Incapacidad de dormir las horas necesarias para un adecuado rendimiento social y cognitivo. El insomnio es el trastorno del sueño más común, se caracteriza por la dificultad para conciliar o mantener el sueño, o por despertar demasiado pronto por la mañana antes de haber dormido lo suficiente, a pesar de que las condiciones para poder dormir con normalidad hayan sido las adecuadas. Su incidencia aumenta con la edad y es más frecuente en mujeres. La consecuencia más importante del insomnio es la somnolencia durante el día, y puede acarrear las alteraciones cognitivas y comportamentales. Los especialistas en trastornos del sueño diferencian entre insomnio secundario, generado como manifestación secundaria de alguna enfermedad o por el uso de drogas o fármacos, e insomnio primario. El tipo de insomnio primario más frecuente es el insomnio agudo, que está causado por algún acontecimiento estresante y significativo, desde pérdidas, conflictos, amenazas o cambios de rutina, hasta alegrías y sucesos emocionalmente positivos. Este tipo de insomnio puede presentarse a cualquier edad y suele resolverse cuando la situación estresante desaparece o el sujeto se adapta. El insomnio psicofisiológico se caracteriza por estar causado por la ansiedad que se genera al no poder dormir, que por lo tanto se retroalimenta, o por hiperactividad mental e incapacidad para detenerla, y suele mejorar al cambiar el entorno habitual para dormir (Gallego y cols., 2007). El tratamiento farmacológico del insomnio consiste frecuentemente en la administración de benzodiacepinas, un grupo de psicofármacos agonistas del receptor A de GABA que, además de como hipnóticos, funcionan como ansiolíticos y miorrelajantes. Las benzodiacepinas sin embargo tienen problemas, entre ellos que causan tolerancia y dependencia física, por lo que se han de administrar en períodos cortos de tiempo para evitar que creen hábito, y además alteran la estructura del sueño ya que suprimen la fase de sueño profundo e incrementan la de sueño ligero. Las benzodiacepinas no incrementan notablemente el tiempo total de sueño, pero sí decrementan los microdespertares, con lo que facilitan un sueño más continuo (Kelly, 1991b). El zolpidem es un compuesto relacionado con las benzodiacepinas que no suprime el sueño profundo, por lo que se considera relativamente selectivo para tratar el insomnio (McCormick y Westbrook, 2013). Lemoine y cols. (2007) informan de que la administración de melatonina como hipnótico (no como cronobiótico) mejora el sueño y la lucidez matutina en personas mayores con insomnio, y además su retirada no produce síntomas de abstinencia. Una nueva estrategia farmacológica para tratar el insomnio consiste en el diseño de antagonistas o bloqueadores de los receptores de orexinas que son péptidos que activan los sistemas de la vigilia. El suvorexant es el primer compuesto empleado en la clínica de esta nueva familia de fármacos denominada DORAs (dualorexin receptor antagonists) y, a falta de estudios a largo plazo ya que la autorización para su uso es muy reciente, parece que ha mostrado ser generalmente bien tolerado y eficaz contra el insomnio (Michelson y cols., 2014). Alternativamente al tratamiento farmacológico, el insomnio se puede tratar con éxito mediante diversas técnicas psicológicas como el control de estímulos, la terapia de restricción de sueño, el entrenamiento en relajación, la enseñanza de higiene del sueño o la terapia cognitivo conductual (Morin y cols., 2006).
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