El mundo emocional y afectivo temprano

VERSIÓN 1.5

INTRODUCCIÓN

La inmadurez del neonato se traduce en una infancia prolongada en la que su supervivencia depende de las atenciones y cuidados de los progenitores. Los bebés responden pronto a las emociones de los adultos y exhiben otras tantas expresiones reconocibles por éstos. Desde el nacimiento, el bebé es un ser socialmente competente. Esta afinidad emocional, unida a otros dispositivos de interacción tempranos y a la propia sensibilidad de los cuidadores, permite que rápidamente se establezca entre ambos una estrecha comunicación y se instaure un vínculo afectivo conocido como «apego».

La posibilidad de manipular la realidad internamente permitirá al niño generar una representación mental de la relación vinculante que se conoce como «Modelo Interno de Trabajo» (MIT). Estos modelos, además de ordenar las experiencias vividas, permiten desarrollar expectativas sobre la disponibilidad y seguridad que ofrecen las figuras de apego y podrían afectar al modo en que se afrontan otras relaciones. En este sentido, este primer vínculo es considerado un logro fundamental en nuestro desarrollo psicológico (Moreno, 2006).

EL MUNDO EMOCIONAL DEL BEBÉ

El recién nacido socialmente competente

Inmediatamente tras el parto, el bebé da muestras evidentes de malestar o bienestar. Ello supone competencias para procesar información del entorno y para comunicar sus necesidades y emociones. Desde los primeros días, los neonatos son sensibles a la cualidad de la mirada, en concreto, a la dirección de la misma, un elemento clave en el desarrollo socioemocional. Estas capacidades se consideran una demostración de que el bebé, por una parte, posee una marcada orientación social de carácter innato y, por otra, una sensibilidad hacia el entorno interpersonal.

Batki, Baron- Cohen, Wheelwright, Connellan y Ahluwalia, (2000).La orientación social del recién nacido también se observa en el hecho de que exploren durante más tiempo fotos en las que se muestran caras humanas con los ojos abiertos, frente a otras en las que los párpados aparecen cerrados.
Farroni, Massaccesi, Pividori y Johnson (2004) observaron que, a las 24 horas tras el nacimiento, los recién nacidos mantenían más tiempo la mirada cuando las imágenes representaban una tarjeta con el dibujo de una cara con una mirada directa, que cuando esta mirada se dirigía en otras direcciones.
Nagy, (2006). Los bebés pueden imitar movimientos como abrir la boca, sacar la lengua o parpadear y después de algunas horas, son capaces de imitar la sonrisa, una expresión de sorpresa y movimiento de manos y dedos.

Si esta tendencia inicial del bebé se ve recompensada con un entorno estimulante y afectivo, potenciará que el bebé aprenda de manera sorprendentemente rápida acerca del comportamiento de las personas y la conexión entre acontecimientos sociales y emocionales. Sólo mediante la interacción bidireccional entre predisposiciones biológicas y entorno, a través de reorganizaciones constantes, surgirán nuevas y más sofisticadas competencias. Estas experiencias tienen uno de sus fundamentos en las capacidades del bebé para expresar sus estados emocionales y para reconocer los de las personas con quienes interactúa.

Apuntes sobre las expresiones emocionales tempranas

Charles Darwin (1872). En «La expresión de las emociones en los animales y en el hombre» postula que la expresión de sentimientos básicos como la ira, la alegría, el miedo, el enfado o la sorpresa, mantiene un vínculo biológico con dichos estados emocionales. Esta unión se habría forjado a lo largo de la evolución y explicaría por qué culturas muy diferentes producen dichas expresiones de forma similar.
Ekman y Friesen (1971). En su estudio la tarea consistía en que los fore escuchasen diversas historias que tenían una importante carga emocional. Tras ello, se les solicitó que seleccionasen de entre varias fotografías la expresión que más se adecuase a la historia oída. Pese a que las fotografías correspondían a adultos europeos, con los que no habían tenido contacto previo, los fore realizaron la tarea de emparejamiento con un alto nivel de éxito.
Ekman, (1973). Replica el estudio de 1971 con europeos y obtiene idénticos resultados. Únicamente la discriminación entre la expresión de miedo y sorpresa fue algo más costosa en ambas poblaciones.
Eibl-Eibesfeldt (1973,1979). Comprobó que los niños afectados de ceguera congénita mostraban el mismo repertorio de expresiones básicas que los niños videntes, lo que rechazaba la necesidad de un aprendizaje visual.

Para Darwin, los bebés nacen con capacidad para comunicar sus estados internos mediante las expresiones faciales pertinentes. Esta capacidad sería la base para el reconocimiento de las expresiones emocionales en otras personas. Las ideas universalistas de Darwin también concuerdan con lo que hoy sabemos acerca de las competencias tempranas de expresión de las emociones.

Las emociones básicas

Lewis (2000). El mundo emocional del bebé puede caracterizarse de manera general por dos sensaciones: bienestar y malestar.

