La mayor parte de la información que recibimos a través de nuestros sentidos se adquiere de manera incidental, es decir, sin estrategias de memorización voluntaria. En el mundo real, cuando interactuamos con los objetos en nuestro día a día, la codificación suele ser incidental. Aunque estamos frecuentemente expuestos a estos objetos cotidianos, la investigación indica que nuestra memoria para ellos es sorprendentemente pobre.
Una línea de investigación clave comenzó con el trabajo pionero de Nickerson y Adams a finales de los años setenta. Estos investigadores pidieron a los participantes que dibujaran de memoria un centavo estadounidense, un objeto común en esa época. Los resultados mostraron que los participantes tuvieron grandes dificultades para recordar los detalles del diseño de la moneda.
Desde este estudio inicial, se han realizado muchos otros utilizando diversos estímulos, tareas y contextos, como teclados numéricos, señales de tráfico, botones de ascensores, extintores, logotipos, banderas, edificios y monumentos conocidos. Generalmente, estos estudios sugieren que, a pesar de la continua interacción con estos objetos, la precisión de la memoria de los participantes es baja.
La mayor parte de estos estudios han evaluado la memoria de objetos cotidianos mediante tareas de recuerdo (pidiendo a los participantes que dibujen de memoria el objeto) y/o reconocimiento (seleccionando el objeto entre múltiples distractores similares). También se han evaluado los juicios metacognitivos de los participantes sobre sus propias capacidades de memoria, encontrando que suelen sobreestimar su rendimiento.
Dos hipótesis principales se han propuesto para explicar estos resultados. La primera se centra en los mecanismos motivacionales y atencionales, sugiriendo que dejamos de prestar atención a estímulos que no necesitan ser memorizados intencionalmente debido a su continua disponibilidad y a la ausencia de una razón funcional para una codificación detallada. Este proceso de saturación atencional conduce a lo que Wolfe (1999) denominó «amnesia inatencional».
La segunda hipótesis destaca la naturaleza reconstructiva de la memoria. Como apuntaba Bartlett, las huellas de la memoria son construcciones basadas en la información disponible, gran parte de la cual proviene de conocimientos comunes y culturalmente compartidos, denominados esquemas o guiones. Esto suele llevar a representaciones generalizadas de los eventos experimentados y a una reducción de los detalles específicos memorizados.
Un ejemplo de la primera hipótesis es el estudio de Marmie y Healy (2004), quienes encontraron que los participantes podían recordar bien los detalles de una moneda después de un breve estudio intencional, pero no tras una exposición incidental. Un ejemplo de la segunda hipótesis es el estudio de Blake et al. (2015), donde los participantes dibujaron el logotipo de Apple, incluyendo características comunes a las manzanas reales que no forman parte del logo.
Finalmente, investigaciones como las de Castel et al. (2012) y Vendetti et al. (2013) sugieren que incluso objetos importantes para nuestra supervivencia, como extintores, o con los que interactuamos físicamente de forma regular, como los botones de un ascensor, no se recuerdan bien si no prestamos atención intencionada a ellos.
En conclusión, la frecuencia y la duración de la exposición a los estímulos facilitan su recuerdo, pero otros factores relacionados con el funcionamiento de la memoria y la atención también son determinantes en el rendimiento mnemónico de nuestro entorno cotidiano.
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