D E M O C R A T O P I A

Deseo ofrecer una disculpa y clarificación con respecto al contenido disponible en este espacio. Es importante destacar que la naturaleza del material publicado en esta página no es original, sino que consiste en gran medida en resúmenes derivados de diversos manuales de estudio mejor o peor referenciados. Estos resúmenes varían en su grado de textualidad y en la calidad de las referencias académicas utilizadas, abarcando desde citas directas hasta interpretaciones más libres de los textos originales.

Además, es relevante mencionar que en algunos casos, estos resúmenes y contenidos son elaborados con el apoyo de herramientas de Inteligencia Artificial. Por tanto, me gustaría reiterar nuestras disculpas por cualquier confusión o malentendido que haya podido surgir debido a la falta de claridad respecto a la naturaleza y el origen del contenido en kibbutzpsicologia.com.

Trastornos de síntomas somáticos y trastornos relacionados

VERSIÓN 1.1

Introducción

El DSM-5 (APA, 2013) introduce una nueva categoría de trastornos mentales llamada «Trastornos de síntomas somáticos y relacionados», que reemplaza la categoría anterior de «Trastornos somatoformes» presentada en el DSM III de 1980. Esta nueva categoría modifica y reemplaza el constructo de somatización, así como el concepto de «síntoma no explicado médicamente» y el de «Trastorno de somatización». Estos cambios son consecuencia de las críticas que surgieron prácticamente desde su inclusión en el DSM III, tanto con respecto a la categoría general como a la conceptualización misma de somatización.

Críticas a la categoría de trastornos somatoformes del DSM-III (Mayou et al., 2005)
El término es inaceptable para los pacientes. Remite al antiguo uso del término somatización y puede llevar la negación del sufrimiento y realidad de los síntomas.
La categoría es inherentemente dualista. Es cuestionable la idea de que los síntomas somáticos pueden dividirse en síntomas que reflejan enfermedad y otros que tienen origen
psicógeno.
No forman una categoría coherente. El solapamiento con muchos otros trastornos mentales, definidos en parte por síntomas físicos (como ansiedad y depresión), es una causa potencial de error diagnóstico.
Es incompatible con culturas no occidentales. Por ejemplo, la adaptación China del DSM excluye estos trastornos.
Es ambiguo en los criterios de exclusión con otros trastornos. Un paciente puede ser clasificado por el mismo problema tanto en el Eje I (p. ej, como trastorno somatoforme indiferenciado) como en el Eje III (p. ej, como colon irritable).
Muchas de las subcategorías no poseen fiabilidad.
Carece de clara definición del umbral de cuándo debe ser diagnosticado un trastorno somatoforme.
La ambigüedad de la categoría ocasiona problemas y disputas. Causa confusión y disputas en medicina legal y con las entidades de seguros.

Para comprender adecuadamente esta nueva categoría de trastornos mentales, es necesario conocer su historia. Los trastornos de síntomas somáticos tienen como antecedente más remoto el concepto de histeria, que se deriva de la palabra griega «hystera», que significa «útero». Este término se ha utilizado para describir diversos trastornos relacionados con síntomas físicos que sugieren la existencia de una enfermedad orgánica. Aunque el concepto de histeria ha cambiado a lo largo del tiempo, siempre ha conservado la idea de «simulación de enfermedad» como característica esencial. Inicialmente se pensaba que la histeria afectaba únicamente a las mujeres, y se creía que era causada por alteraciones del útero. Sin embargo, esta idea no siempre fue aceptada, como lo demostraron Sydenham (1624-1689) y Briquet (1796-1881). Sydenham describió la histeria como una enfermedad que afectaba tanto a las mujeres como a los hombres, mientras que Briquet defendió que la histeria no tenía su origen en el útero.

En cuanto a la etiopatogenia de la histeria, tanto Janet como Freud le atribuyeron una naturaleza psicológica. Para Janet, la histeria era producto de la sugestión psicológica, y propuso utilizar la hipnosis y la sugestión como terapia. Freud, por su parte, consideró que la histeria era una neurosis básica y estructuró su teoría y técnica psicoanalíticas a partir de este trastorno. En las décadas de los años veinte y treinta, se diagnosticaba a un gran número de pacientes neuróticos con histeria, atribuyendo al trastorno causas relacionadas con el conflicto sexual.

Durante los años sesenta, comenzaron a aparecer críticas a la fiabilidad del diagnóstico de histeria y a la concepción del trastorno en sí mismo. Un grupo de investigadores y clínicos de la Universidad Washington en San Luis (Misuri, EE. UU), liderados por Perley y Guze intentaron distanciarse del modelo imperante de histeria, estudiando un grupo de pacientes mujeres con múltiples síntomas somáticos, que se ajustaban mejor al síndrome descrito por Briquet. Este síndrome adoptará el apellido de su proponente y se propondrá como denominación para lo que más adelante se conocerá como «trastorno de somatización» en el DSM-III de 1980. Además, insistieron en la necesidad de diferenciar entre este síndrome y los «síntomas de conversión», ya que estos últimos se refieren a un grupo limitado de síntomas individuales que sugieren una enfermedad psiquiátrica, mientras que la histeria es un síndrome polisintomático que típicamente incluye los síntomas de conversión. La Asociación Psiquiátrica Americana (APA) adoptó finalmente la redefinición del síndrome de Briquet en el DSM-III como «Trastorno de somatización». Los criterios postulados por Feighner et al. (1972) para definir el síndrome serían posteriormente adoptados por el DSM-III y sus ediciones sucesivas, hasta el DSM-IV-TR de 2001. En suma, el trastorno de somatización se construye a partir del concepto de histeria de Briquet, que el influyente grupo de San Luis desarrolló desde los años cincuenta en oposición al concepto de «histeria de conversión» de los planteamientos psicoanalíticos. La nueva clasificación del DSM-5 mantiene estos mismos trastornos, aunque re-denomina la categoría general como «Trastornos somáticos y relacionados con el estrés».

histeria
Evolución del espectro de trastornos somatoformes.

En contraposición a esta postura, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha mantenido siempre el trastorno de conversión, anteriormente conocido como neurosis histérica de Freud, como parte de un grupo diferente de psicopatologías: los trastornos disociativos, aunque bajo una denominación diferente, es decir, el «Trastorno disociativo del movimiento, la sensación, o la cognición». Además, la hipocondría, actualmente denominada «ansiedad por la enfermedad», tampoco es considerada como un trastorno del espectro somatomorfo por la OMS, como se explicará más adelante. Estas discrepancias entre los dos sistemas de clasificación y diagnóstico psiquiátrico más influyentes evidencian lo que en otro lugar hemos denominado «el laberinto de la somatización» (López-Santiago y Belloch, 2012) y otros han calificado como «pesadilla nosológica» (Lloyd, 2005).

El espectro de los trastornos de síntomas somáticos en los sistemas oficiales de diagnóstico psiquiátrico

Para tratar los trastornos somatoformes, es necesario hacer referencia al concepto de somatización, que es la característica diagnóstica esencial de estos trastornos. El término somatización se introdujo en la nosología psiquiátrica por Wilhelm Stekel, discípulo de Freud, para referirse a un proceso hipotético mediante el cual una neurosis profundamente arraigada podría causar un trastorno corporal. El proceso de somatización se refiere a la expresión somática de conflictos psicológicos o la conversión de estados emocionales en síntomas físicos mediante mecanismos de defensa inconscientes. Lipowski (1988) propuso una definición estrictamente descriptiva de somatización que eliminara las connotaciones etiológicas y concebía la somatización como una tendencia a experimentar y expresar malestar psicológico en forma de síntomas somáticos que la persona interpretará erróneamente como signo de una enfermedad física grave y, en consecuencia, solicitará asistencia médica para ellos.

Una acepción relativamente distinta del término somatización y del proceso que explicaría su aparición es la de conducta de enfermedad, que se refiere a la forma en que los síntomas y sensaciones son percibidos, evaluados y representados por diferentes personas. La conducta de enfermedad se configura como una fuente de diferencias individuales de los patrones de respuesta ante las sensaciones corporales y el malestar somático.

El término somatización se generalizó a partir de su introducción en el DSM-III como la denominación del principal trastorno de los incluidos en la categoría de trastornos somatoformes. En la actualidad, el término se utiliza con diferentes significados o usos, como una categoría diagnóstica, un tipo de síntoma que define a un grupo de trastornos, un tipo de lenguaje mediante el cual se manifiesta el malestar psicológico, entre otros.

La clasificación de la APA: DSM-5

El DSM-5 (APA, 2013) define el grupo de trastornos somáticos y relacionados que incluye:

  1. El trastorno de síntomas somáticos.
  2. Ansiedad por la enfermedad.
  3. Trastorno de conversión (o trastorno de síntomas neurológicos funcionales).
  4. Factores psicológicos que influyen en otras afecciones médicas.
  5. Trastorno facticio.
  6. Otro trastorno de síntomas somáticos y trastornos relacionados especificados.
  7. Trastorno de síntomas somáticos y trastornos relacionados no especificados.

La característica común de estos trastornos es la importancia que se le da a los síntomas somáticos, ya que se asocian con malestar y deterioro significativos y a menudo son interpretados por la persona como síntomas de algún proceso de enfermedad o anomalía orgánica. Esta categoría reemplaza a la de trastornos somatoformes, que estuvo vigente en las sucesivas ediciones del DSM desde la tercera edición de 1980.

El DSM-5 tiene cuatro cambios notables en comparación con las versiones anteriores del manual. En primer lugar, los diagnósticos de trastorno de somatización, somatomorfo indiferenciado, por dolor e hipocondría desaparecen como condiciones diagnósticas separadas y se incluyen en el trastorno de síntomas somáticos, ansiedad por la enfermedad o factores psicológicos que influyen en otras afecciones médicas. En segundo lugar, el trastorno de conversión se conceptualiza como «Trastorno de síntomas neurológicos funcionales», enfatizando la importancia de los síntomas que caracterizan el trastorno, que no corresponden a anomalías neurológicas explicables. En tercer lugar, los factores psicológicos que afectan a otras condiciones médicas y el trastorno facticio se agregan en la misma categoría. Finalmente, el trastorno dismórfico corporal se mueve a otra categoría: la del trastorno obsesivo-compulsivo y relacionados.

Los criterios diagnósticos para cada uno de los trastornos se presentan en secciones dedicadas a los trastornos principales que configuran la categoría. En cuanto al diagnóstico de factores psicológicos que influyen en otras afecciones médicas, se aplica a individuos que sufren una condición médica que se ve afectada negativamente por factores psicológicos o conductuales, lo que puede aumentar las probabilidades de sufrimiento, discapacidad o muerte. Los factores psicológicos o conductuales se consideran perjudiciales si cumplen una de las siguientes condiciones: (a) preceden al inicio o agravan los síntomas, (b) interfieren en el tratamiento médico o (c) afectan negativamente el pronóstico de la afección médica.

La clasificación de la OMS: CIE-11

First (2005). Realiza el estudio más amplio publicado hasta la fecha con un grupo de 52 personas y revela que el trastorno se produce sobre todo en hombres, con un predominio de deseos de amputación de alguna extremidad de la parte izquierda del cuerpo, en especial la pierna, aunque también hay casos registrados de amputación completa de una mano y/o de uno o más de los dedos de las manos o de los pies.
Sedda y Bottini (2014). Por lo que se refiere a su etiología, aunque hay varios estudios que indican la presencia de anomalías neurobiológicas en las personas afectadas, los datos no son concluyentes en parte por la diversidad de metodologías empleadas, la escasa representatividad de las muestras utilizadas, y la diversidad de datos encontrados.

La categoría de Trastornos Somatomorfos en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) ha experimentado cambios importantes debido a su escasa utilidad clínica. El grupo de trabajo de trastornos somáticos y disociativos de la undécima edición (CIE-11) ha propuesto una nueva denominación: «Trastornos por malestar somático o por la experiencia corporal». Esto reúne bajo una única rúbrica todos los trastornos que en la edición anterior se incluían en el grupo de trastornos somatomorfos, con una excepción: la hipocondría, que pasa a formar parte del espectro obsesivo-compulsivo.

La nueva categoría incluye tres trastornos cuya denominación es también nueva: Trastorno por malestar somático, Disforia por la integridad corporal, y Otro trastorno por malestar somático o por la experiencia corporal. El elemento común a estos trastornos es experimentar problemas y alteraciones en la relación que la persona mantiene con su cuerpo.

En la propuesta de la CIE-11, no se proporcionan criterios diagnósticos muy estrictos, sino una descripción que pretende destacar las características esenciales de cada trastorno. En consecuencia, el listado de características esenciales se parece solo superficialmente a los criterios diagnósticos más o menos estrictos que se muestran en el DSM-5. Además, se evita proporcionar puntos de corte arbitrarios y requisitos sobre la duración de los síntomas, a menos que haya suficientes datos empíricos que los justifiquen en diferentes países y culturas o que exista algún motivo importante para incluirlos.

El «trastorno por malestar somático» es el más importante de la categoría y pretende recoger los elementos esenciales que definen la idea de somatización. Además del diagnóstico en sí, se debe especificar el nivel de gravedad teniendo en cuenta el grado de malestar o de preocupación por los síntomas físicos, la persistencia del trastorno y el nivel de deterioro que provoca en la vida de la persona.

Los criterios diagnósticos, que son genéricos, se matizan al observar los que se proponen para establecer el diagnóstico diferencial con otros trastornos como la hipocondría, la depresión, el trastorno de pánico o la ansiedad generalizada. En todos estos casos, se enfatiza que uno de los aspectos diferenciales del trastorno es la preocupación por los síntomas en sí mismos, por sus consecuencias y por el impacto que ello tiene en la vida del paciente. Por tanto, el componente cognitivo de preocupación y no solo el de atención, junto con el de emocionalidad negativa (es decir, la disforia), también son necesarios a la hora de formalizar el diagnóstico.

