El crecimiento del bebé se caracteriza fundamentalmente porque progresa de la cabeza a los pies. De hecho, las dimensiones de la cabeza de un recién nacido se aproximan bastante más a las de un adulto que el resto del cuerpo. Además, los bebés aprenden a utilizar y a manejar sus extremidades superiores antes que las inferiores. El principio proximodistal hace que el desarrollo se dirige desde las partes centrales del cuerpo hacia las externas. Así, el tronco se desarrolla antes que las extremidades; de la misma manera, el desarrollo de los brazos y las piernas se adelanta al de los dedos de manos y pies.
En los tres primeros meses de vida, el crecimiento es mucho más rápido que el que se produce durante el resto del ciclo vital. En los bebés (0-3 años) podemos observar un aumento de peso y tamaño, pero el mayor cambio se produce en la forma del cuerpo: el tamaño de la cabeza comienza a ser más proporcionado en relación al resto de su cuerpo. Al final de los tres años se observa que el bebé va perdiendo la redondez que le ha caracterizado en sus primeros momentos de vida. En la primera infancia (3-6 años), generalmente los niños adelgazan y empiezan a tener una imagen más atlética. Al mismo tiempo que van perdiendo la «tripita» típica de los bebés, les crece el cuerpo, los brazos y las piernas. Aunque la cabeza sigue siendo relativamente grande en relación al resto del cuerpo, se observa que va siendo más proporcionada. En esta época del ciclo vital, los huesos se fortalecen lo que facilita que los niños desarrollen muchas destrezas motrices. En la infancia intermedia (7-12 años). Los niños en edad escolar siguen creciendo y aumentando su peso. Las diferencias individuales empiezan a ser muy claras y los factores que inciden en el crecimiento (factores que veremos a continuación) han dejado su huella. Empezamos a observar que las niñas retienen un poco más de tejido graso que los niños; tendencia que se mantiene a lo largo de la vida adulta.
En la adolescencia se producen cambios importantes en el aspecto físico. De manera somera, y siguiendo a Papalia y Olds (1992), son los que mencionamos a continuación:
- Crecimiento súbito. En esta etapa se produce un crecimiento repentino de talla y peso que empieza antes en las niñas que en los niños. Dura alrededor de dos años y su final es un síntoma claro de madurez sexual.
- Características sexuales primarias.
- En las niñas: Maduran los ovarios, el útero y la vagina. El primer síntoma de madurez sexual es la aparición del ciclo menstrual (menarquia).
- En los niños: Se agrandan y maduran el pene, los testículos, la próstata y las vesículas seminales. Presencia de esperma en la orina.
- Características sexuales secundarias. En unos y otros la piel se torna más áspera y con mayor cantidad de grasa.
- En las niñas: Crecimiento del pecho y la aparición del vello púbico y axilar.
- En los niños: Cambios en la voz, y el vello en pubis, axilas y cara.
La herencia genética desempeña un papel muy importante en el crecimiento y maduración del niño. Los hijos tienden a parecerse a sus padres; pero el crecimiento también está influido por el contexto donde tiene lugar el desarrollo. Una adecuada nutrición es fundamental para un correcto desarrollo del niño. Existen desórdenes alimentarios que inciden directamente en el desarrollo de la persona. La anorexia nerviosa produce, además de un serio riesgo de la salud de quien la padece. La bulimia supone otro serio problema para el crecimiento y madurez. Tanto las personas anoréxicas como las bulímicas poseen un concepto muy distorsionado de la nutrición y suelen ser depresivas. Las niñas obesas tienden a llegar a la pubertad mucho antes que las no-obesas. En relación a los niños, cabe indicar que los obesos dan el llamado «estirón» más temprano que los no-obesos. Además, tanto niños como niñas suelen tener problemas escolares y dificultades sociales.
El ejercicio o la actividad física diaria son muy beneficiosos siempre y cuando no se realicen de manera extrema. La clase social es otro de los factores que parece influir en el crecimiento y madurez. En líneas generales, se podría decir que la pobreza suele estar asociada con un retraso en el crecimiento y en el desarrollo, especialmente si el ambiente pobre se produce entre los 3 y 36 meses de edad.
Otro factor a tener en cuenta es la existencia de deficiencias físicas. Un mal funcionamiento del tiroides puede provocar enanismo o gigantismo. Los traumas y abusos psicológicos pueden provocar un enlentecimiento del crecimiento. Así, en hogares donde la agresividad es la manera habitual de interactuar entre los miembros de la familia, o la ingesta abusiva de alcohol por parte de alguno de los progenitores, o, incluso, un abuso sexual, podemos encontrar niños y/o adolescentes con baja estatura y poco peso. En una investigación llevada a cabo por Powell, Brasel y Blizzard (1967) encontraron que los niños que vivían en los hogares que acabamos de describir mostraban un bajo nivel de la glándula pituitaria (imprescindible para el crecimiento). Cuando a estos niños se les separaba del hogar familiar y vivían en contextos más armónicos, rápidamente elevaban la actividad de la pituitaria y empezaban a crecer con normalidad.
REFERENCIAS
- García Madruga, Delval, & Delval, Juan. (2019). Psicologia del desarrollo I (2ª ed. rev. ed., Grado (UNED); 6201201). Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia.