La inteligencia, definida como la capacidad de resolver problemas, adaptarse a cambios y aprender de las experiencias, se mide mediante pruebas específicas como el Stanford-Binet y las Escalas de Wechsler, enfatizando que solo se puede inferir a través de la observación de actos inteligentes.
Reconocer y entender las variaciones individuales en las cogniciones y personalidades de los niños es esencial para apoyar su desarrollo de manera integral. Las diferencias en cómo piensan, aprenden y reaccionan emocionalmente reflejan la diversidad en sus temperamentos y estilos cognitivos.
Se destacan tres pares de estilos: impulsivo/reflexivo, profundo/superficial, y optimista/pesimista, cada uno ofreciendo insights sobre el procesamiento de información.
La inteligencia es la capacidad de adaptarse a nuevos contextos, aprender de la experiencia, comprender y manejar conceptos complejos, así como la habilidad de razonar y resolver problemas.
