Dehaene (2009). «disfrutamos de la lectura de Nabokov y Shakespeare usando un cerebro de primate diseñado originalmente para vivir en la sabana africana» (Reading in the brain, p. 4). |
El lenguaje escrito es una adquisición reciente, por lo que todavía no ha transcurrido tiempo suficiente para que pueda programarse genéticamente en nuestros cerebros.
Movimientos sacádicos y fijaciones
McConkie y Rayner (1976) demostraron que, durante una fijación, el lector se sirve de la información parafoveal distante, es decir, la información borrosa que percibe por el «rabillo del ojo», para decidir el lugar del texto adonde dará el salto para la próxima fijación. |
Rayner y McConkie (1976). Probablemente las personas que más han investigado sobre los movimientos oculares durante la lectura, han encontrado saltos de sólo dos caracteres y saltos de hasta 18 caracteres en sólo unas pocas líneas de separación. Como las fijaciones, los movimientos sacádicos están determinados por las variables del texto (complejidad, longitud de las palabras, frecuencia, etc.) y las características del lector. Pero, por término medio, durante la lectura, nuestros ojos pasan el 90 % del tiempo percibiendo las palabras y el 10 % cambiando hacia nueva información. |
Rayner et al. (1981). Comprobaron que de los 200-250 ms que normalmente dura cada fijación, la extracción de la información visual sólo requiere de los primeros 50 ms. En un experimento presentaban frases para que los participantes las leyesen y, cuando llevaban un pequeño tiempo de fijación, interponían un estímulo que impedía seguir leyendo. Cuando la interposición se producía antes de los primeros 50 ms, los sujetos no eran capaces de leer la información que tenían delante de sus ojos, pero si se producía pasado ese tiempo la leían sin dificultad. |
Just y Carpenter (1987). Los niños disléxicos realizan muchas regresiones. Normalmente las regresiones suelen ser cortas y dirigirse a zonas próximas, pero a veces se producen saltos que llegan varias líneas atrás. |
Cuando leemos, colocamos el texto frente a nuestros ojos, pero aunque nuestro campo visual es muy amplio, ya que abarca casi 180°, realmente nuestra agudeza visual se limita a una franja muy pequeña, la zona de la fóvea en el centro de la retina. Esta zona ocupa sólo 3°, lo cual significa que únicamente podemos ver unas 10 o 12 letras, es decir, dos palabras cortas (p. ej., «puto Covid») o una palabra larga («putamierda»). Para poder ver las siguientes palabras nuestros ojos tienen que desplazarse a una nueva posición, pero no lo hacen de una manera suave y progresiva, sino mediante saltos bruscos denominados movimientos sacádicos.
En definitiva, cuando leemos, nuestros ojos se fijan en una zona del texto (generalmente se comienza por la parte de arriba a la izquierda), nueva fijación y nuevo movimiento sacádico hasta llegar al extremo derecho de la página. Durante los períodos de fijación extraemos la información de las palabras y accedemos a su significado y pronunciación, y durante los movimientos sacádicos desplazamos nuestra atención a la siguiente parte del texto. Los períodos de fijación dependen mucho del lector y del tipo de texto, pero el promedio es de unos 200 o 250 ms. Con textos difíciles, textos formados por palabras de baja frecuencia o textos importantes, los períodos de fijación son mayores. El comienzo de un nuevo tema también supone un incremento en los tiempos de fijación. En cuanto a los movimientos sacádicos, el tiempo medio de duración es de unos 20 o 40 ms, aunque también presenta variaciones. La amplitud media de los desplazamientos es de unos 8 o 10 caracteres (contando letras y separaciones entre letras), aunque también existe una gran variabilidad en los saltos sacádicos.
Una característica importante de los movimientos sacádicos es que una vez que inician un movimiento, ya no es posible corregirlos. En consecuencia, la elección del próximo punto de fijación tiene que ser realizada antes de iniciar el movimiento. ¿Cómo se decide entonces dónde deben aterrizar los ojos para iniciar la siguiente fijación? McConkie y Rayner (1976) demostraron que, durante una fijación, el lector se sirve de la información parafoveal distante, es decir, la información borrosa que percibe por el «rabillo del ojo», para decidir el lugar del texto adonde dará el salto para la próxima fijación. Por otra parte, en la propia fijación hay un sesgo hacia la derecha, debido a que la lectura va de izquierda a derecha (en nuestro sistema alfabético) de modo que nuestros ojos van buscando información hacia la derecha. Por eso, de las 10 o 12 letras, aproximadamente, que fijan nuestros ojos, no hay 5 o 6 para cada lado, sino 3 o 4 hacia la izquierda y 7 u 8 hacia la derecha.