Se se denominan emociones básicas a un conjunto de expresiones emocionales (desde las que inferimos estados internos positivos o negativos), de carácter universal, que se encuentran presentes desde el nacimiento o que aparecen durante los primeros meses de vida. Algunas de las emociones básicas mejor estudiadas son la alegría, el enfado, la tristeza y el miedo. Podemos concluir que la alegría se corresponde con un estado interno de bienestar, mientras el enfado, la tristeza y el miedo con una sensación general de malestar.

Sensación de bienestar: La alegría
Sroufe, (1995). Hacia el final del segundo o tercer mes es evidente que el bebé responde con una sonrisa de manera rápida y amplia a las interacciones sociales (de nuevo, preferentemente, las que se producen con sus cuidadores principales). Es lo que se conoce como sonrisa social.
Enesco y Guerrero (2003). Indican que la expresión de sorpresa que aparece entre los 6 y 12 meses no es comparable a la expresión de interés o «sorpresa» que se registra en muchos estudios basados en el paradigma de la habituación y que se limitan, por lo general, a medir la sorpresa por el tiempo de fijación visual. Por tanto, conviene saber que hay diferentes formas de entender y medir la emoción de sorpresa.

Las primeras sonrisas del bebé no se consideran una manifestación de un estado de bienestar. De hecho, desde el nacimiento y hasta el tercer mes, la sonrisa del bebé se debe a descargas neurales que se producen fundamentalmente durante el sueño y, por tanto, son independientes de estímulos externos. Estas muecas se denominan sonrisas endógenas o reflejas.

sensa
  • Primeras semanas de vida. El bebé afianza la sonrisa y la risa cuando está despierto y, cada vez más, como respuesta a la sensación de bienestar como consecuencia de un estímulo agradable.
  • Hacia la tercera semana, la mayoría de los bebés sonríen ante la voz y la cara en movimiento de su cuidador principal.
  • Cerca del primer mes de vida, el bebé sonríe preferentemente ante caras familiares, aunque será la de su cuidador principal la que provoca más rápida y consistentemente la sonrisa y la risa.
  • Hacia el final del segundo o tercer mes, sonrisa social.
  • Hacia la mitad del primer año, el bebé se ríe abiertamente ante juegos, como cuando tapa o destapa la cara o le sopla.
  • Hacia los 12 meses, ante estos mismos juegos el niño reacciona con carcajada abierta.

Considerada una emoción básica, la sorpresa aparece claramente hacia el sexto mes y se va consolidando hasta reconocerse plenamente hacia el primer año. La sonrisa y la risa, es una competencia social esencial, capaz de provocar la atención y promover el mantenimiento de la interacción social y emocional, elemento básico del desarrollo afectivo temprano.

Las expresiones emociones básicas mantienen un nexo ineludible con los estados emocionales que las provocan. Ahora bien, esto no significa que todas las expresiones emocionales universales estén presentes desde el inicio del desarrollo y los datos que usted señala apuntan precisamente en esa dirección.  En concreto, en el neonato observamos la denominada “sonrisa endógena” que parece responder a descargas neurales, y que se trata de una leve mueca no relacionada con la estimulación externa. De igual modo, en estado de reposo y bienestar el bebé puede mostrar una expresión relajada e incluso ligeramente sonriente. No obstante, conviene diferenciar estas primeras “sonrisas” o muecas, relacionadas únicamente con la estimulación interna, de las sonrisas que guardan relación con la estimulación externa y con estados de alegría. Conforme avanza el desarrollo, las reacciones recíprocas entre el bebé y el adulto, muchas de ellas facilitadas y fomentadas por las propias características del bebé -como su sensibilidad al sonido del lenguaje, su atención a los rostros o sus muecas de bienestar-, van dando paso a situaciones interactivas cada más complejas organizadas y sistemáticas. En estas nuevas situaciones se podrá apreciar cómo las caricias, expresiones y cuidados del adulto provocan en el bebé estados de bienestar que se manifiestan de forma nítida. En estos encuentros bebé comienza a exhibir sonrisas claras que acompaña de atención visual y de sonidos de excitación. Más adelante, veremos incluso que junto a las sonrisas y risas pueden aparecer gestos de anticipación como parte de la estructura de un juego sencillo y repetitivo.   En este sentido, como se comenta en el manual, conviene diferenciar la sonrisa, (como expresión de alegría y en respuesta a estímulos externos y sociales) de esa primera mueca que se aprecia en los recién nacidos y que tiene un origen completamente endógeno. Estas sonrisas endógenas comienzan a  ser un fenómeno residual hacia el segundo mes de vida. A este respecto el texto tiene una errata, ya que debería indicar que desaparecen hacia la tercera semana de vida, no hacia el tercer mes.

