D E M O C R A T O P I A

EL MODELO TRANSTEÓRICO DE PROCHASKA Y DICLEMENTE

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James O. Prochaska (nacido en 1942) es profesor de psicología y director del Centro de Investigación para la Prevención del Cáncer de la Universidad de Rhode Island . Es el desarrollador principal del Modelo Transteórico de Cambio de Comportamiento (TTM) a partir de 1983.

Prochaska & DiClemente, basados en su experiencia en psicoterapia, observaron que la gente pasaba por estados de cambio similares sin importar el tipo de psicoterapia aplicada. Dicho modelo intenta describir los cambios por los cuales una persona atraviesa en el proceso de cambio de una conducta problema a una que no lo es, considerando a la motivación como un factor importante en el cambio conductual y atribuyéndole al sujeto el rol activo y concibiendo como un auto-cambiador del comportamiento.

Este modelo parte de la hipótesis fundamental de que la importancia de los di­ferentes factores que afectan el comportamiento de salud depende de las etapas del proceso, así que los aspectos que influyen en el paso de la primera a la segunda etapa son diferentes de aquellos que influyen en la transición de la segunda a la tercera etapa. Desde este punto de vista, los factores son las variables independientes y el cambio de una etapa a otra, la variable dependiente (Sutton, 2007).

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Modelo transteo?rico. Adaptado de Prochaska y DiClemente (2002).

El modelo transteórico intenta integrar distintas teo­rías de cambio de la conducta. Por ello adopta el nombre de transteórico. En su versión más amplia consta de cinco etapas:

  • Precontemplación, cuando la persona todavía no se da cuenta del problema de salud, se niega a cambiar o a realizar alguna acción al respecto en un período de 6 meses.
  • Contemplación, en el momento en que la persona se percata de la necesidad de iniciar una conducta de salud e intenta cambiar, en un período de 6 meses.
  • Preparación, cuando la persona realiza las acciones necesarias para desarrollar la conducta de salud indicada en un período de 30 días.
  • Acción, cuando se está ejecutando, de hecho, la conducta de salud y, por tanto, el cambio de conducta, en menos de 6 meses.
  • Mantenimiento, cuando se ha producido el cambio de comportamiento, con una duración de más de 6 meses.

Además de las etapas propiamente dichas, este modelo incluye otros constructos que afec­tan el proceso de cambio de una etapa a otra. Son el balance en la decisión, la autoeficacia y los procesos de cambio.

  • Balance en la decisión. Ocurre cuando cada cambio de conducta produce un balance entre los pros y los contras de la acción.
  • Autoeficacia. Se la denomina con­fianza en que uno puede realizar el comporta­miento recomendado en diferentes situaciones y se la relaciona con la tentación de implicarse en actividades no saludables.
  • Procesos de cambio. Se refieren a las actividades (ocultas o visibles), por las cuales las personas pasan por las diferentes etapas. Pueden ser pro­cesos experimentales y procesos conductuales.
    • Pro­cesos experimentales. Pueden consistir en la producción de conocimiento si se aprenden nuevas ideas o aspectos que apoyan la acción de salud; un alivio dramático al experimentar las emociones asociadas con la acción de riesgo; una auto-reevaluación si el cambio de conducta implica otro cambio en la propia identidad, y una reevalua­ción ambiental al resaltar el impacto negativo de la acción de riesgo y el impacto positivo de la acción de salud sobre el ambiente físico.
    • Procesos conductuales. Incluyen relaciones de ayuda, cuando se acude a otras personas en busca de apoyo social para llevar a cabo el cambio de conducta; la sustitución de conductas y cogniciones no saludables por otras que lo son; la utilización del refuerzo para incrementarlo en acciones saludables; el control de estímulos o claves de acción que pueden servir como recordatorio e impulso para iniciar acciones saludables, y la liberación social, en el sentido de que se dan cuenta de que las normas sociales cambian en la dirección de apoyo a los cambios de conducta saludables (Sutton, 2007).

El modelo transteórico fue aplicado en sus comien­zos, fundamentalmente, al consumo de tabaco. De un modo muy sencillo, en ese caso, las fases serían:

  1. No considerar seriamente dejar de fumar (precontemplación).
  2. Pensar con decisión en dejar de fumar (contempla­ción).
  3. Plantearse una fecha o período de tiempo en que se va a dejar de fumar (prepa­ración).
  4. Dejar, de hecho, de fumar durante el tiempo propuesto (acción).
  5. Seguir sin fumar en el presente (mantenimiento).