El sistema cognitivo necesita un tiempo para acceder aLsignificado y pronunciación de las palabras, y mientras no termina de hacer ese trabajo no recoge más información. Por esa razón, al final de las frases las fijaciones duran más, porque se está procesando la frase completa. Esta coordinación ojo-mente es la que marca la velocidad lectora y la que hace que nuestros ojos no puedan avanzar más rápido de lo que la mente les permite.
ldentificación de las letras
Cattell. Trabajos pioneros de Cattell de finales del siglo XIX sobre el reconocimiento de palabras presentadas durante un tiempo breve en el taquistoscopio. Cattell comprobó que los sujetos tenían más dificultades para identificar letras cuando se presentaban aisladas que cuando formaban parte de una palabra. |
Pillsbury. Presentaba a sus participantes durante un breve tiempo palabras que tenían una letra borrosa por llevar encima una «X» para que las identificasen. A pesar de la «X», los individuos identificaban perfectamente las palabras y, además, la mayor parte de las veces no eran conscientes de la existencia de la «X». Sus resultados apoyan la tesis de Cattell. |
Reicher (1969). Propuso un nuevo paradigma en el que también presentaba palabras durante una breve exposición, pero la tarea de los participantes era decidir entre dos letras que se presentaban a continuación si una de ellas aparecía en una posición determinada de la palabra anterior. Pero esas dos letras se seleccionaban cuidando que no pudieran ser adivinadas. Por ejemplo, si se presentaba la palabra «abril», las letras sobre las que los sujetos tenían que responder eran «r» y «i» en la última posición, dado que en ambos casos se forma una palabra (abril/abrir), por lo que no queda espacio para la adivinación. La ejecución en esta condición se comparaba con otra en la que se presentaban varias letras de manera aleatoria (p. ej., «airbl») . Aun con este control experimental, los resultados siguieron siendo mejores para las palabras que para la serie de letras, lo que seguía apoyando el denominado «efecto de superioridad de las palabras». |
Johnson (1975). Utilizó una tarea en la que los participantes tenían que emparejar letras aisladas o palabras completas. Los sujetos tardaban aproximadamente el mismo tiempo en decidir si una palabra era igual a otra presentada previamente que en decidir si una letra era igual a otra también presentada previamente. Por consiguiente, Johnson también concluyó que no es necesario identificar las letras para reconocer las palabras. |
McConkie y Zola (1979). En un experimento, presentaban oraciones en una pantalla en las que las palabras tenían las letras alternadas entre mayúsculas y minúsculas: «LaStRoPaSeNeMiGaSa VaNzAbAnAgRaNvElOcldAd . . . » Cuando los sujetos realizaban los movimientos sacádicos correspondientes, cambiaban los tipos de letras, de modo que las que estaban en mayúscula pasaban a minúscula y viceversa: «lAs TrOpAsEnEmlgAsAvAnZaBaNaGrAnVeLoCiDaD . . . » Los investigadores comprobaron que esos cambios no producían en los sujetos dificultad adicional alguna durante la lectura, ya que la duración de las fijaciones y la longitud de los movimientos sacádicos no eran diferentes a la condición en la que se conservaba el mismo tipo de letra. |
Cuetos (2008). El sistema de plantillas no encaja con el funcionamiento cerebral responsable de la lectura. |
Durante las décadas de los setenta y los ochenta del siglo XX tuvieron gran influencia los métodos globales que enseñaban a leer a partir de la palabra completa, más que de la letra o la sílaba. Si el reconocimiento de las palabras se hace de manera global, parece lógico que se enseñe a leer mediante palabras completas, y no con partes de la palabra. Sin embargo, investigaciones posteriores con experimentos muy controlados desde el punto de vista metodológico mostraron que no es posible reconocer las palabras si no se identifican previamente las letras componentes, y que los resultados sobre el efecto de superioridad de las palabras no eran más que artefactos experimentales. La hipótesis del reconocimiento global no tiene una respuesta clara a la pregunta de qué es exactamente lo que nos permite reconocer las palabras, si no son las letras individuales.
Una de las primeras tareas que nuestro sistema lector realiza en los milisegundos que dura la fijación
es la identificación de las letras.En los años setenta del siglo pasado se planteó la hipótesis de plantillas para explicar el reconocimiento de las letras. Según esta hipótesis, los lectores disponemos de representaciones con las formas de cada letra, una especie de plantillas con las que vamos comparando las letras que vemos escritas. Esta hipótesis es intuitiva, pero tiene el inconveniente de que no nos bastan 27 plantillas -una para cada letra-, ya que las letras pueden escribirse de maneras muy diferentes, en mayúscula, minúscula, script, cursiva, etc. (f, F, f, F, F, etc.), por lo que necesitaríamos multitud de plantillas para poder reconocer cada una de las letras. Por otra parte, este sistema de plantillas no encaja con el funcionamiento cerebral responsable de la lectura (Cuetos, 2008).
Actualmente tiene más defensores la hipótesis de rasgos, según la cual cada letra se define por una serie de rasgos, de manera que, cuando el sistema detecta determinados rasgos, deduce de qué letra se trata. Así, por ejemplo, la detección de los rasgos línea vertical y dos líneas horizontales, una arriba y otra en el medio lleva a la letra «f» ; línea vertical y punto arriba, a la letra «i», etc. Esta hipótesis se ajusta mejor al funcionamiento cerebral, ya que nuestro sistema visual cuenta con unos detectores de rasgos (células simples y complejas en el área visual primaria) que se activan ante estos rasgos que definen las letras (línea vertical, línea horizontal, línea inclinada, círculo, etc.).
Referencias
- Cuetos Vega, González Álvarez, Vega, and Vega, Manuel De. Psicología Del Lenguaje. 2ª Edición. ed. Madrid: Editorial Médica Panamericana, 2020.
- PDF Profesor tutor Pedro R. Montoro