Equipo Docente.
Sensación de malestar: Tristeza, enfado y miedo
Izard (1991). Las emociones básicas nos indican un sentimiento subjetivo del bebé (la experiencia de placer, confort o malestar); una modificación del estado psicológico que se relaciona con una activación fisiológica determinada (por ejemplo, el llanto cuando está sobreestimulado) y un comportamiento congruente que caracteriza cada una de las sensaciones del bebé (si el niño está sintiendo malestar, lo expresará de una manera característica y diferente a cuando se siente seguro o calmado).

El niño también muestra desde el comienzo de su vida emociones relacionadas con sensaciones de malestar o disconfort. Uno de los correlatos fisiológicos y comportamentales de emociones no placenteras más importantes es el llanto.

  • Desde el nacimiento, el llanto es un buen informante de que el niño siente malestar.
  • Hacia los 4 meses parece haber un cambio significativo tanto en la intensidad como en la frecuencia del llanto respecto a los acontecimientos que lo provocan. Síntomas de enfado.
  • Hacia el cuarto o sexto mes, es cuando se sitúa la aparición de la emoción de enfado que se manifestará de manera más nítida hacia el séptimo u octavo mes.
  • Hacia el séptimo u octavo mes, el enfado se muestra de forma más compleja, lo que indica una mayor maduración cerebral pero también un mayor desarrollo social y cognitivo ya que incluye estrategias como girar la cabeza de manera ostensible, patalear o cerrar la boca para no seguir comiendo algo que le desagrada.
malestar

El llanto también puede aparecer como consecuencia de otra emoción displacentera, el miedo. El miedo es una emoción básica que puede apreciarse alrededor del séptimo mes de vida. En lo que respecta al llanto, cuando se trata de miedo a los extraños, el niño pone en juego toda una cohorte de comportamientos de evitación, rechazo y huida.

Reconocimiento temprano de las emociones

Haviland y Lelwica (1987). Encontraron que los bebés de diez semanas responden de forma diferente según sea la expresión emocional de la madre. Por ejemplo, cuando las expresiones emocionales de las madres participantes en sus estudios eran de alegría, los bebés manifestaban expresiones faciales, vocalizaciones y comportamientos de alegría, parecían contentos; cuando la madre ponía cara de enfado, los bebés se quedaban quietos o ponían expresiones de enfado y cuando la madre expresaba tristeza, los pequeños succionaban o movían los labios.
Montague y Walker-Andrews (2001). En el contexto del juego del «cucú-tras» entre bebés de 4 meses y sus madres encontraron que a esta edad los bebés diferencian entre expresiones emocionales, las reconocen, detectan cambios en ellas y responden de una manera afectivamente congruente. Para los bebés de estas edades el mundo emocional es relevante, demuestran una sensibilidad temprana a la emoción y son capaces de expresar y modificar su estado emocional en función de lo que interpretan en el otro.
Witherington, Campos, Harriger, Bryan y Margett (2010). Revisión de los estudios sobre discriminación temprana de expresiones emocionales.
-. Hacia los 4 meses los bebés son capaces de distinguir entre caras que muestran emociones de alegría, tristeza y miedo.
-. Entre el cuarto y sexto mes, discriminan expresiones de alegría, enfado y expresiones faciales neutras, además, muestran una marcada preferencia por caras que transmiten alegría.
-. Entre los 5 y los 7 meses, los bebés incluyen el reconocimiento de la expresión facial de sorpresa, pero, además, pueden discriminar entre expresiones que indican la intensidad de estas emociones.

Los bebés son capaces de mostrar sus emociones, son sensibles a aspectos clave de los intercambios sociales como la mirada o gestos faciales (como abrir la boca o sacar la lengua). Un paso más es saber si los bebés son capaces de reconocer emociones. La percepción e interpretación de las expresiones emocionales es un elemento fundamental del desarrollo social, ya que tienen un marcado carácter de intención comunicativa. A pesar del gran número de investigaciones que se llevaron a cabo desde finales de la década de los noventa, éstas se desarrollaron en el entorno de laboratorio y con caras estáticas (dibujos o fotografías) lo que puede suponer un problema a la hora de generalizar sus resultados. Para salvar el escollo de la validez ecológica, otro gran número de investigaciones se han llevado a cabo siendo la madre la que modifica su expresión facial y en las que se introduce otro elemento clave de la comunicación emocional, el tono de voz. Pero el mundo emocional se fundamenta también en la capacidad para expresar emociones. Desde el nacimiento el bebé es socialmente competente ya que nos informa de sus estados internos y reacciona de manera diferencial a los estímulos sociales externos.

EL APEGO COMO VÍNCULO EMOCIONAL Y AFECTIVO

Los inicios de la teoría del apego

René Spitz, (1945). Investigó las anomalías que mostraban los niños criados en instituciones que presentaban condiciones deficitarias de cuidado y afecto. Muchos de estos niños aparecían postrados en camas, inexpresivos y pasivos, padeciendo lo que el autor calificó como el síndrome del hospitalismo.
René Spitz, (1946). Concluyó que bastaban seis meses de buena relación con la madre para que su separación repercutiese negativamente en el niño, dejándole sumido en lo que denominó depresión anaclítica.