En los procesos de paso de una etapa a otra actúan los procesos de cambio. P. ej., al tratar las recaídas en el tabaco en las cuales hay una transición de las etapas de acción o de mantenimiento a otra previa a la acción (precontemplación, contemplación o preparación), el mo­delo predice que la utilización de cuatro de estos procesos (los cuatro primeros procesos conductuales citados anteriormente) influye en la progresión de la etapa de acción a la de mantenimiento (Prochaska, DiClemente y Norcross, 1992).

En la aplicación de este modelo a diferentes conductas de salud, Prochaska et al. consideran que se ha encontrado un fuerte apoyo a la generalidad de los tres constructos básicos del modelo: las fases de cambio, los pros y los contras de la acción de salud y la integración entre las fases y el balance de la decisión (Pro­chaska, Velicer, Rossi, Goldstein, Marcus, Rakowski, Fiore, Harlow, Redding, Rosenbloom y Rossi, 1994). Algunos trabajos han aplicado, precisamente, esta formulación centrada en este balance. Por ejemplo, aplicado a la prác­tica de ejercicio, se ha encontrado que la fase de precontemplación aporta más razones y con más rapidez en contra que a favor de realizar esta actividad. Mientras que la de mantenimiento, aunque proporciona más ar­gumentos a favor que en contra, no hay dife­ rencias entre ellos (a favor y en contra) en la latencia de su aparición. De esta manera con­cluyen, según este resultado, que es posible que uno de los factores para que la gente no realice ejercicio regularmente sea que las personas, en la fase de precontemplación, no pueden pensar en las razones para hacerlo (Cropley, Ayers y Nokes, 2003). Otros trabajos han apoyado el planteamiento de este modelo (Hall y Rossi, 2008; Velicer, Cumming, Fava, Rossi, Prochaska y Johnson, 2008). Sin em­bargo, también ha recibido críticas que ponen en duda la existencia real de las fases y de la relación lineal entre ellas (Weinstein, Rothman y Sutton, 1998; Sutton, 2000; Sutton, 2007).

Estudios recientes han hecho una aporta­ción muy interesante al aproximar los modelos continuos a los procesuales. En un intento de integración combinan la teoría de la motiva­ción por la protección con el modelo que se está describiendo. Como apoyo al esquema procesual, obtienen que la interacción entre las variables de la Teoría de la motivación por la protección varía en función de la etapa en que se encuentran, así como que son predictoras de la transición de las etapas marcadas por el Modelo transteórico. Por su parte, con­sideran que las etapas de este modelo median la relación entre los determinantes de la teoría de la motivación por la protección. P. ej., encuentran que la vulnerabilidad perci­bida, la gravedad percibida y la eficacia de res­puesta solo difieren en magnitud a través de las fases de precontemplación y contempla­ción; que la autoeficacia es el mejor predictor de la transición de las etapas y del seguimiento de la etapa de mantenimiento, o que la valo­ración de la amenaza y del afrontamiento son los únicos elementos constantes mientras que el resto de las variables son únicas en cada fase (Lippke y Plotnokoff, 2009).

Si se resaltan sus ventajas, el modelo trans­teórico es un modelo que capta el proceso real por el cual se produce el comportamiento de salud. Es optimista ya que mantiene la idea de que, aunque las personas recaigan, tratan de cambiar y permite que se realicen intervenciones en diferentes etapas sin tener que pensar en el hecho de que una sola in­tervención tiene que ser suficiente (Lafreniere y Conner, 2005). También permite su combi­nación con modelos estáticos para completar la interacción de las variables y su función a través de las diferentes etapas. Por ello se considera que se trata de un enfoque complementario que dinamiza los enfoques sociocognitivos clásicos.

La utilización de esta perspectiva como re­ferencia para la intervención permite que, como señala Sutton (2007, p. 246), se pueda sacar el mejor partido de las personas en tra­tamiento al elegir como blanco las variables que se asume que van a influir en la transición de una fase a la siguiente. Por ello puede suponerse que será más eficaz la intervención que en un estudio habitual, en el cual se trata por igual a todos los participantes sin tener en cuenta su fase de cambio.

Referencias.

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