CIE-11: Características esenciales del trastorno por malestar somático (Bodily Distress Disorder)
✅ Múltiples síntomas físicos que son angustiantes para el individuo y que pueden cambiar con el paso del tiempo. Ocasionalmente, puede tratarse de un único síntoma que suele
ser cansancio o dolor.
✅ Se presta excesivo atención a los síntomas, la que se manifiesta por centrarse en exceso sobre su gravedad o sus consecuencias negativas. La excesiva atención se evidencia también por la búsqueda repetida de consultas con los profesionales de la salud acerca de los síntomas, que van más allá de lo que sería necesario desde el punta de vista médico. En personas en las que hay una condición médica diagnosticada que causa (o contribuye a) los síntomas, el grado de atención que se les presta es claramente excesivo teniendo en cuenta la naturaleza y gravedad de la condición médica.
✅ La atención excesivo a los síntomas físicos no disminuye a pesar de los exámenes y pruebas médicas, ni con la tranquilización que, de manera correcta, proporcionen los profesionales de la salud.
✅ Los síntomas físicos (aun cuando no sean siempre los mismos) y la angustia asociada son persistentes: están presentes la mayoría de los días durante al menos tres meses o más y están asociados con un deterioro significativo en el ámbito personal, familiar, social, educativo, ocupacional o en otras áreas importantes del funcionamiento.

Además de las pautas para el diagnóstico diferencial, se ofrecen pautas generales para diferenciar las preocupaciones normales sobre el estado de salud de las que sugieren la presencia del trastorno. En este último caso, se indica que el nivel de malestar emocional es mayor de lo que cabría esperar en relación con la naturaleza de los síntomas, incluso cuando estos sean causados por una enfermedad o condición médica conocida. Además, en el caso del trastorno, el número de síntomas que manifiesta el paciente es mayor al que habitualmente se asociaría con la condición médica responsable de los mismos, en caso de que dicha condición existiera.

El segundo trastorno de esta categoría, «disforia por la integridad corporal» (DIC), se incluye por primera vez en un sistema de diagnóstico psiquiátrico y, de hecho, no está incluido en el DSM-5. El único trastorno que guarda alguna semejanza con el DIC en el DSM-5 es el de autolesiones no suicidas, que además se incluye entre las condiciones que requieren más estudio. Junto a ellas, se incluye un listado de características adicionales con las que se intenta definir mejor el nuevo trastorno y los aspectos diferenciales con otros ya conocidos.

Este es un trastorno muy raro y poco frecuente que ha sido denominado de diversas maneras desde las primeras descripciones sistemáticas, siendo la más habitual la de «trastorno de identidad de la integridad corporal» (Body Integrity Identity Disorder, BIID). También se ha denominado «apotemnofilia» (por ejemplo, Money et al., 1977) y «xenomeño» (por ejemplo, McGeoch et al., 2010). Las diferentes denominaciones responden a dónde se sitúa el énfasis que define el trastorno: en problemas con la identidad corporal (BIID), en una modalidad de parafilia de tipo compulsivo (apotemnofilia) o en una alteración neurológica similar a la que se produce en pacientes con somatoparafrenia (un síntoma que se produce como consecuencia de lesiones en el hemisferio cerebral derecho).

El término “disforia” se refiere al malestar emocional y la distorsión que sufre una persona al no aceptar la configuración de su cuerpo como una entidad compuesta por extremidades que surgen de un tronco único, lo que se conoce como “integridad corporal”. La motivación de la persona que sufre de disforia por la integridad del cuerpo es ajustar su cuerpo al esquema corporal que tiene de sí mismo, lo que puede involucrar la modificación drástica de su estructura y configuración. La disforia por la integridad del cuerpo se distingue de la disforia de género, en la que la persona siente un desajuste y malestar con el sexo biológico que le ha correspondido.

CIE-11: Características esenciales y adicionales del trastorno de disforia por la integridad corporal (body integrity dysphoria)
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES:
✅ Un deseo intenso y persistente por tener una discapacidad física importante (p. ej, amputación de una pierna, paraplejia, ceguera), que se acompaña de una incomodidad persistente con, o de sentimientos negativos intensos sobre, el funcionamiento a la configuración actual del propio cuerpo.
✅ El deseo de quedar físicamente discapacitado tiene consecuencias perjudiciales, que se manifiestan por una o ambas de las características siguientes:
➖La preocupación o rumiación sobre el deseo de estar discapacitado físicamente provoca un deterioro significativo en los ámbitos personal, familiar, social, educativo, laboral, o en cualquier otro ámbito importante del funcionamiento personal y social (p. ej, evitar relaciones íntimas, interferencia con la productividad laboral).
➖ intentos por convertirse realmente en discapacitado mediante auto-lesiones que han puesto en un riesgo significativo la salud o la vida de las personas.
✅ El inicio del deseo persistente de estar discapacitado comienza en la adolescencia temprana.
✅ El trastorno no se explica mejor por otro trastorno mental p. ej, esquizofrenia u otro trastorno psicótico primario (p. ej, cuando hay una convicción delirante de que le pierna pertenece a otra persona), un trastorno facticio, o simulación (malingering).
✅Los síntomas, o los comportamientos, no se explican mejor por disforia de género, por una enfermedad del sistema nervioso central, o por otra condición médica.
CARACTERÍSTICAS ADICIONALES:
✅ La mayoría de las persones con este problema presentan un comportamiento «mentiroso», que puede constituir una manifestación temprana del trastamo en la infancia. Por ejemplo, vendarse la pierna para simular una amputación, o utilizar uno silla de ruedas o muletas. Estos comportamientos se realizan casi siempre en secreto. Lo necesidad de mantener en secreto el deseo puede tener como consecuencias la evitación, o la ruptura, de relaciones personales que pudieran interferir con las oportunidades de «mentir».
✅ Algunos individuos que se provocan la discapacidad intentes disimular u ocultar el hecho de que son ellos mismos quienes se han provocado el daño haciendo que parezca un accidente.
✅ En muchos de las personas con el trastorno se aprecia un componente sexual asociado a su deseo de discapacidad, ya sea por sentir atracción sexual por personas con ciertas discapacidades o porque experimentan una gran excitación sexual cuando piensan en ellos mismos como discapacitados.
✅Los informes sobre personas con el trastorno acerca de cuándo fueron conscientes de su deseo indican que comenzó en etapas muy tempranas de la infancia o la adolescencia. Parece que la mayoría de quienes padecen el trastorno no han buscada nunca atención especializada. Cuando lo hacen, generalmente en la adultez, suelen buscar la ayuda de un profesional de la salud para aliviar su malestar o para que les ayude a hacer realidad su deseada discapacidad.

El diagnóstico diferencial de la disforia por la integridad del cuerpo incluye la curiosidad que pueden manifestar o sentir las personas sin el trastorno, especialmente niños y adolescentes, por “cómo sería” vivir con una discapacidad física o fingir que se tiene una discapacidad, pero sin un deseo persistente por sufrir la discapacidad o por sus consecuencias negativas. También se distingue de la esquizofrenia y otros trastornos que cursan con síntomas de la esfera psicótica, ya que la persona con disforia por la integridad del cuerpo no alberga creencias delirantes ni alucinaciones de tipo somático sobre alguna parte de su cuerpo, sino que siente que su estructura corporal solo estará “correcta” si está discapacitado.

En cuanto al trastorno dismórfico corporal (TDC), las personas que lo sufren experimentan disforia sobre su cuerpo debido a preocupaciones e intrusiones acerca de lo que consideran como defectos físicos y el modo en que estos condicionan su relación con los demás y/o cómo los otros les evalúan y valoran. En el caso de la disforia por la integridad del cuerpo, la distorsión se deriva del modo en que la persona piensa que debería estar configurado su cuerpo o en cómo sienten que debería funcionar. Por tanto, las personas con disforia por la integridad del cuerpo no están preocupadas por si los demás piensan que su aspecto físico tiene defectos.

Finalmente, los límites con los trastornos facticios y la simulación pueden ser difíciles de establecer. En el caso de los trastornos facticios, el fingimiento de una discapacidad tiene como finalidad recibir atención médica y asumir un rol de enfermo, y en el caso de la simulación, el objetivo es obtener ganancias secundarias. En el caso de la disforia por la integridad del cuerpo, la persona busca activamente romper con la estructura corporal para ajustarla a su esquema corporal, por lo que el deseo de discapacidad no está motivado por obtener ganancias secundarias.

Características transdiagnósticas

Duddu et al. (2006); Sayar et al. (2003). En las personas con preocupaciones somáticas, la tendencia a la amplificación se asocia con, y predice, las creencias de enfermedad.
Hensley y Varela (2008); Jakupcak et al. (2006); Fergus y Bordeen (2013). La sensibilidad a la ansiedad, entendida como el miedo a las sensaciones de ansiedad, parece tener un papel relevante en la predicción tanto de los síntomas somáticos como de la ansiedad por la salud.
Abramowitz y Braddock (2008); Boelen y Carleton (2012); Melli et al (2014). Por lo que se refiere a las creencias disfuncionales sobre las propias preocupaciones, rumiaciones, y pensamientos, la intolerancia a la incertidumbre parece ser una de los más relevantes pues, en el caso de las personas con preocupaciones somáticas parece actuar como una fuente motivacional que les impulsa a perseguir sin descanso la certeza de que no están enfermos, o de que están sanos, y de que van a seguir viviendo.
Denovan et al. (2019); Sansone y Sansone (2012). En cuanto al pensamiento rumiativo, proceso que acompaña a los estados de preocupación, se relaciona tanto con la preocupación por padecer una enfermedad grave como con los síntomas somáticos en sí mismos.

Desde una perspectiva transdiagnóstica, se han identificado variables comunes que actúan como predictores y/o mantenedores de los trastornos asociados con preocupaciones somáticas, según se presentan en el DSM-5. Estas variables incluyen la sensibilidad a la ansiedad, la amplificación somatosensorial, la rumiación o pensamiento rumiativo, y creencias disfuncionales como la intolerancia a la incertidumbre, el catastrofismo y la sobrevaloración de la importancia de los pensamientos y preocupaciones sobre los síntomas, especialmente en su variante de fusión entre pensamiento y acción (tipo probabilidad).

La sensibilidad a la ansiedad, entendida como el miedo a las sensaciones de ansiedad, parece desempeñar un papel relevante en la predicción tanto de los síntomas somáticos como de la ansiedad por la salud. La amplificación somatosensorial se define como la tendencia a experimentar las sensaciones somáticas como intensas, nocivas y perturbadoras, y se ha planteado como una dimensión presente en estos trastornos, especialmente en la hipocondría y el trastorno somatoforme táctil de síntomas somáticos. La tendencia a la amplificación se asocia con las creencias de enfermedad y predice las preocupaciones somáticas.

El pensamiento rumiativo, proceso que acompaña a los estados de preocupación, se relaciona tanto con la preocupación por padecer una enfermedad grave como con los síntomas somáticos en sí mismos.

En cuanto a las creencias disfuncionales, la intolerancia a la incertidumbre parece ser una de las más relevantes, ya que impulsa a las personas con preocupaciones somáticas a perseguir sin descanso la certeza de que no están enfermos, o de que están sanos, y de que van a seguir viviendo. El catastrofismo, o la tendencia a dar más peso a las posibles consecuencias negativas de un síntoma que a las neutras o inocuas, también ha sido objeto de estudio reciente como variable transdiagnóstica en los diferentes trastornos por preocupaciones somáticas.

Se ha observado que los pacientes con estos trastornos tienden a sobreestimar, catastrofizar o minimizar su capacidad de afrontamiento ante la aparición de un síntoma indicativo de algún problema médico, así como la información de seguridad que le proporciona el entorno.

Caracterización clínica y etiológica de los trastornos de síntomas somáticos

Trastorno de síntomas somáticos (TSS)

Este trastorno es considerado como el «heredero natural» del trastorno somatoforme anterior del DSM-III y sus posteriores ediciones, en las cuales se establecieron criterios para su diagnóstico basados en los formulados por Feighner et al. (1972). Sin embargo, estos criterios se han demostrado inadecuados y poco operativos por dos razones. En primer lugar, los elementos clave del diagnóstico no son el número o la distribución de los síntomas, sino la experiencia subjetiva del paciente, su estado de preocupación y su comportamiento en relación con los síntomas (Dimsdale y Creed, 2009). En segundo lugar, se ha demostrado que es imposible e inadecuado realizar un diagnóstico por exclusión de otros diagnósticos orgánicos.

Características clínicas y pautas para el diagnóstico

Ejemplo caso clínico:

➖Nombre del paciente: Ana

➖Edad: 40 años

Antecedentes médicos: Ana ha sido diagnosticada con hipertensión y lleva un tratamiento de medicación para controlarla.

Motivo de consulta: Ana acude a la consulta de su médico de cabecera por diversos síntomas, entre ellos dolor abdominal, fatiga y dolor de cabeza. Ha visitado a varios especialistas y ha realizado múltiples pruebas médicas, pero no se ha encontrado ninguna causa médica que explique sus síntomas. A pesar de ello, Ana sigue preocupada por su salud y siente que sus síntomas están empeorando.

Historia clínica: Ana ha experimentado síntomas somáticos durante aproximadamente 2 años. Al principio, se presentaron como dolores de cabeza y fatiga, los cuales atribuyó al estrés en el trabajo y a su hipertensión. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo, empezó a experimentar otros síntomas, como dolores abdominales y problemas de sueño. Ana ha visitado a varios especialistas, incluyendo un gastroenterólogo y un neurólogo, pero todos los resultados de las pruebas médicas han sido normales. A pesar de ello, Ana sigue preocupada por su salud y ha buscado constantemente más opiniones médicas.

Evaluación: Durante la evaluación médica, se observa que Ana está muy preocupada por sus síntomas y que estos están afectando su capacidad para llevar a cabo sus actividades diarias. Además, se nota que Ana ha estado leyendo mucho sobre enfermedades en Internet y está convencida de que tiene una enfermedad grave, a pesar de que los resultados de las pruebas médicas han sido normales. El médico le explica que sus síntomas pueden ser debidos al trastorno de síntomas somáticos, y que es importante abordar su preocupación por la salud de una manera efectiva.

En el DSM-5, a diferencia de las anteriores, el Trastorno de Síntomas Somáticos (TSS) ya no se define por la presencia de un conjunto específico de síntomas no explicados médicamente, sino por la presencia de síntomas que causan malestar y deterioro de las actividades diarias del paciente. El TSS se diferencia de otros trastornos, como la hipocondría, en que los pacientes se preocupan principalmente por los síntomas en sí mismos, mientras que en la hipocondría el problema radica en la interpretación catastrófica de los síntomas. Los criterios diagnósticos específicos para el TSS se presentan en la Tabla del DSM-5, y se incluyen especificadores para el dolor, la duración y la gravedad del trastorno.