Las propuestas conductistas mantenían que el origen de la preferencia del niño por su madre (o por cualquier adulto) era fruto de la contingencia con situaciones agradables (aprendizaje asociativo). Para el psicoanálisis las raíces de nuestra vida emocional se encontraban en la primera infancia y, en concreto, en el lazo afectivo entre el hijo y su madre. Para Spitz y otros psicoanalistas, la separación del niño de su madre supone una ruptura o una falta de oportunidad para establecer un lazo afectivo con el objeto de amor: la madre. Ello supone una respuesta de duelo y depresión que interfiere y/o altera el curso normal de desarrollo, que culmina en un estado de desintegración psíquica.

Aportaciones desde la etología
Konrad Lorenz (1952). Descubre que, tras el nacimiento, las crías de pollos y patos siguen al primer objeto que ven en movimiento (impronta o troquelado), lo que favorece que las crías se mantengan cerca de sus progenitores y a salvo de los predadores.
Harlow y Harlow, (1962). Investigando la capacidad de aprendizaje en los monos Rhesus, detectaron los efectos negativos de la deprivación afectiva. Los Harlow aislaron a un grupo de crías para instruirlas sin el efecto contaminante de los refuerzos o castigos que pudieran dispensarles sus madres. De forma imprevista, la separación tuvo consecuencias fatales para las primeras, que comenzaron a mostrar episodios de terror y conductas autocentradas o depresivas. Concluyeron que, si existe alguna conducta instintiva en los monos, ésta se dirige hacia la búsqueda de afecto y protección, y no de comida.
Hess, (1970). Aclara que la conducta social debe entenderse en un sentido amplio, incluyendo no sólo las relaciones filiales sino también otras, como las conductas de emparejamiento o cortejo.

La impronta o troquelado favorece que las crías se mantengan cerca de sus progenitores y a salvo de los predadores y a diferencia de los aprendizajes por asociación, la impronta presenta algunas características distintivas, como la existencia de un periodo crítico en el que el seguimiento es fácil de establecer. Trascurrido el periodo crítico, estimado en 24 horas tras el nacimiento, los polluelos difícilmente desarrollarán conductas de seguimiento hacia objeto paternal alguno.

La investigación social en los monos también ha estado ligada a la utilización de una variante experimental que trata de explorar las desventajas de la deprivación afectiva. Es así como sabemos que un año de total aislamiento social puede hacer que estos animales se muestren miedosos o indiferentes a las relaciones sociales, prácticamente de forma perpetua. Aislamientos menos prolongados pueden potenciar conductas agresivas en la adultez. Cuando la realidad es menos adversa (como en el caso de crías cuidadas por otras o de periodos de aislamiento no mayores de tres meses) las posibilidades de un comportamiento social adecuado y de una maternidad o paternidad no peligrosas aumentan significativamente.

La separación de la madre durante la primera infancia
James y Joyce Robertson (1952). Filmaron separaciones de niños y padres en circunstancias que se consideraban cotidianas para la época como cuando había que intervenirles quirúrgicamente. «Un niño de dos años va al hospital», más tarde sería publicado en forma de texto comentado junto al médico y psicoanalista John Bowlby, supuso otro de los pilares de la posterior Teoría del Apego.
John Bowlby (1958). Propone tres fases en las que se desarrolla la progresiva separación afectiva del niño: fase de Protesta, fase de Desesperanza y fase de Desapego.

Las filmaciones de los Robertson siguen constituyendo una valiosa muestra de los efectos de la deprivación/separación materna.

«Un niño de dos años va al hospital» (1952)

John Bowlby aúna lo observado por su experiencia con los resultados de Spitz y los del trabajo de los Robertson y propone tres fases en las que se desarrolla la progresiva separación afectiva del niño:

  • Fase de Protesta. Se produce durante los primeros días de la separación y se manifiesta en la búsqueda y llamadas a la madre.
  • Fase de Desesperanza. Se observa tras unos días de separación. El niño deja de llorar, se muestra resignado y abatido.
  • Fase de Desapego. Si la separación se prolonga, el niño parece recobrar el interés por el entorno, aunque sus interacciones son superficiales y, con frecuencia, desajustadas.

Estas descripciones supusieron un hito acerca del papel no sólo del efecto que tiene en el niño la separación de su madre sino, del papel del vínculo de apego como condición del cuidado infantil y su relación con la salud mental.

Concepto y formación del apego en la primera infancia

John Bowlby (1958). Elabora un modelo en el que muestra cómo este vínculo se construye a partir de unos primeros dispositivos que predisponen al bebé hacia el contacto social (como la succión, el llanto, la sonrisa, el seguimiento visual, o la tendencia a la adhesión).
John Bowlby (1969). Define el apego como un vínculo de naturaleza especial y específica que une al niño con su cuidador principal. Aunque sería arbitrario señalar una etapa particular como la génesis del apego, en la tercera etapa el niño muestra comportamientos evidentes de que se encuentran presentes comportamientos de apego que terminan de refinarse hacia la cuarta etapa.

