La psicología cognitiva concibe la mente como un sistema de procesamiento en el que la información de entrada es sometida a numerosas transformaciones a través de distintas etapas. El sistema completo, o arquitectura cognitiva, está formado por diversas estructuras o componentes relativamente estables que operan con representaciones internas. Desde el paradigma basado en la analogía o metáfora del ordenador, se entiende que los procesos mentales funcionan de modo semejante a las operaciones internas que ejecutan estas máquinas; de modo que en los procesos mentales es posible identificar, al igual que en un ordenador, un conjunto finito de estados internos del sistema, denominados computacionales (Belinchón et al., 1992).
Por otra parte, todo sistema de procesamiento, natural o artificial, tiene que vérselas con un entorno continuamente cambiante, con el que debe interactuar para su supervivencia. Ha de ser capaz de extraer y manejar las covariaciones o regularidades existentes en la estructura de los datos que proceden de dicho entorno. Su actividad interna debe llevarlo a abstraer el «orden» existente en el ambiente. En un entorno completamente caótico, sin ningún tipo de regularidad u orden, un sistema de procesamiento tendría poco que hacer. Si giro la cabeza a la derecha encuentro una estructura de datos visuales que guardan relación con lo que percibí en esa misma dirección unos segundos antes. Cuando salgo de mi casa encuentro la misma calle que dejé la víspera. La aprehensión de este orden no es algo exclusivo de nuestra especie, cualquier animal debe procesar adecuadamente el input, o datos de entrada, para pervivir en su medio, obtener alimento y no ser presa de otros. Hoy sabemos que los sistemas compuestos por muchas unidades elementales de procesamiento, densamente interrelacionadas (como es el caso de los cerebros), constituyen un mecanismo especialmente apropiado para extraer -abstraer- invarianzas o regularidades a partir de una masa incesante y variable de datos de entrada. Las arquitecturas masivas que operan en paralelo y de forma distribuida son una solución excelente que la naturaleza ha encontrado para «capturar» la regularidad en un entorno físico siempre cambiante.
Desde el punto de vista de la psicolingüística, el interés principal se dirige hacia los procesos y las representaciones que se producen mientras usamos el lenguaje de las dos maneras posibles: produciéndolo y comprendiéndolo. La forma en que habitualmente se representan los procesos u operaciones cognitivas es mediante cajas o elementos dispuestos en un diagrama de flujo, en el que la información fluye y va sufriendo transformaciones a su paso por las distintas etapas. Hay que indicar que este flujo no ha de ser necesariamente secuencial como se desprende del dibujo, ni tampoco es obligatorio que se agote un proceso antes de pasar al siguiente. La disposición gráfica obedece únicamente a su claridad conceptual, pero no presupone que los procesos sean forzosamente en serie y autoacabados.
El objetivo del sistema completo es que la información que ingresa con el estímulo desemboque finalmente en la construcción de una representación mental del significado. La mayor parte de lo que sucede mientras tanto, en ese esquema general de procesamiento, es opaco a nuestra conciencia y ocurre de forma rápida y automática, sin que reparemos en ello.
En esencia, el esquema sería semejante para otras modalidades de lenguaje, sea escrito (patrones gráficos) o lenguaje de signos (gestos y movimientos de las manos), excepto, obviamente, las primeras etapas perceptivas. Mediante los procesos perceptivos del habla (visuales en el caso de la lectura), la primera tarea consiste en la identificación y activación de representaciones relativamente estables y discretas a partir de una señal acústica continua y extremadamente variable. Estas representaciones estables que el sistema tiene ya previamente almacenadas corresponderían a los fonemas de la lengua particular que conoce el oyente. Se trata de una función bastante más compleja de lo que se pensó en un principio, dada la enorme variabilidad y versatilidad del estímulo. Por otra parte, para algunos autores no está claro que sea el fonema la unidad perceptiva básica con la que opera el sistema, cuestión que todavía se halla abierta.
Otro paso necesario es la identificación de las palabras o lexemas contenidos en la señal a través de los procesos léxicos. Nos referimos a operaciones de acceso al «diccionario» o léxico mental, entendido como una hipotética estructura en la que se guarda de forma organizada la información asociada a las decenas de miles de palabras que conoce el oyente. Son necesariamente mecanismos muy rápidos y eficientes, porque identificamos una unidad léxica entre miles, a razón de dos o tres veces por segundo.
- ¿Se accede directamente a la unidad léxica en cuestión o se realiza algún tipo de búsqueda secuencial antes de dar con ella? Esta es una pregunta que aún no tiene una respuesta definitiva, y los investigadores se dividen entre los que defienden modelos de acceso directo y quienes creen en modelos de acceso secuencial.
- ¿Es necesario identificar previamente los fonemas antes de identificar las palabras? Este es otro tema de discusión. Lo que parece claro es que algunas palabras de uso muy frecuente las identificamos probablemente como un todo sin analizarlas previamente en sus partes, y que para identificar una palabra no se necesita un análisis exhaustivo de todos sus componentes; no es necesario identificar todos y cada uno de sus fonemas (o letras, en el caso de la lectura).
El siguiente paso es el del procesamiento sintáctico. Cuando comprendemos el lenguaje, no nos limitamos a extraer el significado de una lista de palabras aisladas, sino que manejamos palabras organizadas en oraciones. Durante la comprensión del lenguaje, llevamos a cabo un análisis sintáctico de la oración que nos permite extraer su estructura formal sintáctica y determinar qué unidades actúan de sujeto, cuáles de objeto directo, objeto indirecto, etc., y qué relaciones de dependencia se establecen entre ellas. Se trata de un proceso de segmentación. Esta clase de procesamiento, a juzgar por su opacidad fenomenológica, se realiza comúnmente de modo automático e inconsciente, sin acceso desde el nivel de nuestra conciencia. Sólo salta a ésta cuando advertimos un error en el mensaje o una ambigüedad difícil de resolver que nos obliga a reparar conscientemente en la estructura sintáctica para optar por la mejor solución.
Además, el oyente debe realizar el procesamiento semántico del mensaje que está escuchando (o leyendo), basándose en los significados léxicos y la asignación correcta de los papeles temáticos a las diferentes partes de la oración. Debe determinar qué entidad de la oración actúa como «agente» de la acción, quién o qué como «objeto», «lugar», «instrumento» o «receptor de la acción», y construir una representación proposicional completa del significado que porta la frase.
Uno de los problemas más importantes de la psicología del lenguaje es determinar qué tipo de relación o dependencia existe entre ambas clases de procesamiento, el sintáctico y el semántico. ¿Es el primero completamente autónomo e independiente del segundo, sin ser influido por él durante su ejecución? ¿Existe una interacción entre ambos desde el primer momento?. Por otra parte, la comprensión exige relacionar con coherencia las distintas partes del discurso (o texto), para construir una representación global y estructurada de su significado (Sandford y Garrod, 1994).
¿Existe un plano de representación propio que corresponda al discurso/texto por encima del plano oracional? La construcción de esa representación coherente se basaría en procesos pragmáticos que hacen uso de información que está más allá de la que estrictamente aparece en el estímulo y que debe ser inferida por el oyente, y sería posible gracias al conocimiento extralingüístico sobre el mundo en general.
Referencias
- Cuetos Vega, González Álvarez, Vega, and Vega, Manuel De. Psicología Del Lenguaje. 2ª Edición. ed. Madrid: Editorial Médica Panamericana, 2020.