Criterios para el diagnóstico del Trastorno de síntomas somáticos según el DSM-5 (APA, 2013)
CRITERIO A. Uno o más síntomas somáticos que causan malestar o dan lugar a problemas significativos en la vida diaria.
CRITERIO B. Pensamientos, sentimientos o comportamientos excesivos relacionados con los síntomas somáticos o asociados a la preocupación por la salud, como se pone de manifiesto por una o más de las características siguientes:
✅Pensamientos desproporcionados y persistentes sobre la gravedad de los propios síntomas.
✅Grado persistentemente elevado de ansiedad acerca de la salud o los síntomas.
✅Tiempo y energía excesivos consagrados a estos síntomas o a la preocupación por la salud.
CRITERIO C. Aunque algún síntoma somático puede no estar continuamente presente, el estado sintomático es persistente (por lo general más de seis meses).
Especificar si:
Con predominio de dolor (antes trastorno doloroso): este especificador se aplica a individuos cuyos síntomas somáticos implican sobre todo dolor
Especificar si:
Persistente: Un curso persistente se caracteriza por la presencia de síntomas intensos, alteración importante y duración prolongada (más de seis meses).
Especificar la gravedad actual:
Leve: Sólo se cumple uno de los síntomas especificados en el Criterio B.
Moderado: Se cumplen dos o más de los síntomas especificados en el Criterio B.
Grave: Se cumplen dos o más de los síntomas especificados en el Criterio B y además existen múltiples quejas somáticas (o un síntoma somático muy intenso).

Además, aparte de la preocupación por la enfermedad, se han relacionado otras características con la presentación clínica del TSS, como la atribución de los síntomas a factores psicológicos, somáticos o ambientales, la amplificación somatosensorial y la alexitimia. La amplificación somatosensorial, junto con la hipocondría, parece ser un factor relevante en el TSS. La alexitimia, que se refiere a la incapacidad de expresar el mundo emocional interno, se ha relacionado con el TSS y, en especial, con el constructo de somatización. La dificultad para identificar los sentimientos es la dimensión que suele presentar una mayor asociación con la somatización.

Variables asociadas a pacientes somatizadores:Perfil del paciente con trastorno somatomorfo:
➖Número de síntomas somáticos no asociados a una enfermedad somática diagnosticada.
➖Vivencia de los síntomas como incapacitantes.
➖Elevado grado de sintomatología depresiva.
➖Tendencia a interpretar los síntomas como debidos a una enfermedad orgánica no diagnosticada.
➖Elevada amplificación somatosensorial.
➖No suelen hacer atribuciones psicológicas, sino somáticas.
➖Tendencia a presentar alexitimia, en especial respecto a la dificultad para la discriminación de las señales emocionales.
➖Mayor número de síntomas somáticos no asociados a una enfermedad somática diagnosticada.
➖Síntomas predominantes de dolor, gastrointestinales, sexuales/urogenitales y pseudo-neurológicos.
➖Vivencia de los síntomas como incapacitantes, con deterioro en varias áreas del funcionamiento psicosocial de la persona, especialmente en el ámbito laboral.
➖Elevado grado de sintomatología depresiva.
➖Tendencia a interpretar los síntomas como debidos a una enfermedad orgánica no diagnosticada, con elevada insatisfacción con la atención médica.
➖Elevada amplificación somatosensorial, similar a personas con diagnóstico de hipocondría.
➖No suelen hacer atribuciones psicológicas, sino somáticas.
➖Tendencia a presentar alexitimia, en especial respecto a la dificultad para la discriminación de las señales emocionales.
♀️Epidemiología y curso

El trastorno de somatización, a pesar de ser referido como frecuente en la práctica clínica, tiene una baja representación en estudios epidemiológicos que han examinado su prevalencia según criterios diagnósticos DSM o CIE. Los trastornos somatoformes, que incluyen el trastorno de somatización, se consideran comunes en las consultas de atención primaria, con tasas similares a las de los trastornos de ansiedad y depresivos. Sin embargo, los resultados de varios estudios epidemiológicos indican una prevalencia del trastorno de somatización por debajo del 1%, lo que es paradójico. Debido a las bajas tasas de prevalencia y su no coincidencia con la impresión clínica de la elevada frecuencia del fenómeno de la somatización, se ha desarrollado el constructo de «somatización abreviada». En población general, la prevalencia de la somatización abreviada oscila entre el 4,4% y el 19%, mientras que en pacientes consecutivos atendidos en atención primaria, la media es del 16,6%.

FUENTE♀️PREVALENCIA
Robins et al. (1984)
Epidemiologic Catchment Area Program EEUU (n=20000)
0,12%
Escobar et al. (1987)
Epidemiologic Catchment Area Program EEUU (n=20000)
0,03%
Swartz et al. (1986)
Epidemiologic Catchment Area Program EEUU (n=20000)
0,38 %
Lobo et al. (1996)
Población española
7,3%
Gureje et al. (1997)
Criterios CIE en 14 países
0,1-17,7%
Gureje et al. (1997)
Criterios DSM en 14 países
1,4%
(Creed y Barsky, 2004; Hiller et at, 2006)>1%
Creed y Barsky (2004)
Somatización abreviada en población general
4,4-19%
Creed y Barsky (2004)
Somatización abreviada en población clínica
7,3-35% (media 16,6%)
*DSM-5 (APA 2013)
Población adulta EEUU
5-7%
*no es materia de examen

Respecto a las variables sociodemográficas, aunque sugieren una mayor prevalencia en mujeres, indican que no es tan exclusivo del sexo femenino como se suponía históricamente y se aproxima a las ratios hombre/mujer de otros trastornos, como los de ansiedad o depresivos. La asociación más consistente del trastorno de somatización es con el bajo nivel de instrucción. Actualmente no disponemos de datos epidemiológicos fiables del TSS según los criterios diagnósticos DSM-5, pero es probable que las tasas de prevalencia se incrementen con los nuevos criterios.

Comorbilidad

Los estudios que examinan la co-ocurrencia entre la hipocondría y el trastorno de somatización (según los criterios DSM-IV-TR) indican tasas que varían significativamente, oscilando entre el 7% y el 21% cuando se aplican los criterios completos para el trastorno de somatización (Noyes et al., 2006), y del 32% al 82.9% cuando se utilizan criterios abreviados para este trastorno (Barsky et al., 1992; Escobar et al., 1998; Noyes et al., 1991). Estas cifras también varían según el contexto en el que se realice el estudio. Por ejemplo, mientras que en el trabajo de Escobar et al. (1998) el 20% de los pacientes de atención primaria con trastorno de somatización cumplían los criterios para hipocondría, en el de López-Santiago (2011) era del 7.27% entre pacientes atendidos en un centro de salud mental. En general, esto indica que la comorbilidad entre ambos trastornos es alta, aunque depende del criterio diagnóstico utilizado y del contexto en el que se realice la investigación.

Se ha asumido que existe una estrecha asociación entre somatización y depresión. Los datos confirman esta asociación, no solo con depresión, sino también con ansiedad (Creed y Barsky, 2004), tanto en población general (Simon y YonKorff, 1991) como en atención primaria (Escobar et al., 1998; Gureje et al., 1997). Estos resultados también se han confirmado en investigaciones más recientes del grupo de Löwe y Henningsen (por ejemplo, Hanel et al., 2009; Kroenke et al., 2010; Piontek et al., 2018).

Por otro lado, varios estudios, desde una perspectiva dimensional, han mostrado que cuando aumenta el número de síntomas somáticos, también lo hacen los niveles de ansiedad y depresión (por ejemplo, Kroenke et al., 1998). Además, cuando los síntomas de somatización se asocian con trastornos de ansiedad y/o depresión, el cuadro clínico se agrava significativamente (Allen et al., 2000). Sin embargo, no hay evidencia que indique si la existencia de trastornos somatoformes primarios predice posteriores trastornos de ansiedad o depresivos, o viceversa (Lieb et al., 2007).

El trastorno de somatización ha sido relacionado con la personalidad de varias maneras. En primer lugar, se ha encontrado una alta comorbilidad en hombres entre este trastorno y la sociopatía (equivalente al trastorno de personalidad antisocial actual) y en mujeres con el trastorno histriónico (Woodruf et al., 1978; Tyrer, 1922). Sin embargo, estudios más recientes, aunque muestran altas tasas de comorbilidad con trastornos de personalidad, no reflejan esta estrecha asociación con los dos trastornos mencionados anteriormente (por ejemplo, Noyes et al., 2006).

Por otro lado, aunque hay pocos estudios que han evaluado las dimensiones de personalidad en personas con trastorno de somatización (Noyes et al., 2006), la mayoría de los que han relacionado la somatización con dimensiones de personalidad lo han hecho con el neuroticismo (Deary et al., 2007; López-Santiago, 2010) y con una menor apertura a la experiencia (López-Santiago, 2011).

Comorbilidad del trastorno de somatización y la hipocondría:Asociación entre somatización y depresión/ansiedad:Relación entre el trastorno de somatización y la personalidad:
➖Los estudios indican tasas que varían significativamente, oscilando entre el 7% y el 21% cuando se aplican los criterios completos para el trastorno de somatización y del 32% al 82.9% cuando se utilizan criterios abreviados.
➖La comorbilidad entre ambos trastornos es alta, aunque depende del criterio diagnóstico utilizado y del contexto en el que se realice la investigación.
➖Existe una estrecha asociación entre somatización y depresión/ansiedad.
➖Esta asociación se ha confirmado en investigaciones más recientes.
➖Cuando los síntomas de somatización se asocian con trastornos de ansiedad y/o depresión, el cuadro clínico se agrava significativamente.
➖No hay evidencia que indique si la existencia de trastornos somatoformes primarios predice posteriores trastornos de ansiedad o depresivos, o viceversa.

➖Se ha encontrado una alta comorbilidad en hombres entre el trastorno de somatización y la sociopatía y en mujeres con el trastorno histriónico. Sin embargo, estudios más recientes no reflejan esta estrecha asociación.
➖La mayoría de los estudios que han relacionado la somatización con dimensiones de personalidad lo han hecho con el neuroticismo y con una menor apertura a la experiencia.
Diagnóstico diferencial

La inespecificidad de los síntomas que conforman el Trastorno Somático Sintomático (TSS) hace que sea importante realizar un diagnóstico diferencial exhaustivo. Además de tener en cuenta otros trastornos mentales, se debe prestar especial atención a las enfermedades médicas que tienen síntomas somáticos similares a los del TSS. A pesar de que exista una enfermedad médica diagnosticada, si se cumplen los criterios para el TSS, no se excluye este diagnóstico. Por otro lado, en cuanto a los trastornos de ansiedad, es especialmente difícil realizar el diagnóstico diferencial con el TSS, en el que los síntomas somáticos son prominentes. En el Trastorno de Pánico, los síntomas y la preocupación aparecen en episodios agudos, mientras que en el TSS son más continuos. En la Ansiedad Generalizada, la preocupación no se centra solo en las quejas somáticas, como sucede en el TSS. En los trastornos depresivos, los síntomas somáticos son circunstanciales y se presentan cuando el individuo está deprimido. En cuanto al Trastorno de Conversión, el síntoma implica la pérdida de la función, mientras que en el TSS, la atención se centra en el malestar y preocupación por los síntomas.

En el diagnóstico diferencial con trastornos psicóticos, donde aparecen ideas delirantes somáticas, estas son más bizarras que las somatizaciones del TSS y se presentan en menor número y de forma más estable. El diagnóstico diferencial con el trastorno de ansiedad por enfermedad (hipocondría) es especialmente controvertido, ya que en este último la preocupación se centra en la salud y los síntomas son inexistentes o mínimos. Aunque según la conceptualización de la hipocondría propuesta por Belloch et al. (2019) y la CIE-11, el TSS y el trastorno de ansiedad por la salud se diferencian claramente. El foco de la preocupación en el TSS está en las consecuencias de los síntomas en sí mismos, mientras que en la hipocondría, las creencias catastróficas de padecer una enfermedad grave son el factor determinante. El matiz diferenciador radica en que en el TSS se pone más énfasis en los síntomas en sí mismos, mientras que en la hipocondría, se presta más atención a la enfermedad subyacente. En la somatización se busca tratamiento para aliviar el malestar, mientras que en la hipocondría, las exploraciones médicas tienen como objetivo descartar la presencia de una enfermedad grave.

Etiología

A pesar de que el concepto de somatización, que se refiere a la conversión de estados emocionales en síntomas físicos, surgió en un marco psicodinámico, en las últimas décadas los principales modelos explicativos del fenómeno se han propuesto desde enfoques cognitivos y cognitivo-conductuales. En particular, el modelo propuesto por Deary et al. (2007) distingue entre factores predisponentes, precipitantes y perpetuadores de tipo cognitivo, conductual, afectivo y fisiológico. Un elemento clave del modelo es el concepto de círculo vicioso, que hipotetiza que los síntomas, el malestar y el grado de discapacidad se autoperpetúan por la interacción entre diferentes factores implicados en su génesis y mantenimiento.

Los autores identifican como principales factores predisponentes para el desarrollo de los síntomas ciertas experiencias en la infancia (como la historia de enfermedades paternas, patrones de cuidado paterno sobreprotectores o la historia de abuso sexual o físico) y el neuroticismo, rasgo estable de personalidad que se caracteriza por la tendencia a experimentar afecto negativo. Respecto a los factores precipitantes, los eventos vitales aparecen consistentemente, especialmente aquellos que implican un dilema difícil de elegir entre dos alternativas igualmente indeseables.