Según Bowlby, la extensa y desvalida infancia del bebé hace necesaria la creación de un fuerte vínculo con la madre, o con quien actúe como tal, que vele por la proximidad física entre ambos. Para Bowlby, el vínculo afectivo se refleja en conductas que tienen por objetivo mantener el contacto con la madre. Dichas conductas pueden variar en función del nivel de desarrollo del niño, no obstante, el objetivo del contacto, la proximidad y la búsqueda de seguridad psicológica, permanece inalterado.

Fases en el desarrollo del vínculo afectivo según Bowlby:

  • Fase 1: Orientación y señales sin discriminación de figura (desde el nacimiento hasta las ocho/doce semanas). El bebé muestra su preferencia por estímulos sociales y reacciona ante las voces más familiares, pero no hay evidencias de que pueda reconocer a las personas en cuanto a tales. El ajuste social viene favorecido por ciertas pre-adaptaciones (como el llanto, la imitación y la sonrisa refleja, la preferencia por rostros, etc.) que tienden a incrementar el tiempo que el niño está en la proximidad de un compañero. Se trata de sistemas de relación muy básicos y su evolución dependerá de la reacción del adulto.
  • Fase 2: Orientación y señales dirigidas hacia una o más figuras discriminadas (entre los dos/tres meses y los seis/siete). La sensibilidad del adulto favorece el inicio de las primeras señales verdaderamente sociales, como sonreír o imitar en respuesta a invitaciones y acciones del adulto. Es característico que el bebé comience a manifestar su inclinación por algunas personas, con las que se producen reacciones mucho más intensas. No obstante, aún se deja cuidar por desconocidos y no muestra muchas diferencias al separarse de la madre o de otras personas.
  • Fase 3: Mantenimiento de la proximidad hacia una figura por medio tanto de la locomoción como de señales (desde los seis/siete meses a los veinticuatro). Las respuestas amistosas indiscriminadas se reducen y la búsqueda de la proximidad de la madre se hace patente. Así, el seguimiento de la madre, el saludo a su vuelta y su utilización como base segura para explorar, son conductas propias de esta etapa. Asimismo, es común que el bebé seleccione a unas pocas personas que se convierten en figuras de apego subsidiarias a la madre. Por último, esta predilección social se expresa mediante el rechazo a los extraños. Precisamente, la crisis de separación o angustia de separación subraya lo difícil que es en esta etapa separar al bebé de sus figuras de crianza. En definitiva, el bebé quiere mantener la proximidad con la figura de apego y la distancia con los extraños.
  • Fase 4: Formación de una asociación con adaptación al objetivo (desde los veinticuatro meses en adelante). Las mayores posibilidades lingüísticas del niño y su facultad de concebir a la madre como un objeto persistente en el tiempo (noción de permanencia del objeto) relajan su tendencia a seguirla. En adelante, podrá saber de los motivos que la inducen a desaparecer, al tiempo que imaginarla y representarla en su mente; por ello, algunos autores informan de que, en este momento, las madres que explican a sus hijos las razones de su separación y el tiempo que ésta va a durar obtienen reacciones más serenas. Asimismo, hay que señalar que en el segundo año también se iniciarán las primeras estrategias para tratar de influir en la conducta materna.

Patrones de apego

Ainsworth (1967). Propuso que, si bien en todas las culturas los niños muestran algún tipo de apego hacia sus padres hay, no obstante, diferencias notables en el carácter que éste adopta.
Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, (1978). Diseñaron un procedimiento de observación para evaluar el grado de seguridad que el niño deposita, se conoce como la situación extraña.
Mary Main y Judith Solomon (1986, 1990). Revisaron los trabajos de Ainsworth y cols., describen un comportamiento al que denominaron patrón de apego desorganizado o desorientado.
Spangler y Grossmann, (1993). Se ha observado que estos niños responden a la marcha de la madre con una elevación cardiaca y con un nivel de cortisol en saliva similar a los que se registran en niños con apego seguro.
DeKlyen y Greenberg, (2008). Los niños con apego desorganizado presentan mayores problemas de autorregulación emocional, con niveles más altos de estrés, así como también peores resultados en los ámbitos socioemocionales y cognitivos.
DeKlyen y Greenberg, 2008). Los niños con apego desorganizado presentan, también, mayores problemas de autorregulación emocional, con niveles más altos de estrés, así como también peores resultados en los ámbitos socioemocionales y cognitivos.
Fearon, Bakermans-Kranenburg, van IJzendoorn, Lapsley, y Roisman, (2010). Los apegos inseguros se asocian con un mayor riesgo de desajuste psicológico, en concreto con más altas tasas de sintomatología externalizada (p. ej., agresión, comportamientos desafiantes).
Groh et al., (2014). Estudios meta-analíticos encuentran una relación significativa entre el desarrollo social infantil (p. ej. competencia social con los iguales) y el apego seguro.

