Arce y Fariña crearon en 2001 un modelo de entrevista clínico-forense que somete a los individuos a una tarea de conocimiento frente a una de reconocimiento de la instrumentación psicométrica y de la entrevista clínica tradicional. La entrevista forense tiene como objetivo obtener la información necesaria y suficiente para llevar a cabo la evaluación de la salud y de las capacidades de los entrevistados y, simultáneamente, de la credibilidad de sus testimonios. En resumen, esta consiste en pedir a los individuos que relaten todo aquello que ha cambiado en su vida (síntomas, conductas y pensamientos) respecto a cómo esta era antes de haber sido objeto de la acción que hay que enjuiciar (p. ej., delito o accidente). En casos de agresiones continuadas en el tiempo, se indaga sobre lo que ha mejorado tras dejar de padecerlas o, en casos de responsabilidad criminal, se pide el relato de los cambios, contextualizado en el momento de cometer el crimen. Si no informan por propia iniciativa sobre los efectos en las relaciones interpersonales, el contexto de trabajo o académico, las relaciones familiares y, en su caso, de pareja, el entrevistador procede a evaluar estos aspectos con instrumentos de medida alternativos (p. ej., con el eje V del DSM).
Adicionalmente y como es propio del contexto forense, este formato de entrevista cuenta con un control del engaño mediante el análisis de las estrategias de simulación (es decir, falta de cooperación con la evaluación; síntomas sutiles; síntomas improbables; síntomas obvios; síntomas raros; combinación de síntomas; gravedad de los síntomas; incoherencia de los síntomas, y agrupación indiscriminada de síntomas).
El rol de entrevistador ha de estar guiado por el principio de escucha activa de modo que no contamine los contenidos de la entrevista. La entrevista se graba para el posterior análisis de contenido, lo que permite, que tanto la metodología seguida como el análisis realizado y las conclusiones obtenidas se puedan someter a prueba, ser falsadas o refutadas. Como el análisis del contenido ha de ser fiel al método científico (criterio Daubert), es necesario contar con un sistema categorial de análisis de contenido fiable y válido, esto es, metódico. Las categorías para el estudio de la simulación cumplen con este requisito al igual que los criterios diagnósticos del DSM para la evaluación de trastornos.
El solapamiento de los síntomas clínicos con los hechos objeto de análisis judicial posibilita establecer una relación entre causa y efecto, entre el hecho que hay que enjuiciar y cada síntoma (criterio legal). En cualquier caso, la entrevista clínica forense tampoco es totalmente válida ya que hasta el 5% de los casos falsos podrían ser identificados como verdaderos. Por ello, es ineludible contrastar una aproximación multimétodo (MMPI y entrevista clínica forense). Adicionalmente, por tratarse de una evaluación forense, es necesario disponer de un criterio de decisión contrastado que garantice la objetividad del juicio forense (frente a la impresión clínica), por lo cual se hizo necesario crear y validar protocolos de evaluación forense. Los resultados mostraron que los criterios de decisión variaban de unos casos a otros, lo que llevó a definir protocolos específicos para diferentes casuísticas, como la disimulación en casos de evaluación de progenitores en disputa por la guarda y custodia (Sotelo, 2009; Fariña, Arce y Sotelo, 2010), la sobresimulación en casos de daño moral, la simulación de enajenación mental, o la simulación en casos de daño psicológico (Arce et al., 2009).
Estos protocolos someten al evaluado a una doble tarea: conocimiento (entrevista clínica forense) y reconocimiento (MMPI). Sobre una base de los datos obtenidos, primero se analiza si está presente o no la huella psicológica del daño o si la persona presenta un deterioro en la salud mental de relevancia para el caso judicial en cuestión. De verificarse un daño o deterioro en la salud mental, con implicaciones para el caso en cuestión, entonces se somete a prueba el diagnóstico diferencial de simulación por medio de la identificación de criterios de dicha simulación (P. ej., análisis de las escalas de control del MMPI que informan de simulación, detección en el contenido de la entrevista clínica forense de estrategias de simulación o existencia de incoherencias inter-medidas). Finalmente, se recuenta el número de indicadores de simulación; si este supera el criterio de decisión, que varía en función de la casuística, se concluye que hay indicios sistemáticos de simulación. En cambio, si se halla daño o deterioro en la salud mental de relevancia para el caso y no hay indicios sistemáticos de simulación, se concluye que el daño o deterioro es real.
REFERENCIAS
- Arias Orduña, A. (2016). Psicología social aplicada (1a ed., reimp. ed.). Madrid: Editorial Médica Panamericana.
- Apuntes Aitziber Laguardia
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