En cuanto a los factores perpetuadores, los autores encuentran que hay evidencia del papel desempeñado por varios factores cognitivos, conductuales, fisiológicos y sociales, como la sensibilización, la atención y las creencias inadecuadas respecto a la salud, la incertidumbre médica o las atribuciones sobre los síntomas. En términos generales, el modelo sugiere que realizar una atribución psicológica o mixta (psicológica y somática) a los síntomas predice mejores resultados que realizar atribuciones de enfermedad, junto con una baja atribución de los síntomas como experiencias normales. Además, las creencias catastróficas respecto a los síntomas pueden contribuir a conductas de evitación y, potencialmente, mantener los síntomas somáticos y la ansiedad por condicionamiento operante. Las conductas de evitación y la ausencia de estrategias de afrontamiento ante los síntomas también pueden jugar un papel importante en la perpetuación de síndromes como la fatiga crónica. Los autores reconocen que es difícil desenmarañar los factores propuestos y que es necesario seguir trabajando en ellos, tanto individualmente como en su interacción. Como alternativa a los enfoques cognitivo-conductuales,

Rief y Barsky (2005) han propuesto un modelo de «somatización intencional», que enfatiza el papel de los incentivos sociales y culturales en la expresión de síntomas somáticos. De acuerdo con esta postura, se considera que los trastornos somatoformes pueden ser considerados como trastornos en la percepción de las señales corporales. Se ha propuesto un modelo simplificado basado en el desarrollo, filtrado y percepción de las señales, según el cual los síntomas de los trastornos son la consecuencia de dos fenómenos principales. En primer lugar, un aumento de las señales corporales debido a numerosos factores, en su mayoría biológicos, como la experiencia frecuente de malestar, la falta de condición física o una estimulación crónica del eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal. En segundo lugar, similar a la teoría de la puerta-control en la investigación del dolor, se sugiere la existencia de un sistema de filtro deficiente que puede amplificar las señales corporales, en lugar de inhibirlas o seleccionarlas de manera eficaz como ocurre en personas sanas. Esto conduce a una mayor percepción consciente de las reacciones corporales y de los síntomas.

modelo de filtro
Modelo de filtro para los síntomas sornatomoformes (Rief y Barsky, 2005).

En un reciente estudio sobre síntomas somáticos, Kube y otros investigadores (2020) han propuesto un modelo explicativo que integra teorías cognitivas sobre expectativas disfuncionales relacionadas con la salud y la enfermedad, con avances en neurociencia, como las teorías del procesamiento predictivo. Este enfoque sugiere que el cerebro no procesa de manera pasiva las señales sensoriales entrantes, sino que genera activamente predicciones sobre la entrada sensorial esperada. Luego, los datos sensoriales reales se combinan con predicciones previas, y cualquier desviación de la observación actual en comparación con la anterior proporciona retroalimentación correctiva para actualizar las predicciones. En este sentido, el cerebro funciona como una «máquina de predicción» que trata de dar sentido al mundo mediante la generación de hipótesis que se prueban permanentemente. Según este modelo, los síntomas somáticos son percepciones conscientes que resultan de un proceso constructivo, en el que el cerebro interpreta la información del cuerpo a la luz de las predicciones.

Es importante destacar que este enfoque es preliminar y se espera que, en los próximos años, se pueda evaluar hasta qué punto la integración de modelos de base cognitiva con las neurociencias puede proporcionar explicaciones más eficientes sobre este trastorno. Asimismo, estos planteamientos, aunque muy interesantes, todavía están en fase experimental y se necesitan más estudios para comprender mejor el trastorno y sus efectos en las personas que lo padecen.

Hipocondría o trastorno de ansiedad por la enfermedad (TAE)

Gillespie (1928). Propuso una definición de la hipocondría en donde la preocupación por padecer una enfermedad, desproporcionada en relación con las datos y acompañada de una afectación emocional importante, constituían los elementos básicos.

A pesar de su dilatada historia, la hipocondría sigue siendo un trastorno enigmático dentro de los grupos psicopatológicos. Su «resiliencia» como constructo psicopatológico, descrito por Hipócrates, ha sido notable a pesar de múltiples intentos por desacreditarlo. La palabra hipocondría se originó del término griego hypochondrion, utilizado por Hipócrates para identificar un trastorno de los «órganos digestivos». Durante siglos, se buscaron las causas físicas del trastorno sin resultados. En el siglo XIX, Falret y Charcot, entre otros, sugirieron que la hipocondría se debía a causas «morales e intelectuales», mientras que Freud la catalogó como una neurosis verdadera. Posteriormente, la hipocondría fue ignorada durante décadas y se incluyó en el grupo de los trastornos somatotormes por la APA. El resurgimiento del interés por la hipocondría surgió a través de los modelos cognitivos de la psicopatología, que la re-conceptualizaron como ansiedad por la salud, un trastorno que se ajusta mejor a la psicopatología ansiosa. Esto ha llevado al desarrollo de programas de tratamiento validados por la comunidad científica. La revisión y el cambio de los criterios de diagnóstico psiquiátrico tanto de la OMS como de la APA también ha sido influido por el cambio de enfoque. El DSM-5 ha sustituido la denominación de hipocondría por «ansiedad por la enfermedad».

Características clínicos y pautas para el diagnóstico
Salkovskis y Warwick (1986). Proponen el concepto de ansiedad por la salud para describir un continuo de preocupaciones por la salud que fluctúa desde la preocupación leve, a menudo transitoria, por el estado de salud, que se activa corno consecuencia de la observación o constatación de síntomas físicos, hasta la hipocondría a preocupación mórbida por la salud, en la que el individuo interpreta como indicadores de una enfermedad grave los síntomas que observa.
Starcevic (2001). Cuando los delirios son exclusivamente de contenido hipocondríaco, se suele calificar como «psicosis hipocondríaca monosintomática».
Starcevic y Noyes (2014). El DSM-5 establece, de una forma bastante arbitraria que el 75% de los pacientes diagnosticados de hipocondría según el DSM-IV, se diagnosticaran ahora como TSS y solo una minoría, el 25% restante, se diagnosticarán como TAE.

Ejemplo caso clínico:

  • Antecedentes: Jorge, de 35 años de edad, acude a la consulta del psicólogo por presentar preocupaciones excesivas por su salud y constantes visitas al médico para descartar enfermedades. Desde la adolescencia, Jorge ha sido muy preocupado por su salud y ha tenido diversas consultas médicas sin que se le haya diagnosticado ninguna enfermedad.
  • Descripción del problema: Jorge se preocupa constantemente por su salud, siente que tiene síntomas graves y teme estar padeciendo una enfermedad grave, a pesar de que los médicos le han dicho que está completamente sano. Cada vez que experimenta algún síntoma, por mínimo que sea, su preocupación se intensifica y busca inmediatamente atención médica. Este comportamiento ha interferido en su vida diaria, ya que se ausenta con frecuencia del trabajo para acudir a citas médicas y esto ha generado conflictos con sus superiores.
  • Evaluación clínica: Jorge ha sido evaluado por diversos médicos y no se le ha encontrado ninguna enfermedad. En su historia clínica, se encuentra una tendencia familiar hacia la preocupación excesiva por la salud. En la entrevista clínica con el psicólogo, Jorge describe sus preocupaciones en torno a su salud como incontrolables y recurrentes, lo que le genera un gran malestar emocional y ansiedad. El psicólogo utiliza el DSM-5 para realizar el diagnóstico de hipocondría.
  • Tratamiento: El tratamiento de Jorge consistió en terapia cognitivo-conductual, que incluyó técnicas para identificar y cuestionar pensamientos distorsionados sobre su salud, así como exposición gradual a situaciones que le generaban ansiedad, como dejar de buscar atención médica inmediatamente ante cualquier síntoma. También se le enseñaron técnicas de relajación y respiración para reducir su nivel de ansiedad. Jorge mostró una mejoría significativa en su sintomatología y una disminución en su preocupación por su salud después de varias sesiones de terapia.
  • Seguimiento: Jorge asistió a un seguimiento después de seis meses de finalizar la terapia y reportó una mejora continua en su estado de ánimo y en su preocupación por su salud. Comentó que había aprendido a manejar su ansiedad y a cuestionar sus pensamientos de manera más efectiva. También se había reincorporado al trabajo sin dificultades y había mejorado su relación con sus superiores. El psicólogo programó una cita de seguimiento para dentro de seis meses.

La hipocondría se caracteriza por:

  • Un miedo exagerado a la enfermedad y la muerte.
  • Un estado emocional alterado.
  • Preocupación constante por la posibilidad de estar enfermo.
  • Comportamientos de comprobación o evitación.
  • Interpretaciones distorsionadas de síntomas y signos corporales.
  • Dificultad para tolerar la incertidumbre.
  • Evolución prolongada en el tiempo.
  • Interferencia del problema en la vida cotidiana.
  • Conciencia del problema.

No todas estas características están presentes en todos los pacientes y su intensidad puede variar. Los síntomas son, hasta cierto punto, comprensibles y normativos, pero en la hipocondría, persisten aun cuando el síntoma desaparece o se diagnostica y trata adecuadamente. El espectro de manifestaciones de la hipocondría es amplio, desde una preocupación excesiva por la salud hasta una formación delirante de preocupaciones sobre la enfermedad. La ansiedad por la salud se utiliza a menudo como un término intercambiable con la hipocondría, y su forma más leve se sitúa en la búsqueda excesiva de salud. En el segundo nivel de gravedad se encuentra la hipocondría transitoria, que dura menos de seis meses y se produce después de un diagnóstico de una enfermedad importante o después de recuperarse de un proceso agudo amenazante.

hipocondria
El espectro de las manifestaciones hipocondríacas en un continuo de gravedad.

Los criterios para diagnosticar la hipocondría en la de la CIE-10 son similares a los que se plantearon en el DSM-IV-TR, es decir, la creencia de padecer una enfermedad basada en síntomas y la persistencia de esta creencia a pesar de las explicaciones médicas. Sin embargo, la nueva edición, CIE-11, cambia radicalmente la caracterización de la hipocondría. Los cambios más importantes son: la hipocondría se incluye en el grupo de trastornos obsesivo-compulsivos y relacionados; el término hipocondría se mantiene, pero se hace análogo a los de ansiedad por la enfermedad, nosofobia y neurosis hipocondríaca; el diagnóstico de hipocondría excluye los trastornos dismórfico corporal, trastorno por malestar somático y miedo al cáncer; y no especifica pautas sobre la duración del trastorno para establecer un diagnóstico.

Los criterios de diagnóstico hacen referencia a tres aspectos nucleares de la hipocondría: cognitivos, emocionales y de comportamiento. El cambio más importante es la inclusión de la hipocondría en el grupo de trastornos obsesivo-compulsivos, que viene siendo propuesto y defendido por muchos expertos debido a las muchas similitudes fenomenológicas y funcionales entre la hipocondría y el TOC. La CIE-11 también presenta similitudes con los trastornos de ansiedad y relacionados con el miedo.

Criterios para el diagnóstico del Trastorno de de ansiedad por enfermedad según el DSM-5 (APA, 2013)
CRITERIO A. Preocupación por padecer o contraer una enfermedad grave.
CRITERIO B. No existen síntomas somáticos o, si están presentes, son únicamente leves. Si existe otra afección médica o un riesgo elevado de presentar una afección médica (p. ej., antecedentes familiares importantes), la preocupación es claramente excesiva o desproporcionada.
CRITERIO C. Existe un grado elevado de ansiedad acerca de la salud, y el individuo se alarma con facilidad por su estado de salud.
CRITERIO D. El individuo tiene comportamientos excesivos relacionados con la salud (p. ej., comprueba repetidamente en su cuerpo si existen signos de enfermedad) o presenta evitación por mala adaptación (p. ej., evita las visitas al clínico y al hospital).
CRITERIO E. La preocupación por la enfermedad ha estado presente al menos durante seis meses, pero la enfermedad temida específica puede variar en ese período de tiempo.
CRITERIO F. La preocupación relacionada con la enfermedad no se explica mejor por otro trastorno mental, como un trastorno de síntomas somáticos, un trastorno de pánico, un trastorno de ansiedad generalizada, un trastorno dismórfico corporal, un trastorno obsesivo-compulsivo o un trastorno delirante de tipo somático.
Especificar si:
Tipo con solicitud de asistencia: Utilización frecuente de la asistencia médica, que incluye visitas al clínico o pruebas y procedimientos.
Tipo con evitación de asistencia: Raramente se utiliza la asistencia médica.
Características comunes entre la hipocondría o TAE y el TOC
Síntomas:
✅Pensamientos, sensaciones, imágenes, o impulsos intrusivos, recurrentes, desagradables y difíciles de controlar.
✅Alto sensibilidad a la ansiedad.
✅Hipervigilancia.
Creencias disfuncionales o distorsionadas:
✅Intolerancia a la incertidumbre.
✅Catastrofismo o sobrevaloración de la amenaza.
✅Sobrevaloración de la importancia de los pensamientos (Fusión pensamiento-acción tipo
probabilidad.
Comportamientos:
✅Comprobación.
✅Necesidad de reasegurarse.
✅Evitación.
Tratamientos eficaces:
✅Terapia cognitivo-conductual (incluyendo exposición con prevención de respuesta).
✅Inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS),
Comorbilidad:
✅Trastorno de pánico,
✅Depresión.

Es importante hacer referencia a la denominación actual de la hipocondría como ansiedad por la enfermedad en los sistemas psiquiátricos de diagnóstico frente a la de ansiedad por la salud en los planteamientos psicológicos de la psicopatología. El concepto de ansiedad por la salud fue propuesto para describir un continuo de preocupaciones por la salud que fluctúa desde la preocupación leve hasta la hipocondría. Esta propuesta pretendía ubicar los miedos y preocupaciones hipocondríacas en el extremo patológico de una dimensión continua de ansiedad y miedo por la pérdida de salud.

♀️Epidemiología, curso y pronóstico
Clarke et al (2008). Los estudios sobre la influencia de variables demográficas (edad, sexo), sociales, o culturales en la hipocondría, son muy escasos. En cuanto al sexo, la mayor parte de los estudios epidemiológicos generales no detectan una prevalencia desigual de hipocondría ni de ansiedad por la salud en función del sexo o, en todo caso, se observa una prevalencia ligeramente mayor en mujeres.

Las investigaciones publicadas sobre la prevalencia de la hipocondría se basan en los criterios del DSM-IV y la CIE-10. Por lo tanto, los datos resumidos se derivan de estudios que utilizan los criterios diagnósticos de los sistemas anteriores.

En la comunidad, la prevalencia de la hipocondría ha sido generalmente baja, entre el 0,05% y el 0,4% al aplicar el criterio de hipocondría del DSM-IV (Bleichhardt y Hiller, 2007; Martin y Jacobi, 2006). En Canadá, se observó una prevalencia del 0,2%, pero aumentaba al 1,3% si se utilizaban criterios abreviados al excluir la resistencia al adecuado reaseguro médico (Looper y Kirmayer, 2001). En general, esto indica que la hipocondría es poco frecuente en la población comunitaria, con una prevalencia menor al 0,5%. Sin embargo, con un criterio menos restrictivo, que podría corresponder al trastorno de ansiedad por la enfermedad del DSM-V, la prevalencia se encontraría alrededor del 1% (Starcevic y Noyes, 2014).