Los niños con un patrón de apego desorganizado o desorientado tienen una conducta difícil de describir. Su comportamiento es inestable y contradictorio y no parece responder a ninguna organización lógica. Este patrón atípico lo suelen presentar niños que han sufrido alguna experiencia de maltrato. El temor y la falta de coherencia que expresan estos niños responden a las reacciones imprevisibles y atemorizantes del adulto.

Como sabemos, el vínculo seguro es el que se asocia con mejores índices de ajuste social y psicológico. Aun así, cuando un niño presenta un apego seguro, evitativo o resistente, en los tres casos, podemos apreciar una pauta de comportamiento organizado. Por ejemplo, los niños con apego ansioso parecen mantenerse vigilantes y lo más cerca posible del adulto. Por el contrario, a los niños con apego evasivo parece no preocuparles el hecho de exponerse continuamente al alcance de otras personas. Pese a sus diferencias, en ambos casos, apreciamos comportamientos identificables y que responden por tanto a un patrón, a una organización. Algunos autores, como Chisholm (1996), señalaban que, en cierto sentido, los diferentes intentos por procurar el contacto con la figura de crianza representan respuestas que podrían ser consideradas adaptativas en según qué circunstancias. Por ejemplo, cuando el adulto no se percibe suficientemente disponible para la ayuda podría estar justificado mantenerse vigilante y lo más cerca posible del adulto. Igualmente, cuando la persona de referencia no se muestra mínimamente implicada, podría resultar adaptativo exponerse continuamente al alcance de otras personas. Interpretaciones aparte, lo cierto es que, en común con el apego seguro, estos dos tipos de apego inseguros revelan un patrón de respuesta y suponen por tanto una forma de reacción organizada. De modo distinto, en el apego desorganizado el comportamiento del niño es difícil de interpretar, ya que aquí las respuestas del pequeño ante las amenazas que le rodean pueden ser incoherentes y variar ampliamente desde el temor, a la indiferencia o la búsqueda de la persona de referencia. Es en este sentido que se considera un apego desorganizado

Equipo Docente.

Ainsworth y cols. diseñaron un procedimiento de observación para evaluar el grado de seguridad que el niño deposita en la madre (situación extraña).

EpisodioPersonas PresentesDuraciónAcontecimientos
1Madre y niño30 seg.El experimentador introduce a la madre y al niño en la sala y se va.
2Madre y niño3 min.La madre se sienta mientras el niño juega con los juguetes.
3Madre, niño y
extraño
3 min.El extraño entra, se sienta y habla con la madre.
4Extraño y niño 3 min. o menosLa madre se va de la sala. El extraño responde a las iniciativas del bebé y trata de calmarlo en el caso de que este se enfade.
5Madre y niño 3 min. o másLa madre vuelve, saluda al niño y si es necesario le da confort y le consuela.
6Niño solo3 min. o menosLa madre se va de la sala.
7Extraño y niño3 min. o menosEl extraño entra en la sala e intenta consolar al niño.
8Madre y niño3 min.La madre vuelve, si es necesario lo consuela y trata de que el niño vuelva a interesarse por los juguetes.
Episodios en la situación extraña de Ainsworth

Las situaciones de separaciones y posteriores reencuentros con la madre o con el extraño son valoradas de distinta manera por cada niño, en función de la historia afectiva con su madre. La valoración cuantitativa y cualitativa de los comportamientos del niño, fundamentalmente en los episodios de reunión, permiten la clasificación de los niños en lo que se ha denominado diferente patrones o tipos de apego:

