autodirección y autotrascendencia, podrían jugar un papel importante en la vulnerabilidad al TA. Sin embargo, estas dimensiones también suelen encontrarse como factores de vulnerabilidad para muchos otros trastornos y no constituyen un factor de riesgo específico para los TA.
Los datos epidemiológicos señalan que los TA tienen una significativa comorbilidad con los trastornos de personalidad, lo que refuerza la importancia que puede tener la personalidad como factor de vulnerabilidad en las respuestas al estrés desadaptativas. Además, las experiencias tempranas, como las experiencias traumáticas y estresantes, el estilo de apego y el exceso de protección, también podrían ser factores de riesgo relevantes para sufrir un TA.
Entre los factores de riesgo para los TA, también se encuentran los déficits en las estrategias de afrontamiento. El uso de conductas y estrategias de afrontamiento desadaptativas, como las estrategias pasivas, autoculpatorias y/o evitativas, parecen estar relacionadas con una mayor sintomatología en los TA. Actualmente, se plantea si variables afectivas como la expresión y regulación emocional podrían tener un papel en la predisposición a estos trastornos. Por ejemplo, la alexitimia, o las dificultades en la capacidad para experimentar y describir las emociones, también se ha considerado un factor de riesgo para los TA.
Por último, un grupo de factores que se ha relacionado con los TA se encuentra en el ámbito social. La presencia de un escaso apoyo social es un factor de riesgo que puede ayudar en la predisposición a desarrollar un TA. Se ha planteado que quizá estas personas cuenten con menos apoyo social en situaciones adversas porque presenten déficits en las habilidades sociales.
Factores de protección
En lo que respecta a los factores de protección, existe menos investigación en comparación con los factores de riesgo. Sin embargo, destaca el estudio de la «resiliencia» como un proceso que facilita la adaptación ante las adversidades. Cabe destacar que la resiliencia no significa una protección total contra los síntomas, sino que se refiere principalmente a la capacidad de movilizar habilidades de afrontamiento que ayudan a mantener el equilibrio ante la adversidad. Además, este constructo no es estático, ya que un individuo puede ser resistente a un tipo de factores estresantes y no a otros, o puede ser resiliente en ciertos momentos de su vida y no en otros. Además, no hay una única vía que conduzca a la resiliencia, sino que son múltiples los factores que contribuyen a ella, algunos de los cuales pueden ser moldeados y otros son fijos.
En general, parece que variables como el optimismo, la flexibilidad cognitiva, el afrontamiento activo, el apoyo social, la dirección y el sentido en la vida, junto con la actividad física y los estilos de vida saludables son factores que influyen y promueven la resiliencia (Casey, 2018). Sin embargo, este es un campo que aún cuenta con escasa tradición en investigación en psicopatología, por lo que se espera que en los próximos años se promuevan muchos estudios en esta dirección para entender mejor cómo algunas personas responden de manera adaptativa y resiliente a las situaciones adversas, y cómo se puede aplicar este conocimiento para mejorar la comprensión de los TA.
Referencias
- Belloch, Sandín, Ramos Campos, and Sandín, Bonifacio. Manual De Psicopatología. 3ª edición. Madrid [etc.]: McGraw-Hill Interamericana De España, 2020. Print.
- ChatGPT