En atención primaria, la estimación más fiable proviene del estudio de la OMS que constató una prevalencia del 0,8% (Gureje et al, 1997) según criterios CIE-10. Este estudio también informó de una prevalencia del 2,2% para un diagnóstico abreviado de la hipocondría. Sin embargo, otro estudio realizado en atención primaria observó una prevalencia del 3,4% (Escobar et al., 1998). En conjunto, estos datos indican que entre un 1% y un 3% de los pacientes atendidos en atención primaria cumplen el criterio completo o el criterio abreviado para la hipocondría.

FUENTE♀️PREVALENCIA
Bleichhardt y Hiller (2007); Martin y Jacobi (2006)
Criterios DSM-IV
0,05-0,4%
Looper y Kirmayer (2001)
Canadá
0,2-1,3%
Starcevic y Noyes (2014)
Criterios DSM-V
alrededor del 1 %
Gureje et al (1997)
Atención primaria Criterios CIE-10
0,8-2,2%
Escobar et al. (1998)
Atención primaria
3,4%
Liu et al. (2012)
Pacientes ambulatorios.China (n=5000)
0,38%
Altamura et al. (1998)
Población psiquiátrica
1,6%
*DSM-5 (APA 2013)
Población adulta EEUU

basadas en estimaciones del diagnóstico
de hipocondría del DSM-III y del DSM-IV
1,3-10 %
tasas de prevalencia de 1 a 2 años
*DSM-5 (APA 2013)
Población médica ambulatora EEUU

basadas en estimaciones del diagnóstico
de hipocondría del DSM-III y del DSM-IV
3-8 %
tasas de prevalencia de los 6 meses a 1 año
*no es materia de examen

Se han realizado otros estudios en consultas de especialidades médicas. Uno de los más amplios, con más de 5.000 pacientes ambulatorios en China, utilizó una entrevista clínica estructurada y registró una prevalencia de 0,38% (Liu et al., 2012). Estudios más pequeños, utilizando entrevistas estructuradas para evaluar a pacientes ambulatorios (Barsky et al., 1990), pacientes hospitalizados (Fink et al., 2001) y pacientes quemados (Ter Smitten et al., 2011), informan prevalencias que oscilan entre el 3,5% y el 6,3%. La baja prevalencia del estudio de Liu et al. (2012) podría estar reflejando diferencias culturales en la expresión y aceptación de la ansiedad en el contexto médico. En población psiquiátrica, la prevalencia de la hipocondría es del 1,6%, siendo más elevada en personas mayores (Altamura et al., 1998).

En cuanto al curso del trastorno hipocondríaco, éste puede iniciarse en cualquier momento de la vida, aunque suele ser más frecuente en los primeros años de la edad adulta. El curso suele ser crónico, aunque pueden haber períodos de mayor o menor intensidad relacionados con situaciones de estrés. El diagnóstico tiende a ser estable, ya que hasta dos tercios de los pacientes continúan cumpliendo los criterios para el trastorno hipocondríaco al cabo de un año, mientras que el tercio restante sigue presentando síntomas relacionados con la hipocondría (Jyvasjarvi et al., 1999).

Se han descrito varios factores que pueden influir en el pronóstico del trastorno, como un inicio agudo, una duración breve del trastorno, la levedad de los síntomas, la presencia de una enfermedad médica concomitante, la ausencia de trastornos mentales comórbidos y la falta de ganancias secundarias, como bajas laborales. En cambio, se han señalado otros factores que pueden empeorar el pronóstico, como una mayor gravedad y duración de los síntomas, la presencia de otros trastornos psiquiátricos, altas puntuaciones en neuroticismo, mayor comorbilidad con trastornos depresivos y ansiosos, mayor somatización y mayor convicción de enfermedad.

Los estudios sobre la influencia de variables demográficas, sociales o culturales en la hipocondría son escasos. En cuanto al sexo, la mayoría de los estudios epidemiológicos no detectan una prevalencia desigual de hipocondría ni de ansiedad por la salud, aunque en algunos casos se observa una leve prevalencia mayor en mujeres, que podría estar relacionada con una mayor disposición a buscar ayuda especializada. En cuanto a las diferencias en la prevalencia de la hipocondría en diferentes contextos culturales, sólo un estudio auspiciado por la OMS ha examinado este tema en la atención primaria de 14 países y ha encontrado una prevalencia media del 0,8%, con excepciones en Nigeria y Chile, donde las prevalencias fueron más elevadas.

Comorbilidad

Se ha estudiado la presencia de hipocondria en pacientes diagnosticados con diferentes trastornos, como el trastorno de pánico, el trastorno obsesivo-compulsivo, el trastorno de somatización y la depresión mayor. En pacientes con trastorno de pánico, se ha observado que el 25% de los pacientes de atención primaria y entre el 45% y el 51% de los pacientes psiquiátricos con dicho trastorno también padecen hipocondría. En el caso del trastorno obsesivo-compulsivo, las tasas de co-ocurrencia con la hipocondría son inferiores, en torno al 10% para la prevalencia actual y entre el 8,2% y el 15% para la prevalencia vital. Por su parte, la co-ocurrencia entre la depresión y la hipocondría ha dado lugar a resultados dispares, oscilando entre un 2% y un 69% de los pacientes hospitalizados con depresión mayor que también padecen hipocondría.

Se ha investigado también la comorbilidad con los trastornos de personalidad, encontrando que los trastornos obsesivo-compulsivo, evitativo y paranoide son frecuentes en pacientes con hipocondría. No obstante, la mayoría de los estudios se realizaron antes de la publicación del DSM-5, y el número de pacientes incluidos en muchos casos es reducido, lo que limita su generalización. Además, los datos se han obtenido en contextos muy diversos, lo que dificulta las comparaciones entre los estudios. En conclusión, la información disponible sobre la comorbilidad de la hipocondría con otros trastornos mentales es todavía limitada y poco estable.

Diagnóstico diferencial
Dubovsky (1988). Señaló algunos aspectos que pueden ayudar a diferenciar una depresión mayor de la hipocondría. Entre otros, indica que, en la depresión, pero no en la hipocondría, predominan los síntomas de tipo vegetativo que además suelen agravarse en las primeras horas del día.

La hipocondría comparte características clínicas con otros trastornos, por lo que es importante valorar si existe una coexistencia entre la hipocondría y otro trastorno mental y si la hipocondría es el problema principal o secundario. Todos los trastornos coexistentes deben ser diagnosticados, y Starcevic (2001, 2014) propone un proceso secuencial para un diagnóstico diferencial adecuado.

El primer paso en el diagnóstico diferencial es excluir la existencia de un trastorno físico o una enfermedad médica, ya que la presencia de una enfermedad médica no es incompatible con el diagnóstico de hipocondría. En segundo lugar, es importante descartar la presencia de un delirio sobre la enfermedad grave.

La hipocondría suele estar acompañada de síntomas depresivos, como un bajo estado de ánimo, una baja autoestima, fatiga, disminución del apetito e insomnio. Aunque estos síntomas no formen parte del cuadro clínico «puro» de la hipocondría, la depresión mayor puede ser el resultado de la naturaleza agotadora y desmoralizadora que a menudo tiene la hipocondría.

En todo caso, se debe hacer un doble diagnóstico cuando la depresión mayor es moderada o grave, y deben tratarse ambos trastornos. Además, hay aspectos que pueden ayudar a diferenciar una depresión mayor de la hipocondría, como la predominancia de síntomas de tipo vegetativo en la depresión, que no se observan en la hipocondría.

Photo Starcevic2
Professor Vladan Starcevic
Associate Professor
Psychiatry, Nepean Clinical School
… Ante síntomas que sugieren un TAE…
¿Hay enfermedad médica que explica los síntomas de TAE?SÍ ↦ Enfermedad médica
NO
↧↧↧
¿Cualidad delirante de los síntomas? ¿Más síntomas psicóticos?SÍ ↦ Trastorno psicótico
NO
↧↧↧
¿Síntomas de DM? ¿Síntomas de TAE solo presentes en el episodio de DM?SÍ ↦ Depresión mayor
NO
↧↧↧
¿Los síntomas de TAE forman parte del trastorno de pánico, o solo están presentes durante los episodios de pánico?SÍ ↦ Trastorno de pánico
NO
↧↧↧
¿Los síntomas TAE se experimentan como intrusivos, no razonables, excesivos, injustificados?SÍ ↦Trastorno obsesivo-compulsivo
NO
↧↧↧
¿El malestar se centra en los síntomas físicos y se busca explicación médica para ellos?SÍ ↦Trastorno de síntomas somáticos
NO
↧↧↧
¿El miedo y los comportamientos de evitación se circunscriben a una enfermedad concreta, y hay consciencia de lo excesivo del miedo?SÍ ↦Fobia la enfermedad
NO
↧↧↧
¿Duración de los síntomas de TAE <6 meses?SÍ ↦TAE transitorio
NO
↧↧↧
¿La intensidad de los síntomas, su interferencia, el malestar asociado, etc, son subclínicos (p. ej, ansiedad por la salud, exceso de concienciación sobre la salud, etc)?SÍ ↦Ansiedad por la salud
NO
↧↧↧
¿Se cumplen los criterios diagnósticos de TAE?SÍ ↦TAE
Proceso para el diagnóstico diferencial de: trastorno de ansiedad por la enfermedad (TAE). Tomado de Starcevic (2001).
Etiología

En las últimas décadas se han propuesto varios modelos y teorías para explicar los mecanismos psicológicos que subyacen tanto a la génesis como al mantenimiento de la hipocondría. Estos modelos se basan en paradigmas teóricos tan dispares como el psicodinámico, el psicosocial, el conductual, el cognitivo, o el cognitivo-conductual. Aunque la mayoría reconoce que la hipocondría no obedece a una causa única, sino a un proceso interactivo de variables de diversa índole, cada modelo ha subrayado la importancia de un elemento frente a los demás.

Desde una perspectiva psicodinámica, se ha conceptualizado como una manifestación somática de fuerzas emocionales intrapsíquicas e inconscientes. Las formulaciones de corte psicosocial la han entendido en términos de ganancias asociadas al hecho de asumir el rol de enfermo o como un modo de comunicación interpersonal. Finalmente, las aproximaciones conductuales y cognitivas la han considerado producto de alteraciones o disfunciones en la atención, en el pensamiento, o en ambos.

En este apartado, nos centraremos en las contribuciones más significativas realizadas desde planteamientos cognitivo-conductuales, puesto que de ellos se derivan a su vez los tratamientos psicológicos reconocidos como más eficaces. La mayoría de las aportaciones cognitivas a la explicación de la hipocondría se basan en concebirla como el extremo más grave de la dimensión de ansiedad por la salud. Las investigaciones en las que se basan estas aportaciones pueden agruparse en alguno de los siguientes ámbitos: alteraciones en los procesos y/o funciones cognitivas primariamente responsables de la recepción y/o entrada de la información (atención y percepción), alteraciones en los procesos cognitivos responsables de la elaboración de la información (memoria y pensamiento), alteraciones en el comportamiento (conductas de seguridad y evitación), alteraciones en los procesos emocionales y en la expresión de emociones (sensibilidad a la ansiedad y alexitimia), y características de personalidad (neuroticismo y escrupulosidad).

Dadas las limitaciones que necesariamente se imponen en un capítulo general como este, remitimos al lector interesado a la bibliografía recomendada para obtener una información detallada sobre estos aspectos (por ejemplo, Belloch et al., 2019). En este apartado presentaremos únicamente los modelos integradores que incorporan, en un marco unificado, los distintos hallazgos y/o hipótesis de uno o más de los cuatro ámbitos mencionados. Como se verá a continuación, todos los modelos propuestos siguen un mismo patrón de tipo procesual, mediante el que se intentan explicar los diferentes aspectos que inciden en el incremento de la vulnerabilidad a presentar el trastorno, siguiendo la lógica de la mayoría de los modelos psicológicos de diátesis-estrés.

Kellner: la hipocondría como interpretación erróneo de síntomas físicos

Kellner (1985, 1989) desarrolló un proceso que describe los elementos involucrados en la hipocondría y su evolución hacia lo que él denominó la neurosis hipocondríaca. Según su propuesta, un conjunto amplio de factores actúa como predisponente para el desarrollo de la hipocondría, incluyendo variables constitucionales y experiencias tempranas que hacen que la persona sea propensa a centrar su atención en los síntomas corporales. Estos factores constituyen el «caldo de cultivo» que facilita la aparición de la hipocondría cuando ocurren ciertos eventos precipitantes, como el estrés. Las posibles causas estresantes que Kellner incluye son muy variadas, desde la muerte de un ser querido hasta otros trastornos psicológicos que se acompañan de síntomas físicos.

La interpretación que la persona hace de sus síntomas es crucial para el desarrollo de la hipocondría. Si la persona interpreta los síntomas como indicadores de una enfermedad grave, puede comenzar a prestar más atención a ellos, lo que a su vez puede aumentar el estado de ansiedad y hacer que la persona interprete de manera errónea la naturaleza de los síntomas. Si un médico no puede proporcionar una explicación convincente o el reaseguro no es eficaz, la persona puede comenzar a creer que tiene una enfermedad física que aún no ha sido diagnosticada. A partir de ese momento, todos los síntomas y sensaciones adquieren un significado concreto para la persona, lo que hace que asignen un valor amenazador a sus sensaciones somáticas y que la focalización de la atención en su cuerpo se convierta en un hábito sobreaprendido.

La ansiedad puede llegar a estar condicionada a la percepción de sensaciones somáticas o pensamientos relacionados con la enfermedad, lo que puede generar más sensaciones corporales que, a su vez, aumenten la ansiedad y la atención/percepción selectiva, estableciéndose así un círculo vicioso. Si la persona queda satisfecha con la explicación del médico y se da cuenta de que los síntomas desaparecen, el proceso se detiene y no se desarrolla la hipocondría.

Keller 1985
Modelo explicativo de la neurosis hipocondríaca, según Kellner (1985).
Salkovskis y Warwick: la hipocondría como ansiedad por la salud

La propuesta de Salkovskis y Warwick (2001) para explicar la hipocondría se basa en un cambio conceptual importante: según ellos, se trata de un trastorno de ansiedad, no de un trastorno somatomorfo. A partir de aquí, proponen un modelo explicativo similar a los previamente propuestos para otros trastornos de ansiedad como el pánico, con el que comparte inicialmente características esenciales: la experimentación de síntomas físicos y su interpretación inicial como evidencias de una enfermedad grave.