  • Apego seguro. El niño disfruta de los juguetes en presencia de su madre. Estos niños pueden estresarse o no ante la partida de la madre. No obstante, es característico que se alegren de la proximidad de la madre y que, si se han estresado, recuperen con facilidad la tranquilidad y la exploración cuando ella regresa, manteniendo interacciones cercanas o a distancia. Este patrón de comportamiento indica que la madre es vivida como una base segura desde la que explorar el mundo. Aunque el vínculo de apego es una construcción diádica en la que influyen factores de la madre, del niño y del entorno, desde el punto de vista del cuidado, el origen de este tipo de apego suele en contrarse en una historia afectiva en la que el cuidador principal se ha mostrado accesible y disponible de manera consistente ante las demandas y necesidades del niño.
  • Apego inseguro. Los niños tienen actuaciones significativamente diferentes que revelan que la madre no es considerada un refugio al que acudir cuando viven una situación como amenazante y no es una base segura. Las autoras también señalan que unos padres atemorizados y/o extremadamente inseguros (y por tanto contradictorios o inestables) en sus pautas de crianza, pueden ser factores de riesgo que favorezcan un apego desorganizado. Ainsworth y Cols. describen dos tipos:
    • Apego evitativo. Niños centrados en la exploración del entorno, con muy escasa interacción espontánea con la madre. No suelen mostrar ansiedad ante la salida de la madre, y si lo hacen, la extraña puede calmarles. De hecho, pueden mostrar un comportamiento más cercano con ella que con la madre. Su estrés parece responder más al hecho de quedarse solos en la habitación que a la separación de la madre. Cuando ésta regresa, los niños suelen reaccionar con indiferencia., incluso ante los esfuerzos de la madre por entablar una interacción. Su reacción, por tanto, no es muy distinta a la que muestran ante el extraño y según los expertos los únicos signos de disgusto o ansiedad surgen cuando se les deja solos. Se ha observado que estos niños responden a la marcha de la madre con una elevación cardiaca y con un nivel de cortisol en saliva similar a los que se registran en niños con apego seguro (Spangler y Grossmann, 1993).
    • Apego resistente o ambivalente. Los niños exhiben un alto nivel de ansiedad incluso en compañía de la madre. Cuando ésta abandona la habitación, los niños suelen mostrar niveles muy elevados de estrés, con llanto intenso. Al regreso de la madre, el comportamiento de los niños suele ser de enfado combinado con una demanda constante de cercanía. La impresión general es que, aunque quieren estar pegados a la madre, buscando su consuelo, éste nunca llega o lo hace al final del episodio. Este comportamiento revela ambivalencia entre una tendencia a buscar su proximidad y otra opuesta a rechazarla. Si buscamos los orígenes de este patrón de apego en torno a las pautas de crianza afectiva, se encuentra en unas relaciones afectivas tempranas en las que las madres se muestran inconsistentes. Pueden mostrarse excesivamente protectoras o desentendidas, dependiendo de factores internos o no dependientes del niño. El niño, no tiene manera de predecir cuándo ni a qué responde una respuesta de atención por parte de la madre, lo que lleva a tener sus comportamientos de apego en constante activación (constante demanda). No obstante, esa desconfianza básica hace que tampoco pueda confortarse ante la respuesta de la madre.

Los diferentes tipos de apego no se distribuyen equitativamente entre la población, de hecho, el apego de mayor prevalencia es apego seguro. Distribución de los tipos de apego según los estudios de Ainsworth:

¡Cuidado!, el apego seguro es el más frecuente, pero no aparece por defecto. El bebé tiene “únicamente” unas disposiciones emocionales hacia el contacto social, pero el vínculo de apego no viene determinado. Esta primera estructura afectiva se irá construyendo paulatinamente y su cualidad dependerá de cómo sean las circunstancias de la interacción entre el bebé y los adultos que lo cuidan. Asunto distinto es que, habitualmente, estas circunstancias de cuidado impliquen respuestas adecuadas, contingentes y sensibles que favorezcan la confianza del bebé en su cuidador. (Lamentablemente, cuando las condiciones son adversas, no sólo la construcción de un vínculo afectivo seguro, sino la propia supervivencia del bebé, pueden verse comprometidas).

Equipo Docente.
distribu
Distribución de los tipos de apego según los estudios de Ainsworth. Finales de los 70 no sabemos a que llama clase media.

Factores que afectan a la formación del vínculo de apego

John Bowlby (1969). Si bien madre e hijo aportan a la relación variables biológicas y temperamentales, sólo la primera incorpora elementos de su historia previa, sus valores culturales y sus expectativas sobre la crianza, atributos que hacen que su comportamiento resulte más variado.
Ainsworth y cols. 1978; Bowlby (1969). Son las relaciones marcadas por la sensibilidad del adulto las que conducen, con mayor probabilidad, a un vínculo de apego firme.
Ainsworth y cols. (1978); Main y Stadtamn (1981). La actitud distante y la conducta de rechazo por parte del cuidador (particularmente en cuanto al contacto corporal con el niño) predicen un patrón de conducta evitativo.
Betherton (1985). Cada patrón de conducta tiene patrones definidos en la interacción diaria madre-hijo. […]. La respuesta sensible que la madre ofrece de un modo continuo durante el primer año de vida del niño es el mejor predictor de la seguridad del apego del niño en ese primer año.
Marrone (2001). Toda cuestión de los estilos parentales disfuncionales, como determinantes del apego inseguro y de la psicopatología, merece un estudio cuidadoso.

Los tipos de apego guardan relación con las distintas culturas en que tiene lugar la crianza. Así, por ejemplo, los bebés de sociedades tradicionales, como sucede en algunas culturas asiáticas, suelen tender a un apego seguro. En cambio, en algunas sociedades occidentales se promueven también los apegos evitativos, posiblemente en un intento de fomentar, desde temprano, la independencia de los más pequeños. Todo ello puede ser un buen ejemplo de cómo el macrosistema (p.ej., el sistema socioeconómico o cultural) puede influir en el ámbito familiar.

En general, suele admitirse que el perfil del bebé influye en su crianza; en especial, cuando éste presenta algún rasgo particular e infrecuente. Parece existir evidencia clara de que los niños ambivalentes tienen madres inconstantes que también tienden a desalentar la autonomía y la independencia. Los trabajos de distintos autores convienen en que son las relaciones marcadas por la sensibilidad del adulto las que conducen, con mayor probabilidad, a un vínculo de apego firme. Dicha sensibilidad se refiere a la habilidad del adulto para responder de forma contingente y con la intensidad y cualidad adecuadas a las señales y demandas del bebé.

Los elementos del vínculo de apego

García-Torres (2003). Destaca la mayor incidencia en niños maltratados o abandonados de modelos mentales erróneos que incitan al niño a culparse de los castigos maternos o de los conflictos parentales.
Moreno (2006). Las nuevas experiencias de familia, como en el caso de la adopción, no sustituyen de forma inmediata a las pasadas.

El apego es un constructo complejo y multidimensional, conformado por componentes emocionales, comportamentales y cognitivos. El vínculo de apego posee un marcado carácter emocional que genera en los individuos sentimientos de confianza o desconfianza, de estima o falta de autoestima, en función de la vivencia de la disponibilidad y consistencia de la respuesta de la figura de apego a las demandas de protección y seguridad. También tiene un componente comportamental.

Manifestaciones comportamentales del vínculo de apego.

  • Búsqueda de la proximidad con la persona con la que se está vinculado.
  • Resistencia a la separación (con síntomas de angustia ante la pérdida de la figura).
  • Intentos por mantener un contacto sensorial privilegiado con la figura de apego.
  • Uso de la figura de apego como apoyo desde el que poder explorar el mundo físico y social.
  • Búsqueda de refugio y bienestar emocional en los momentos de tristeza, temor o malestar.

El vínculo afectivo de apego también tiene un componente mental y quizá por ello menos evidente. Éste se refiere a la construcción de un modelo interno por el que el niño se representa la relación vinculante y recoge, con especial importancia, el grado de confianza y disponibilidad que el bebé ha percibido en los otros. Bowlby denominó a esta representación modelo interno de trabajo (MIT).

Los modelos mentales ayudan al niño a dotar de significado a la realidad. De este modo, un modelo de apego seguro hará creer al niño que la persona amada estará siempre accesible y que su ayuda será incondicional. En cambio, en el peor de los casos, un niño puede creer que no merece ser amado y no tener expectativas de ayudas ajenas en caso de necesidad. Los modelos mentales son dinámicos y están en continuo crecimiento en función de las relaciones afectivas que se tengan, lo que permite cierta flexibilidad. No obstante, la representación original de la relación actuará como base para futuras interpretaciones. Los modelos mentales tienden a operar de modo inconsciente, no podemos hablar de un determinismo absoluto de las experiencias tempranas, pero quizá sí de un primer sesgo en la forma de percibir las relaciones con los otros.

Estabilidad del vínculo de apego

Soufre, 1979). Los niños con apego seguro suelen escoger como compañeros a quienes confirman sus expectativas de apoyo mutuo, lo que igualmente perpetúa su modelo de relación.
Lamb (1987). Enfatiza que cualquier cambio que afecte de forma severa y constante a las formas de relación podría ocasionar cambios en el apego de los hijos.
Thompson (1988). Confirmó que en las clases sociales más bajas hay mayores probabilidades de que el apego seguro mude hacia formas inseguras, lo que explicó por los mayores riesgos sociales a los que se enfrenta esta población.
Soufre y Egeland (1991). Macroestudio longitudinal de Mineapollis, según este estudio, los pequeños que manifestaban un apego seguro a los doce o dieciocho meses eran, años más tarde, descritos por sus profesores como más empáticos, socialmente más competentes y con más amigos que aquellos que tiempo atrás fueron clasificados como inseguros.
Waters y cols. (2000). Como media, el 72% de los adultos mantiene el estilo de apego que construyó en la infancia, el 28% restante lo modifica en función de cambios significativos en sus vidas.
López (2006). Propone que es posible considerar que el apego tiende a ser estable, pero, a la vez, susceptible de cambiar si las condiciones lo demandan.

Hay numerosas evidencias sobre la estabilidad del apego en el segundo año de vida, y también se confirma que en poblaciones normales el apego seguro tiende en mayor medida a la estabilidad que el apego inseguro. Alternativamente, el apego es considerado un sistema flexible y adaptativo, capaz de acomodarse a las diferentes situaciones. Según esto, los modelos internos de relación son múltiples y son revisados continuamente debido a la necesidad de adaptación a una realidad cambiante. Curiosamente, ambas posturas encuentran su lugar en los datos.

AUTOEVALUACIÓN

LECTURA 3. Los primero vínculos sociales

REFERENCIAS

  • García Madruga, Delval, & Delval, Juan. (2019). Psicologia del desarrollo I (2ª ed. rev. ed., Grado (UNED); 6201201). Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia.

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