Ambos trastornos comparten también el miedo a la muerte, pero en el caso del pánico, el temor se concreta en un desenlace fatal inminente, mientras que en la hipocondría se trata de un proceso más largo, pero igualmente doloroso y fatal. A partir de aquí, los autores plantean un esquema procesual a través del cual ilustran cómo se desarrolla la hipocondría y sugieren que la interpretación que hace una persona de sus sensaciones físicas depende del peligro percibido, que, a su vez, está en función de cuatro factores cognitivos que se ejemplifican en la siguiente figura.

sslkovkis y Warwick 2001
Factores cognitivos implicados en la ansiedad (Salkovskis y Warwick, 2007).

El factor más importante es la percepción de la probabilidad de desarrollar o padecer una enfermedad grave, que interactúa con la percepción de lo terrible que sería sufrir esa enfermedad. Este último factor hace referencia tanto al dolor y al sufrimiento que acompañan a estar enfermo como a consecuencias más generales, tales como perder un rol que se está desempeñando (por ejemplo, ser madre) o la preocupación por la tristeza y el desconcierto que pueden sentir los seres queridos. El otro factor relevante es en qué medida la persona se considera capaz de interferir en el curso de la enfermedad: es decir, si considera que tiene las estrategias de afrontamiento adecuadas para hacer frente a la amenaza percibida (la enfermedad). El último factor se refiere a la posibilidad de contar con factores externos que puedan intervenir en caso de necesitar ayuda, tales como el acceso a los servicios de salud y la ayuda médica.

Una cuestión importante que se aborda en este análisis es que una persona puede experimentar una elevada ansiedad por su salud aunque exista una baja probabilidad de enfermar, simplemente por el hecho de considerar que estar enfermo sería algo terrible, horrible y triste. También pueden temer los costes asociados con la enfermedad, como el dolor, la pérdida de empleo o sentirse una carga para los familiares. Además, si la persona cree que va a desarrollar una enfermedad o tiene una alta probabilidad de padecerla en el futuro, la ansiedad por la salud aumentará. Estos factores cognitivos juegan un papel importante en la génesis del trastorno, ya que los pacientes perciben las sensaciones y síntomas corporales como más peligrosos de lo que realmente son y suelen considerar una enfermedad particular como más probable de lo que realmente es. Además, se perciben a sí mismos como incapaces de prevenir la enfermedad o intervenir en su curso. En definitiva, consideran que no disponen de los recursos necesarios para lidiar con la enfermedad.

Este análisis inicial se concreta en una formulación cognitivo-conductual que, como hemos dicho, es muy similar a la que se planteaba en esa misma época para el trastorno de pánico. Las experiencias tempranas relacionadas con la enfermedad, propias o ajenas, y las experiencias negativas con los servicios de salud conducen a la formación de creencias disfuncionales sobre los síntomas, la enfermedad y las conductas de salud. Estas creencias pueden haber sido adquiridas en diferentes momentos y situaciones, incluyendo experiencias previas con enfermedades físicas, una experiencia médica insatisfactoria, eventos como la inesperada o problemática enfermedad de un ser querido, o la información que aparece en los medios de comunicación. Un ejemplo de supuesto disfuncional sería pensar que todos los cambios corporales tienen una causa justificada o que se debe acudir al médico ante la mínima sospecha de enfermedad para evitar un desenlace fatídico. Otras creencias pueden estar más relacionadas con enfermedades específicas y debilidades personales, como considerar que se es más vulnerable a una enfermedad determinada o que una parte específica del cuerpo no funciona como debería (por ejemplo, «mi capacidad pulmonar no es buena»). Tales creencias pueden llevar a la persona a prestar atención a los cambios corporales que son indicativos de enfermedad y a ignorar los signos de buena salud.

Estos supuestos o creencias pueden permanecer latentes hasta que un incidente crítico los active, como sensaciones corporales no habituales, aparición de un síntoma, muerte de un familiar o conocido de la misma edad, o nueva información acerca de una enfermedad. Esto provoca la intrusión de pensamientos e imágenes automáticos negativos y desagradables, que suscitan una interpretación catastrofista de las sensaciones y signos corporales. También se produce un aumento de la vigilancia corporal y la persona puede observar más fácilmente otras sensaciones corporales. La interpretación catastrofista de sus sensaciones y cambios corporales provocará un aumento de la ansiedad centrada en el estado de salud (ansiedad por la salud).

Como cualquier trastorno de ansiedad, la hipocondría se manifiesta a través de una variedad de síntomas, incluyendo comportamientos de comprobación, vigilancia corporal y búsqueda de reaseguro, así como sentimientos de malestar, tristeza o ira, pensamientos intensificados y selectivos, y síntomas físicos (síntomas característicos del arousal o activación del sistema nervioso autonómico). Estos síntomas a su vez tienen consecuencias perniciosas, ya que la persona puede experimentar más sensaciones físicas debido a la activación del sistema nervioso autónomo, lo que puede ser interpretado como un indicador de enfermedad. Además, el aumento de la vigilancia corporal puede hacer que la persona sea más consciente de sus funciones y cambios normales, lo que a su vez puede ser interpretado como anómalo. Las conductas destinadas a determinar si la enfermedad está presente o no pueden contribuir a mantener el problema, ya que incrementan la sintomatología y la preocupación por la salud.

warwick y salkovskis 1990
Warwick y Salkovskis (1990): Modelo cognitivo del desarrollo de la hipocondría.
salkovskis y rimes 1997
Factores que mantienen la hipocondría (Salkovskis y Rines, 1997).

La investigación cognitivo-conductual sobre la hipocondría y la ansiedad por la salud ha estado dirigida a poner a prueba los diferentes supuestos del modelo de Salkowskis y Warwick, que ha demostrado ser eficaz para entender y abordar el trastorno. Abramowitz et al. (2007) sugieren ampliar este modelo, otorgando un papel central a las creencias disfuncionales como elementos desencadenantes y perpetuadores de la ansiedad por la salud. Los trastornos de ansiedad, como la hipocondría, comparten una interpretación sesgada y defectuosa de experiencias benignas y universales, según estos autores.

abramowitz 2007

Modelo cognitivo-conductual de la hipocondría o ansiedad extrema por la salud (modificado de Abramowitz et al., 2007).

El modelo integrador cognitivo-evolutivo de P. Williams (2004)

A partir de la revisión de investigaciones previas y datos que respaldan los supuestos del enfoque cognitivo-conductual de la ansiedad por la salud y la hipocondría, la autora propone un modelo integrador de tipo evolutivo. Este modelo no solo incorpora información de los enfoques de Barsky (amplificación somatosensorial), Kellner (supuestos distorsionales) y Salkowski y Warwick (ansiedad por la salud), sino también otros datos y sugerencias de investigaciones sobre la personalidad y variables sociales.

williams 2004
Modelo evolutivo cognitivo sobre la etiología y el mantenimiento de la ansiedad por la salud y la hipocondría (Williams, 2004).

En la figura se muestra el proceso evolutivo que conduce al desarrollo de la hipocondría y los mecanismos que actúan como mantenedores y agravantes del proceso. El primer paso es la presencia de una vulnerabilidad personal para experimentar ansiedad, a través del rasgo de neuroticismo como disposición fundamental de la personalidad. Esta disposición, junto con experiencias tempranas relacionadas con la enfermedad, inducirían en el caso de la hipocondría a prestar atención selectiva a cualquier amenaza a la propia salud y a las sensaciones físicas.

Después, entran en juego dos factores adicionales que actúan como activadores o instigadores finales de la ansiedad por la salud: uno de tipo constitucional (el rasgo de baja minuciosidad o perseverancia) y otro de tipo externo o ambiental (la experimentación personal o vicaria de una amenaza hacia la salud y/o la información sobre enfermedades que proporcionan otros significativos, los medios de comunicación, o los profesionales de la salud).

La combinación de estos tres elementos propicia la aparición de ansiedad por la salud y/o tendencias hipocondríacas. La transición de estas tendencias a la hipocondría clínicamente significativa se produciría por la intervención del rasgo de personalidad de baja minuciosidad, al que podrían unirse ciertos procesos de relación interpersonal, como los propuestos en los modelos psicosociales, que reforzarían y mantendrían el trastorno en un proceso constante de retroalimentación. Además, los procesos de relación interpersonal están influenciados por las experiencias y aprendizajes evolutivos sobre la enfermedad que, de alguna manera, están presentes desde el inicio del proceso.

Todos los supuestos del modelo se basan en los datos proporcionados por las diferentes investigaciones que se han venido publicando desde los inicios del enfoque cognitivo-conductual de la hipocondría y la ansiedad por la salud. Por lo tanto, este modelo es un modo de organizar y dar sentido coherente a la información, a menudo dispersa, con la que contamos para comprender la génesis de la hipocondría. Sin embargo, es necesario discutir si la secuencia propuesta en términos causales refleja o no la realidad clínica.

El modelo metacognitivo de Bailey y Wells

La propuesta se basa en una extensión del modelo metacognitivo de Wells (1999) sobre la ansiedad generalizada a la ansiedad por la salud. La idea central es que los trastornos de ansiedad, especialmente la ansiedad por la salud, se deben a pensamientos negativos recurrentes y difíciles de controlar, unidos a estrategias mentales como la supresión intencional de pensamientos y la búsqueda de reaseguro, cuyos efectos sobre el control de los pensamientos son paradójicos, ya que incrementan su recurrencia. El pensamiento repetitivo es el resultado de metacogniciones inadecuadas, es decir, de creencias desadaptativas sobre la naturaleza y el contenido de los propios pensamientos. Según los autores, la ansiedad por la salud se explica como el resultado de un proceso de pensamiento repetitivo y disfuncional sobre la enfermedad, en lugar de ser el resultado de la creencia de estar enfermo.

En comparación con otros modelos cognitivos, el modelo metacognitivo explica la ansiedad por la salud de una manera distinta, ya que se concibe como el resultado de un proceso de pensamiento repetitivo y disfuncional. En el desarrollo de la hipocondría, las creencias disfuncionales sobre el pensamiento repetitivo son más importantes que las creencias sobre la enfermedad y la salud.

Desde esta perspectiva, el modelo metacognitivo difiere del modelo cognitivo-conductual tradicional en la forma de tratar la hipocondría. En el modelo metacognitivo, el terapeuta explora con el paciente otras formas de relacionarse con la interpretación catastrofista dirigidas a que el paciente disminuya el tiempo que dedica a sus pensamientos como un medio para demostrarle que reducir el tiempo de pensar modifica las creencias sobre la incontrolabilidad de sus preocupaciones sobre la salud.

Existen muchos datos a favor del modelo metacognitivo, aunque en su mayoría se tratan de estudios correlacionales. Además, las creencias metacognitivas moderan o intervienen en la relación entre ansiedad por la salud e interpretaciones (creencias) catastrofistas sobre los síntomas corporales.

En conclusión, el modelo metacognitivo ayuda a entender mejor la importancia de los procesos de pensamiento en la génesis y mantenimiento de la hipocondría. Sin embargo, en la hipocondría intervienen no solo procesos de pensamiento disfuncionales, sino también comportamientos, emociones, características de personalidad, estilos de procesamiento de la información, creencias disfuncionales sobre el significado de los signos y síntomas físicos, problemas en los modos de establecer relaciones interpersonales, etc.

Trastorno de conversión (trastorno de síntomas neurológicos funcionales)

Características clínicos y pautas para el diagnóstico
Chen et al (2017). Hay una amplia gama de factores psicológicos, sociales e incluso biológicos (tales como lesiones cerebrales traumáticas, procedimientos quirúrgicos o complicaciones más generales relacionadas) que pueden contribuir, precipitar o perpetuar el trastorno de conversión.

Ejemplo caso clínico:

  • Antecedentes: Paciente femenina de 32 años, sin antecedentes médicos relevantes, presenta desde hace 3 meses un cuadro de parálisis en ambas piernas, sin causa aparente. La paciente relata que en el momento de la aparición del síntoma, estaba bajo una gran cantidad de estrés en su trabajo y en su vida personal. Ha acudido a varios especialistas y ha realizado múltiples pruebas diagnósticas, todas ellas con resultados normales. La paciente se encuentra angustiada y preocupada por su situación, ya que no puede caminar ni realizar sus actividades cotidianas.
  • Diagnóstico: El diagnóstico más probable en este caso es Trastorno de Conversión, también conocido como trastorno de síntomas neurológicos funcionales, ya que los síntomas físicos de la paciente no tienen una causa médica identificable. Este trastorno se caracteriza por la presencia de síntomas físicos que no pueden ser explicados por una condición médica o neurológica subyacente, y que se cree que están relacionados con el estrés emocional y psicológico.
  • Tratamiento: El tratamiento del Trastorno de Conversión implica un enfoque multidisciplinario, que incluye tanto la terapia psicológica como la farmacoterapia en algunos casos. La terapia psicológica es fundamental para ayudar al paciente a comprender y manejar los factores emocionales y psicológicos que pueden estar contribuyendo a la aparición de los síntomas. La terapia cognitivo-conductual (TCC) es una forma efectiva de tratamiento, ya que se enfoca en identificar y cambiar los pensamientos y comportamientos negativos que pueden estar relacionados con el estrés y la ansiedad. En algunos casos, la medicación puede ser útil para controlar los síntomas físicos. Los medicamentos antidepresivos pueden ayudar a reducir la ansiedad y la depresión asociadas con el trastorno, mientras que los relajantes musculares pueden ayudar a controlar los espasmos y la rigidez muscular. Es importante destacar que el tratamiento del Trastorno de Conversión debe ser individualizado y adaptado a las necesidades específicas del paciente. El apoyo emocional y psicológico continuo también es esencial para ayudar al paciente a manejar los síntomas y mejorar su calidad de vida.

El trastorno de conversión, conocido también como trastorno de síntomas neurológicos funcionales según el DSM-5, es un trastorno que se caracteriza por la presencia de síntomas que afectan la función sensorial o motora voluntaria y que afectan significativamente la capacidad funcional del paciente. Estos síntomas se atribuyen a una etiología psicógena y, por ello, se etiquetan como «funcionales» o «psicógenos». Aunque al principio pueden sugerir un origen neurológico, son inconsistentes con patrones de enfermedades neurológicas conocidas u otras condiciones médicas y no se pueden controlar voluntariamente.

El término «conversión» fue introducido por Sigmund Freud para designar un mecanismo de formación de síntomas de la histeria, consistente en la trasposición de un conflicto psíquico en síntomas motores o sensitivos. Aunque este término ha mantenido una similitud con los constructos del psicoanálisis freudiano en las sucesivas versiones del DSM, en la actual versión DSM-5, ha dejado de ser determinante en la conceptualización del cuadro.

Los síntomas conversivos se pueden clasificar en tres categorías: síntomas motores, sensoriales y crisis no epilépticas o convulsiones. Estos síntomas suelen iniciarse de forma repentina y exagerada, y su remisión completa suele ser abrupta.

Hay una amplia gama de factores psicológicos, sociales e incluso biológicos que pueden contribuir, precipitar o perpetuar el trastorno de conversión. A menudo, se asocia con un trauma, un evento vital adverso o un estresor agudo o crónico que precede a los síntomas del trastorno de conversión. Los antecedentes de abuso infantil, tanto emocional como sexual, también dificultan su evolución favorable. No obstante, según una revisión sistemática, la mayoría de los pacientes estudiados no tienen este factor de riesgo.

Criterios para el diagnóstico del Trastorno de conversión (trastorno de síntomas neurológicos funcionales) según el DSM-5 (APA, 2013)
CRITERIO A. Uno o más síntomas de alteración de la función motora o sensitiva voluntaria.
CRITERIO B. Los hallazgos clínicos aportan pruebas de la incompatibilidad entre el síntoma y las afecciones
neurológicas o médicas reconocidas.
CRITERIO C. El síntoma o deficiencia no se explica mejor por otro trastorno médico o mental.
CRITERIO D. El síntoma causa malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social, laboral u otras áreas
importantes del funcionamiento.
Nota de codificación: El código CIE-9-MC para el trastorno de conversión es 300.11, el cual se asigna con independencia del tipo de síntoma. El código CIE-10-MC depende del tipo de síntoma (véase a continuación).
Especificar si:
(F44.4) Con debilidad o parálisis
✅(F44.4) Con movimiento anómalo (p. ej., temblor, movimiento distónico, mioclonía, trastorno de la marcha)
✅(F44.4) Con síntomas de la deglución
✅(F44.4) Con síntoma del habla (p. ej., disfonía, mala articulación)
✅(F44.5) Con ataques o convulsiones
✅(F44.6) Con anestesia o pérdida sensitiva
✅(F44.6) Con síntoma sensitivo especial (p. ej., alteración visual, olfativa o auditiva)
✅(F44.7) Con síntomas mixtos
Especificar si:
Episodio agudo: Síntomas presentes durante menos de seis meses.
Persistente: Síntomas durante seis meses o más.
Especificar si:
Con factor de estrés psicológico (especificar el factor de estrés).
Sin factor de estrés psicológico.

El diagnóstico del trastorno de síntomas somáticos en el DSM-5 ha cambiado significativamente respecto a su predecesor, el DSM-IV. Ahora se requiere evidencia clínica clara de incompatibilidad con una enfermedad neurológica para un «diagnóstico positivo» de síntomas funcionales o conversivos, en lugar de basarse únicamente en pruebas normales o síntomas extraños. Algunos ejemplos de criterios para un diagnóstico positivo incluyen el signo de Hoover y la descripción del paciente de un campo visual tubular. Aunque persiste la controversia sobre si el trastorno de conversión debería estar clasificado como un trastorno disociativo, la «belle indiference», una actitud de indiferencia ante los síntomas aparentemente graves, no parece estar presente en la mayoría de los pacientes diagnosticados. A diferencia de los pacientes con epilepsia, los pacientes con crisis no epilépticas tienden a catastrofizar sus experiencias convulsivas. El DSM-5 también propone desvincular el trastorno del concepto de ganancia secundaria, aunque no exige que se demuestre que los síntomas no son causados intencionalmente, ya que en la mayoría de las ocasiones no es posible discriminar de forma fiable y convincente la ausencia de simulación.

♀️Epidemiología y curso

Aunque se estima que los síntomas de conversión son frecuentes, no existen datos fiables de prevalencia debido a que el diagnóstico requiere una evaluación neurológica especializada para descartar una base neurológica y confirmar que se trata de un signo conversivo o funcional. Una revisión realizada por Carson y Lehn en 2016, muestra que el trastorno representa aproximadamente el 6% de los contactos ambulatorios de neurología, con tasas de incidencia que oscilan entre 4 y 12 por cada 100.000 personas y una prevalencia de 50 por cada 100.000 habitantes, basada en un registro comunitario. Las mujeres son más propensas a padecer este trastorno, representando del 60% al 75% de la población de pacientes con crisis no epilépticas (Chen et al, 2017), y con síntomas motores. Sin embargo, otras presentaciones, como el mioclono funcional o el parkinsonismo, parecen tener una prevalencia similar entre hombres y mujeres, según un estudio de Cubo et al en 2005.

FUENTE♀️PREVALENCIA
Carson y Lehn (2016)
Contactos ambulatorios de neurología
6%
Carson y Lehn (2016)
Basada en un registro comunitario
50/100000
*DSM-5 (APA 2013)
Población EEUU

Aproximadamente el 5%
de las derivaciones a las clínicas
de neurología
*DSM-5 (APA 2013)
Población EEUU

Incidencia de síntomas de conversión individuales persistentes estima.
2-5/100.000 por año
*no es materia de examen

En cuanto al pronóstico, los trastornos neurológicos funcionales parecen tener un resultado desfavorable en la mayoría de los casos. En la mayoría de los estudios, los síntomas motores funcionales y los ataques psicógenos no epilépticos permanecen iguales o incluso empeoran en la mayoría de los pacientes en el seguimiento. La larga duración de los síntomas es el predictor negativo más distintivo. Por otro lado, el diagnóstico y la edad temprana parecen ser factores predictivos de un buen resultado, según un estudio de Gelauff y Stone en 2016.

Comorbilidad

Según la mayoría de las revisiones sobre comorbilidad, los pacientes con trastorno de conversión tienen una mayor probabilidad de padecer ciertos trastornos mentales, en particular depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático y trastornos de personalidad del grupo B (trastorno límite, histriónico, narcisista y antisocial), en comparación con los pacientes con afecciones neurológicas conocidas. También es más común que presenten antecedentes de múltiples dolencias somáticas, como fatiga generalizada, debilidad o dolor, sin una causa conocida (Chen et al., 2017; Espay et al., 2018). Además, se estima que la comorbilidad con enfermedades neurológicas se produce en aproximadamente el 10% de los casos (Carson y Lehn, 2016).

Diagnóstico diferencial

El riesgo de diagnosticar de manera incorrecta es crucial en el contexto del trastorno de conversión. Sin embargo, en una revisión de 27 estudios, la frecuencia de diagnósticos erróneos fue consistentemente baja (4%) después de una media de cinco años de seguimiento (Stone et al, 2005). Es fundamental hacer un diagnóstico diferencial con enfermedades neurológicas, aunque el trastorno de conversión puede coexistir con ellas.

Los diagnósticos de trastorno de somatización (TSS) y conversión no son mutuamente excluyentes. Según el DSM-5, si se cumplen los criterios para ambos, ambos diagnósticos deben realizarse. Sin embargo, es importante destacar que la fenomenología de la experiencia de los síntomas atribuidos tradicionalmente a cada trastorno clínico es muy diferente. El TSS se caracteriza por una preocupación excesiva, sentimientos y conductas de enfermedad, mientras que la conversión se asocia a una presunta tendencia a la indiferencia (aunque raramente se constata). Es sorprendente que estos rasgos puedan manifestarse en una misma persona con respecto a diferentes síntomas (somatizaciones y síntomas conversivos).

En relación al trastorno facticio y la simulación, el diagnóstico de conversión no requiere que se demuestre que los síntomas no son fingidos, ya que la evaluación de la intención consciente es poco confiable. No obstante, la evidencia de simulación podría sugerir un trastorno facticio y no conversivo, con la finalidad de asumir el rol de enfermo o sacar algún beneficio secundario. Además, los síntomas disociativos y conversivos suelen aparecer juntos y, si se cumplen los criterios, ambos diagnósticos deben realizarse. Es importante recordar que en la CIE-11, el trastorno de conversión se clasifica en el grupo de los trastornos disociativos.

Los pacientes con depresión, aparte de los síntomas primarios de tristeza y anhedonia, suelen quejarse de pesadez general de sus extremidades. En contraste, en la conversión, la debilidad es total y evidente. Finalmente, en el trastorno de pánico, suelen darse temblores y parestesias, pero en el contexto específico de la crisis de pánico, junto con otros síntomas cardio-respiratorios y pensamientos catastróficos de muerte inminente o pérdida de control, que no se presentan en la conversión.

Etiología

El criterio diagnóstico del trastorno conversivo de que debía estar precedido o exacerbado por conflictos u otros estresores vitales se mantuvo hasta la publicación del DSM-5. Sin embargo, una revisión de Roelofs y Pasman (2017) concluye que los pacientes conversivos han sufrido eventos traumáticos con más frecuencia (entre un 114% y un 100%) que la población general o los pacientes con enfermedades orgánicas. Aunque en un número significativo de pacientes conversivos no se identifican historias traumáticas y las diferencias no son consistentes en los estudios que los comparan con pacientes con otros trastornos mentales. Además, la presencia de eventos vitales estresantes recientes aumenta la gravedad de los síntomas conversivos, especialmente en pacientes que han sufrido traumas en la infancia (Roelofs et al., 2005).

Varios autores han propuesto la elaboración de un modelo cognitivo integrado que explique los trastornos neurológicos funcionales, como Espay et al. (2018) y Carson et al. (2017). Según estos modelos, los procesos de condicionamiento clásico y operante, que a partir de las experiencias traumáticas tempranas ocasionan una representación en la memoria de los síntomas o crean «mapas corporales» (Kozkowska, 2005), junto con la activación emocional, interactúan con la conceptualización preexistente de la enfermedad de un individuo para dar lugar a los síntomas. Una vez que estos síntomas se manifiestan, se perpetúan por creencias de enfermedad improductivas y comportamientos de afrontamiento contraproducentes (como comportamientos de seguridad, evitación, vigilancia de síntomas y monitoreo), que interactúan con el estado emocional y fisiológico del paciente y su situación interpersonal para formar círculos viciosos de síntomas y discapacidad que se perpetúan a sí mismos (Carson et al., 2016). Este modelo guarda muchas similitudes con el de Deary et al. (2007) para los síntomas no explicados médicamente.

modelocc

Modelo cognitivo-conductual para los síntomas no explicados médicamente (Deary et al., 2007).

En resumen, los trastornos conversivos no solo involucran síntomas físicos funcionales, sino también comportamientos, emociones, características de personalidad, estilos de procesamiento de la información, creencias disfuncionales sobre el significado de los signos y síntomas físicos, problemas en los modos de establecer relaciones interpersonales, etc.

Trastorno facticio

Características clínicos y pautas para el diagnóstico

Ejemplo caso clínico:

Una mujer de 40 años fue hospitalizada en un estado semiconsciente. Presentaba hematemesis (vómitos de sangre fresca, coágulos sanguíneos o restos hemáticos oscuros). Su cara estaba manchada de sangre y su vestido estaba empapado. No había antecedentes de ingestión de ninguna droga irritante de la mucosa gástrica. Su historial médico reveló innumerables hospitalizaciones por la misma dolencia en varios hospitales durante los últimos 15 años. Esta ha sido su tercera hospitalización en un año por la misma queja. En el examen, la paciente parecía semiconsciente. Los parámetros vitales se mantuvieron. El abdomen era blando y protuberante. El hígado era palpable. El nivel de hemoglobina y plaquetas se hallaban dentro de los límites normales. La prueba de sangre oculta en heces fue negativa. Otros parámetros bioquímicos y metabólicos, la ecografía abdominal y los estudios del tránsito intestinal estaban asimismo dentro de los límites normales.

Un día antes de ser dada de alta del hospital, tuvo otro ataque de hematemesis que requirió su observación durante unos días más. Esto ocurrió en tres ocasiones. Finalmente, fue remitida a la unidad de psiquiatría. La paciente se mostraba hostil y enfadada. Sintió que estaba siendo mal diagnosticada y manifestó su voluntad de someterse a una laparotomía exploratoria. Un día fue sorprendida en posesión de un recipiente de acero inoxidable que contenía material coagulado de color rojo oscuro de origen animal, similar a las manchas de su ropa.

La evaluación psiquiátrica reveló que procedía de una familia desestructurada. Sus padres, ambos trabajadores ocasionales, vivían separados. Su padre era alcohólico. Fue criada por su madre y privada de un adecuado apoyo psicológico y social durante la infancia. No continuó su escolaridad más allá del nivel secundario. A los 20 años contrajo matrimonio con un hombre que ya había estado casado. La desarmonía marital era bastante prominente con frecuentes peleas. Durante el último año, su marido estuvo involucrado en un escándalo sexual con una mujer de la localidad. Ella se sentía acosada, insegura e indefensa. Confesó haber bebido sangre de cabra y admitió que muchos de sus síntomas eran ficticios. Culpó a los médicos, exigió la salida urgente del hospital y nunca se presentó para un seguimiento posterior (adaptado de Mayanil y Valdiya, 1998, p. 274).

El trastorno facticio fue descrito por primera vez en 1951 por el endocrinólogo británico R. Asher, quien lo denominó «síndrome de Munchausen» en honor al noble alemán Karl Friedrich Hieronymus von Munchausen del siglo XVIII, conocido por contar hazañas fantásticas, la mayoría de ellas inventadas. Este trastorno se caracteriza por la fabricación de historias, signos y síntomas de enfermedad en un intento de obtener atención médica. En 1977, el pediatra británico R. Meadow acuñó el término «síndrome de Munchausen por poderes» para referirse a las situaciones en las que los padres o cuidadores principales de un menor inventan síntomas falsos o provocan síntomas reales con el objetivo de buscar atención médica. Sin embargo, desde entonces, el término «síndrome de Munchausen» se ha convertido en una fuente de confusión tanto en la práctica clínica como en la literatura científica. En realidad, el uso correcto del término debe denotar una presentación particularmente grave y crónica del trastorno facticio, pero «Munchausen» se utiliza a menudo de forma intercambiable con «Facticio».

El DSM-5 incluye los trastornos facticios dentro de la categoría de trastornos de síntomas somáticos y trastornos relacionados. Aunque los trastornos facticios se diferencian de los otros trastornos del grupo en que los signos o síntomas físicos o psicológicos de la enfermedad se producen intencionadamente para asumir el rol de enfermo. Esto significa que la producción de síntomas en estos trastornos no está asociada a ningún incentivo externo, sino más bien a la búsqueda de atención médica como parte de la asunción del rol de enfermo.

En el diagnóstico del trastorno facticio, se establece una diferenciación en su nomenclatura en función de si la fabricación de los síntomas se realiza sobre el propio individuo (aplicado a uno mismo) o sobre otra persona en estado de indefensión (aplicado a otro). Aunque la CIE-11 incluye los trastornos facticios en una categoría diagnóstica independiente, los criterios diagnósticos y la diferenciación sobre la persona en la que se aplica (impuesto a uno mismo o a otro) son similares a los del DSM-5.

Criterios para el diagnóstico del Trastorno facticio aplicado a uno mismo según el DSM-5 (APA, 2013)
CRITERIO A. Falsificación de signos o síntomas físicos o psicológicos, o inducción de lesión o enfermedad, asociada a un engaño identificado.
CRITERIO B. El individuo se presenta a sí mismo frente a los demás como enfermo, incapacitado o lesionado.
CRITERIO C. El comportamiento engañoso es evidente incluso en ausencia de una recompensa externa obvia.
CRITERIO D. El comportamiento no se explica mejor por otro trastorno mental, como el trastorno delirante u otro trastorno psicótico.
Especificar si:
Episodio único.
Episodios recurrentes (dos o más acontecimientos de falsificación de enfermedad y/o inducción de lesión).
Criterios para el diagnóstico del Trastorno facticio aplicado a otro (antes: Trastorno facticio por poderes) según el DSM-5 (APA, 2013)
CRITERIO A. Falsificación de signos o síntomas físicos o psicológicos, o inducción de lesión o enfermedad, en otro, asociada a un engaño identificado.
CRITERIO B. El individuo presenta a otro individuo (víctima) frente a los demás como enfermo, incapacitado o lesionado.
CRITERIO C. El comportamiento engañoso es evidente incluso en ausencia de recompensa externa obvia.
CRITERIO D. El comportamiento no se explica mejor por otro trastorno mental, como el trastorno delirante u otro trastorno psicótico.
Nota: El diagnóstico se aplica al autor, no a la víctima.
Especificar si:
Episodio único.
Episodios recurrentes (dos o más acontecimientos de falsificación de enfermedad y/o inducción de lesión).
Criterios para el diagnóstico del Trastorno facticio aplicado a uno mismo según la CIE-11
CRITERIO 1. Los trastornos facticios se caracterizan por fingir, falsificar, inducir o agravar intencionalmente los signos y síntomas médicos,
psicológicos e de comportamiento, o las lesiones en uno mismo, y se asocia con un engaño descubierto. Puede haber un trastorno o enfermedad preexistente, pero el individuo agrava intencionalmente los síntomas existentes o falsifica o induce síntomas adicionales,
CRITERIO 2. Las personas con trastorno facticio buscan tratamiento o, de lo contraria, se presentan a sí mismas o a otra persona como enfermos, lesionados o discapacitados según los signos, síntomas o lesiones fingidos, falsificados o auto-inducidos.
CRITERIO 3. El comportamiento engañoso no está motivado únicamente por recompensas o incentivos externos obvios (p. ej, la obtención de pagas por discapacidad o la evasión de un proceso penal). Esto contrasta con la simulación, en la que el comportamiento está motivado por
recompensas o incentivos externos obvios.
CRITERIO 4. Los síntomas no se explican mejor por otro trastorno mental (p. ej, esquizofrenia u otro trastorno psicótico primario).
Criterios para el diagnóstico del Trastorno facticio impuesto a otro según según la CIE-11
CRITERIO 1. El trastorno facticio impuesto a otra persona se caracteriza por fingir, falsificar o inducir signos y síntomas médicos, psicológicos a del comportamiento, o lesiones en otra persona, habitualmente un menor dependiente, asociado con un engaño descubierto. Si está presente un trastorno o enfermedad preexistente en a otra persona, el individuo agrava intencionalmente los síntomas existentes o falsifica o induce síntomas adicionales.
CRITERIO 2. La persona busca tratamiento para la otra persona o, de lo contrario, se presenta como enferma, herida o discapacitada en función de los signos, síntomas o lesiones fingidos, falsificados o inducidos,
CRITERIO 3. El comportamiento engañoso no está motivado únicamente por recompensas o incentivos externos obvios (p. ej, obtener pagos por incapacidad o evitar el enjuiciamiento penal por abuso de menores o mayores).
CRITERIO 4. Los síntomas no se explican mejor por otro trastorno mental (p. ej, esquizofrenia u otro trastorno psicótico primario).
Nota sobre la codificación: El diagnóstico de trastorno facticio impuesto a otro se asigna a Ja persona que finge, falsifica o induce los síntomas en otra persona, no a la persona que presentó los síntomas. A veces la persona induce o falsifica los síntomas en una mascota, en lugar de hacerlo en otra persona.

Los pacientes con trastorno facticio pueden fabricar enfermedades de diversas formas, como manipular pruebas de laboratorio, falsificar registros médicos, administrar sustancias para producir resultados anómalos o lesionarse intencionalmente. La variedad de métodos disponibles para estos pacientes depende de su nivel de dedicación, imaginación y conocimientos médicos, así como de la naturaleza del problema médico que pretenden falsificar. A menudo, estos pacientes poseen amplios conocimientos médicos y pueden proporcionar explicaciones plausibles sobre sus síntomas de enfermedad. La falsificación de los síntomas puede llegar a ser tan convincente y persistente que los pacientes se someten a numerosos diagnósticos y procedimientos quirúrgicos en diferentes hospitales y clínicas, a pesar de que los resultados son siempre negativos.

Además de fingir síntomas físicos, algunos pacientes con trastorno facticio pueden fingir síntomas psicológicos, incluyendo trastornos de personalidad, dependencia de sustancias, pérdida de memoria, y trastorno de estrés postraumático. Si una persona induce síntomas de una enfermedad en otra persona, el trastorno se conoce como trastorno facticio aplicado a otro.

El diagnóstico del trastorno facticio puede ser complejo debido a que los individuos que lo sufren son expertos en fingir diferentes enfermedades y trastornos. El diagnóstico se realiza sobre la base de la identificación objetiva de signos o síntomas inventados o autoinfligidos, en lugar de la intención o los motivos que tiene el individuo para hacerlo. Para determinar si una persona padece este trastorno, se debe realizar una entrevista minuciosa y explorar los síntomas del paciente de manera no conflictiva, así como hablar con los miembros de la familia para obtener más información sobre el problema.

♀️Epidemiología y curso

Se estima que la mayoría de los médicos tratará al menos a un paciente con trastorno facticio durante su práctica clínica. Sin embargo, actualmente no se conoce la prevalencia exacta de la enfermedad en los hospitales. El trastorno facticio puede representar entre el 0,6% y el 3% de las derivaciones de medicina general a psiquiatría (Patenaude et al., 2006), y entre el 0,02% y el 0,9% de los casos que llegan a las clínicas especializadas (Bhargava et al., 2007; Mailis-Gagnon et al., 2008). Sin embargo, las estimaciones de los propios médicos sobre la presencia de síndromes facticios entre sus pacientes sitúan la prevalencia del trastorno alrededor del 1,3% (Fliege et al., 2007). En lo que respecta al trastorno facticio aplicado a otros, las encuestas realizadas a pediatras en los últimos diez años han mostrado tasas de prevalencia que oscilan entre el 0,002% y el 0,27% (Denny et al., 2001). Los estudios realizados en entornos especializados e interdisciplinarios arrojan las estimaciones más elevadas: entre el 1% y el 1,3% (por ejemplo, Ferrara et al., 2013; Godding y Kruth, 1991).

FUENTEPREVALENCIA
Denny et al (2001)
Trastorno facticio aplicado a otros
0,002-0,27%
Ferrara et al (2013); Godding y Kruth (1991)
Trastorno facticio aplicado a otros en entornos especializados e interdisciplinarios
1-1,3%
Patenaude et al. (2006)
Derivaciones de medicina general a psiquiatría
0,6-3%
Bhargava et al (2007); Mailis-Gagnon et al (2008)
Llegan a las clínicas especializadas
0,02-0,9%
Fliege et al (2007)
Estimaciones de los propios médicos
Alrededor del 1,3%
*DSM-5 (APA 2013)
Población EEUU
(Pacientes en el ámbito hospitalario)
Alrededor del 1%
La prevalencia del trastorno facticio es desconocida, probablemente debido al papel del engaño en
esta población.
*no es materia de examen

El trastorno facticio aplicado a uno mismo suele iniciarse en los primeros años de la edad adulta, y la mayoría de los pacientes suelen ser mujeres (Bass y Jones, 2011; Sheridan, 2003). El curso del trastorno suele ser intermitente, y los episodios únicos y los que son persistentes y sin remisiones no son muy frecuentes. En los individuos en los que existen episodios recurrentes de falsificación de signos y síntomas de enfermedad y/o inducción de lesión, el patrón de contactos engañosos frecuentes con el personal médico, incluyendo hospitalizaciones, puede llegar a ser permanente. Estos pacientes suelen proporcionar información demográfica falsa y no suelen dar información sobre sus registros médicos anteriores, por lo que los datos relativos al inicio y el desarrollo de su enfermedad facticia y sus resultados a largo plazo son extremadamente limitados.

Cuando se aplica sobre otra persona, el trastorno suele comenzar antes de los ocho años de edad. Por lo general, son las madres las que inventan o producen los síntomas en uno o más de sus hijos. En los niños, las afecciones falsificadas o inducidas más comúnmente son la fiebre, la cetoacidosis (complicación grave de la diabetes), la púrpura y las infecciones.

Diagnóstico diferencial y comorbilidad

Es importante distinguir entre el trastorno facticio aplicado a uno mismo y situaciones en las que una persona puede exagerar sus síntomas en el contexto de una afección médica para obtener más atención del personal sanitario o acceder a tratamientos adicionales. También es necesario diferenciarlo del trastorno dismórfico corporal y la hipocondría, donde los pacientes pueden exagerar sus síntomas para asegurarse de que los médicos los tomen en serio, pero sin evidencia de que estén fingiendo o exagerando intencionalmente los síntomas.

Por otro lado, el trastorno de conversión se diferencia del trastorno facticio aplicado a uno mismo porque la persona no finge ni falsifica los síntomas de manera intencional y engañosa. En ambos casos, puede haber una atención excesiva y búsqueda de tratamiento, pero en el trastorno facticio, la persona proporciona información falsa o engañosa sobre sus síntomas. Además, la persona con trastorno facticio finge o provoca sus síntomas sin incentivos externos obvios, mientras que en la simulación, la producción intencional de los síntomas busca obtener beneficios personales.

En el caso del trastorno facticio aplicado a otro, es necesario distinguirlo de situaciones en las que un cuidador exagera los síntomas de un menor para recibir un trato prioritario por parte de los profesionales médicos. El trastorno facticio impuesto solo se considera si hay pruebas de que la persona está fingiendo, falsificando, induciendo o agravando intencionalmente los síntomas de la otra persona. También es necesario diferenciarlo de situaciones en las que un cuidador miente sobre la causa de las lesiones de sus dependientes para evitar el procesamiento penal o la intervención de los servicios de protección a menores.

Los estudios que han examinado la comorbilidad del trastorno facticio han señalado que el trastorno de somatización, los trastornos de personalidad, especialmente el trastorno límite, y los trastornos depresivos pueden coexistir con este trastorno, aunque la evidencia es limitada.

Etiología

La información sobre la etiología del trastorno facticio es limitada, en gran parte debido a que la mayoría de la literatura existente consiste en informes o series de casos, que pueden presentar un cuadro clínico engañoso del trastorno de forma aislada. Sin embargo, algunos modelos han tratado de explicar los beneficios psicológicos que se derivan de adoptar el rol de enfermo.

La mayoría de las teorías sobre la etiología de este trastorno se basan en un enfoque psicodinámico, centrado en la dependencia, el abandono, el masoquismo y el dominio. Los pacientes con trastorno facticio a menudo han sufrido abuso físico y/o emocional o privación de su libertad durante la infancia, lo que podría llevar a la hospitalización como una vía de escape de una situación traumática en el hogar, y el paciente podría encontrar en el personal sanitario un sustituto cariñoso y afectuoso.

Otro factor prominente en la psicología del paciente con trastorno facticio es el masoquismo, ya que estos individuos a menudo sienten culpa en respuesta a sentimientos como la ira o la excitación sexual, y pueden desarrollar el comportamiento facticio como un medio de expiación y autocastigo. También se puede utilizar para obtener el dominio sobre las figuras parentales engañándolas y frustrándolas.

Un enfoque interesante es el de Hamilton y Janata (1997), que describen un modelo de «automejora». Según este modelo, adoptar el rol de enfermo puede servir para compensar un autoconcepto insatisfactorio o reforzar la autoestima. Específicamente, sugiere que el rol de enfermo se puede auto-reforzar a través de tres mecanismos: acumular y exhibir conocimientos médicos, presentar quejas médicas inusuales o intratables para sentirse único y especial, y estar en contacto con profesionales e instituciones médicas de prestigio.

Por otro lado, desde un enfoque de diátesis-estrés (Trask y Sigmon, 2006) s se sugiere que las experiencias tempranas traumáticas pueden llevar al individuo a desarrollar un trastorno facticio. Para ilustrar este modelo, podemos considerar el caso de un niño que fue testigo de la muerte de un familiar o amigo cercano o que fue víctima de abuso sexual.

Referencias

  • Belloch, Sandín, Ramos Campos, and Sandín, Bonifacio. Manual De Psicopatología. 3ª edición. Madrid [etc.]: McGraw-Hill Interamericana De España, 2020. Print.
  • ChatGPT

Deja un comentario

cuatro + siete =

Ir al contenido